viernes. 29.03.2024

Los Reyes Católicos: El final del desmadre

No vamos a hablar de la guerra de sucesión habida en Castilla tras la muerte de Enrique IV entre su hija doña Juana la Beltraneja e Isabel, la hermana del mismo Enrique IV aunque dicha guerra tuviese en Extremadura singular importancia. Hablaremos únicamente de aquello que de forma más o menos directa tuvo relación con Sierra de Gata. Remarcaremos, eso sí, que durante el reinado conjunto de Isabel I de Castilla (1474-1504), y su esposo Fernando II de Aragón y V de Castilla (1474-1504), los Reyes Católicos, en todo lo que hoy es España se acabó el desmadre y el que cada poderoso hiciese lo que le diese la gana.

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Nebrija imparte una clase de Gramática en presencia del maestre Juan de Zúñiga

En un artículo anterior habíamos dejado en prisión al depuesto maestre de Alcántara don Alonso de Monroy y habíamos dicho que Francisco de Solís, su falso aspirante a yerno se había hecho proclamar en su lugar y había comenzado a titularse Maestre Electo de Alcántara que es como se le conoce en la Historia. Es decir, la Orden de Alcántara tenía, teóricamente, dos maestres.

Entonces intervino una mujer inteligente y ambiciosa. Cuando don Alonso de Monroy, clavero de Alcántara, andaba luchando contra su maestre el inútil Gómez de Cáceres a doña Leonor Pimentel, esposa del duque de Arévalo y Plasencia, se le ocurrió pensar que llegado el momento oportuno dicho maestrazgo podría ser para su hijo Juan de Zúñiga y según nos cuenta el cronista “suplicó al rey don Enrique le diese licencia para pedir el maestrazgo al papa, pues sabía que don Alonso de Monroy y don Francisco de Solís eran intrusos y violentos poseedores. El rey respondió que daba la licencia que le pedía, y aún le prometió favor para salir con lo que pretendía. Luego la duquesa envió al papa muy ricos presentes y una petición en que suplicó diese el maestrazgo a don Juan, su hijo. También el rey escribió al papa en favor de la duquesa y así alcanzó bulas en que a su hijo se le proveyó el maestrazgo, con falsa relación que al Romano Pontífice se dio de que estaba vacante esta dignidad”.

Ocupaba la sede papal Sixto IV. Éste había estado en Castilla cuando era general de los franciscanos y había sido muy bien tratado por los duques de Arévalo y Plasencia. Tanto por los buenos recuerdos como por los “ricos presentes” de los que habla el cronista, Sixto IV por bula fechada en Roma el 27 de abril de 1474 concedía el ansiado maestrazgo a Juan de Zúñiga y Pimentel. Como éste tenía quince años encargaba de la administración y gobierno de la Orden a su padre Álvaro de Zúñiga y Guzmán, I e instaba a los miembros de la Orden a obedecerlo. Y así lo juraron numerosos alcantarinos en enero del año siguiente.

El nombramiento de Juan de Zúñiga hizo que la Orden de Alcántara se encontrara con tres autitulados maestres: el joven Zúñiga, el prisionero don Alonso de Monroy y Francisco de Solís “el Electo”, lo que debió confundir bastante a los caballeros de la Orden.

Francisco de Solís que quería congraciarse con la estrella ascendente de la reina Isabel, atacó tierras de Portugal, país que como sabemos apoyaba a la Beltraneja. Fue malherido en una pierna y cayó bajo su caballo. Pidió socorro y se acercó un escudero llamado Golondro, natural de Descargamaría, el cual había sido anteriormente criado de don Alonso de Monroy. Golondro se dispuso a pasar a la historia. Sacó su espada y de un tajo cortó la cabeza al maestre electo, diciendo unas palabras, que si no son lapidarias sí figuran en los libros del caso: Con esto pagarás la traición que le hiciste a mi amo.

Por otra parte, los duques de Arévalo se habían pasado al bando de la Beltraneja (en su palacio placentino se celebraron los esponsales entre doña Juana y Alfonso V de Portugal). Ante el cambio de las circunstancias (muerte de Solís y traición de los Zúñiga) don Alonso fue sacado de la prisión de Magacela y los mismos Reyes Católicos le reconocieron como maestre. Pero no todo el mundo estaba dispuesto a obedecerle. El alcaide de la Almenara de Gata, por ejemplo, Gonzalo de la Plata entregó ésta a los Zúñigas y otro tanto ocurrió en Santibáñez. La autoridad del maestre Monroy no estaba, pues, universalmente reconocida por sus presuntos subordinados. Y además su pariente y protector el intrigante Juan Pacheco que tanto había mandado en la corte de Enrique IV había fallecido. Ese no reconocimiento general y la falta de apoyo por parte de algún poderoso fue la perdición de don Alonso. 

En efecto, reconciliados los duques de Arévalo con los Reyes Católicos en 1476 y considerando estos que les era más ventajosa la alianza con los duques que con el no bien aceptado maestre, decidieron dar validez a la bula papal en favor del jovencísimo Juan de Zúñiga. Por petición de los duques el papa Sixto IV en dos bulas de 1477 confirmó el maestrazgo de Juan de Zúñiga, declaró nula la elección de frey Alonso de Monroy y mandó a los miembros de la Orden que dejaran de obedecerle a éste. Don Alonso sólo encontró apoyo en el rey de Portugal y puso sus tropas al servicio del país vecino lo que no le sirvió de mucho: todos sabemos que el rey portugués fue derrotado y que para poner fin a la guerra se firmó el tratado de Alcáçovas (1479). Entre sus cláusulas se incluía el perdón de don Alonso (quien sin renunciar a su título de maestre pasó a residir en el castillo de Azagala, donde moriría el año 1511), la liberación de todos los prisioneros y el derribo de las fortificaciones fronterizas. Por parte castellana dirigió las obras de demolición en el tramo comprendido entre Ciudad Rodrigo y Lepe el corregidor de Badajoz don Pedro de Córdoba. El abandonado castillo de Salvaleón fue uno de las que cayeron bajo la piqueta; el de Rapapelo, otro.

Y entretanto ¿qué pasaba en Sierra de Gata? Posiblemente el amable lector recuerde a Fernán Centeno de quien hemos hablado hace semanas en el artículo “Un amor desgraciado”. Dijimos entonces que Fernán Centeno era un caballero mirobrigense que se había apoderado violentamente de la fortaleza de Rapapelo (en lo alto de la sierra de Eljas) y de la misma Eljas. Cuando don Alonso de Monroy fue hecho prisionero tomó en su nombre la encomienda de Trevejo, esto es: Villamiel, Trevejo y San Martín; en esta villa hizo tales barbaridades que los vecinos se sublevaron contra él.

Los otros dos autodenominados maestres (Solís y Zúñiga) coincidieron en una cosa: reclamar a Fernán Centeno la encomienda de Trevejo, olvidando que no pertenecía a ninguno de ellos sino a la Orden del Hospital. Fernán Centeno dijo que él únicamente obedecía a don Alonso de Monroy. Y aquí estuvo ejerciendo su dominio y tiranía hasta que como consecuencia del tratado de Alcáçovas don Alonso quedó despojado de todo poder. Entonces Trevejo fue atacado por Alonso del Águila, hermano del enamorado y difunto comendador de Eljas (de quien hablábamos en el citado artículo “Un amor desgraciado”) que era señor de la villa del Payo. Fernán Centeno logró escabullirse. El del Águila tomó el castillo y lo entregó al capitán don Jorge de Avendaño, representante de los Reyes Católicos. Éstos lo pusieron a disposición de su legítima propietaria, la Orden del Hospital de San Juan. Volvió su anterior comendador, frey Diego Bernal, quien había sobrevivido a toda suerte de enfrentamientos con don Alonso de Monroy y Fernán Centeno.

Fernán Centeno supo ver que los tiempos habían cambiado y no opuso ninguna resistencia a la pérdida tanto de Rapapelo como de Trevejo. Los reyes le concedieron una renta vitalicia de 40.000 maravedís. Como su castillo de Rapapelo había sido derribado se retiró a vivir descansadamente en Acebo, donde por ser lugar del concejo de Coria y que por ello pertenecía al duque de Alba se encontraba a salvo de sus paisanos de la familia del Águila, que evidentemente le tenían ganas. Unos años después Fernán Centeno se puso perlético, es decir, se quedó paralítico y el duque ordenó su traslado a Coria, en un lecho portado por dieciséis hombres, para que recibiera mejores cuidados. Murió en esta ciudad a los 90 años de edad. Su cadáver se trasladó a Ciudad Rodrigo y enterrado en el panteón familiar.

En cuanto a la relación del maestre Juan de Zúñiga con nuestra comarca, en concreto con la villa de Gata, se ha escrito bastante. Se ha dicho que reunió aquí, sin ningún tipo de discriminación religiosa, un grupo de estudiosos tanto de las humanidades como de las ciencias. Entre los estudiosos de las humanidades estaría Nebrija; entre los estudiosos de las ciencias el astrónomo y astrólogo Abraham Zacuto.

Veamos. Según las crónicas, don Juan de Zúñiga a pesar de que desde 1482 participaba en la guerra de Granada comenzó a gobernar de forma directa la Orden de Alcántara en 1483. Tenía entonces veinticuatro años. Su participación en dicha guerra fue continua y bastante eficaz, por cierto, aunque esa participación no quiere decir que estuviese en el campo de batalla los doce meses del año (nadie lo estaba). Fue uno de los testigos del documento en el que se acordaba (noviembre de 1491) la entrega de Granada a los Reyes Católicos.

Las crónicas de la Orden de Alcántara, sobre todo la de Rades y Andrada, nos detallan bastante bien las idas y venidas, los viajes del maestre Zúñiga. Por ellas sabemos que el único período relativamente largo que estuvo en Gata fue el verano de 1486. ¿Fue durante este período cuando podemos situar la presencia de Nebrija y Zacuto en nuestra comarca? En lo que a Abraham Zacuto se refiere puede que sí, porque parece que estaba en Gata cuando fue requerido para dirigirse a Salamanca donde a la universidad se le había pedido ese año que emitiera un informe sobre la viabilidad del proyecto colombino. (Creemos que está fuera de nuestro ámbito geográfico hablar de Nebrija y de Zacuto y por eso no lo hacemos).

Al hablar del maestre Juan de Zúñiga nos hemos desviado un tanto de nuestro relato. Cuando Diego Bernal regresó a la encomienda de Trevejo vio el abandono en el que se encontraban los terrenos de la misma. Pidió permiso y la Orden se lo dio para arrendar fincas y otras propiedades; entre ellas un molino “a do dicen la Torre Susana, en la dehesa de Villalba”, y que hoy todo el mundo llama Churruchana, en el actual término de Villamiel. Pero ello no era suficiente. Tanta guerra y tanto lío habían roto las escasas estructuras comerciales de la época. Desde siempre los intercambios con Portugal habían sido importantes pero las guerras y desórdenes e incluso el ordenancismo de los Reyes Católicos habían paralizado o suprimido tales intercambios, lo que dañaba gravemente a la comarca; por eso se pidió a los monarcas un remedio. El 20 de marzo de 1485 los Reyes Católicos enviaban un escrito a Diego de Salcedo, guarda mayor de la frontera con Portugal, “ordenando que consienta a los vecinos de Trevejo y San Martín exportar vino a Portugal y traer de allí pescado, lienzos, cera y otras mercaderías, porque éste es su medio de vida”. Este medio de vida no era exclusivo de los pueblos de la encomienda de Trevejo, sino de todos los que estaban próximos a la frontera portuguesa.

Los problemas económicos debían ser comunes a casi todos los pueblos de la Sierra. Torre de don Miguel era uno de los pueblos que dado lo exiguo de su término municipal, tenía mayores problemas, sobre todo a la hora de buscar pastos para sus ganados o cortar la imprescindible leña para sus casas. El joven maestre de Alcántara don Juan de Zúñiga conocedor de esa situación autorizó (1485) a los de Torre para que pudieran pastar, cazar y cortar leña en la inmediata sierra de la Almenara, lo que debió originar protestas entre alguno de los pueblos vecinos porque en agosto del año siguiente el maestre tuvo que confirmar a Torre todas las mercedes y favores otorgados hasta la fecha, y un mes más tarde, dio a esta villa un amplio terreno -segregado de los baldíos comunes a los pueblos de la Encomienda- para que sus vecinos plantasen en él huertos, viñas y olivares.

En cuanto a la expulsión de los judíos digamos que debían ser numerosos en Gata (recordemos el impuesto que tuvieron que pagar en 1474), también debían serlo en Santibáñez y Acebo; pero ignoramos todo lo referente a su expulsión de estas localidades. Casi con seguridad que pasaron a Portugal con la licencia de su rey Juan II; entre ellos estaba Abraham Zacuto. Lo que sí se puede dar por cierto es que el maestre Juan de Zúñiga los protegió en su marcha porque en el documento de su renuncia al maestrazgo a favor de los Reyes Católicos logró que a Diego de Guzmán, alcaide de la fortaleza de Alcántara se le perdonase y se le quitase la multa que le habían impuesto por haber prestado ayuda a judíos expulsados y por haberles permitido sacar cosas no autorizadas, lo que no hubiera podido hacer de no haber contado sin la aprobación o al menos sin la anuencia del maestre.

La última actuación del maestre en nuestra comarca fue en un curioso litigio sobre el vino. En otra ocasión hemos hablado de las numerosas obligaciones que tenían los pueblos con su señor, bien fuese éste una Orden o un noble. Había algunas ciertamente originales. Veamos una.

En 1494 los vecinos de Alcántara expusieron ante la mesa maestral que no era a ellos a quienes les correspondía abastecer de vino la bodega del maestre, que desde siempre esa obligación había correspondido a los de Sierra de Gata. Los de la Sierra alegaban lo contrario. Como era de esperar, el maestre don Juan de Zúñiga vio que el litigio era una magnífica oportunidad para aumentar sus rentas y sentenció que la obligación de abastecerle de vino correspondía a Salvaleón, Gata, Torre, Santibáñez, Villasbuenas, Valverde, Moraleja, Zarza y Portezuelo. Estos tres últimos pueblos no eran de la Sierra, pero puesto a pedir al maestre le dio igual. ¿Tanto bebería el joven maestre? Menos mal que a finales de año renunció al maestrazgo en beneficio de los Reyes Católicos quienes es de suponer no bebieran vino sólo de aquí.

Cuando los Reyes Católicos asumieron el maestrazgo de la órdenes militares decidieron poner fin a los desmadres y abusos; para ello nombraron inspectores o visitadores que recorrieron, uno a uno, todos los pueblos pertenecientes a dichas órdenes. En 1497 estaban en Torre de don Miguel dos de tales visitadores. Eran frey Nicolás de Ovando el futuro gobernador de las Indias comendador de Lares y frey Julián Méndez, quien lo era de Badija.

Ante ellos se presentaron el mayordomo de Gata y los alcaldes de la villa Gonzalo Pérez y Juan Benito. Pedían que mandasen a frey Luis de Villasayas, comendador de Santibáñez, que guardase los fueros y privilegios de Gata. Los visitadores escucharon las razones que en contrario adujo el comendador y bien fuera por solidaridad con el colega o por creer que tenía razón, dictaminaron:

1º. Que para el gobierno de Gata su concejo nombrase un alcalde, y que el comendador de Santibáñez nombrase otro.

2º. Que los vecinos de Gata estaban obligados a ayudar en la reparación de las murallas de Santibáñez, es decir que la antigua servidumbre de la castellaria seguía en vigor.

3º. Que todos los vecinos de Gata propietarios de una bestia tenían la obligación de llevar al castillo de Santibáñez “una carga de leña en el mes de enero, y cierto número de tejas” bajo la pena de 10.000 maravedís.

Los gateños, con toda la razón del mundo pusieron el grito en el cielo y en el Consejo de las Ordenes Militares. El Consejo falló a favor de Gata eximiendo a sus vecinos de las obligaciones impuestas y ordenando que en el futuro Gata nombrase a uno de sus alcaldes y propusiese un sexteto para que el comendador eligiese al otro.

Hay quien dice que entonces comenzó la total emancipación y prosperidad de Gata.

Tras la muerte de la reina Isabel subió al trono de Castilla su hija Juana (mal llamada posteriormente la Loca). Tras unos dimes y diretes entre el esposo de la nueva reina el chulo y flamenco (en todos los sentidos de este término) Felipe de Habsburgo (Felipe I, el Hermoso) y su padre el rey Fernando el Católico de Aragón quien pretendía seguir manejando Castilla, la reina doña Juana quedó al margen del poder.

La reina doña Juana, la más guapa, inteligente y mejor preparada intelectualmente de los hijos de los Reyes Católicos fue una mujer infortunada. Nadie la quiso, si acaso su madre la reina Isabel; ni su esposo Felipe de quien estaba locamente enamorada (las únicas locuras que cometió eran las derivadas de ese amor), ni su padre el rey Fernando, ni su hijo el emperador Carlos V. Los tres la consideraron un estorbo para sus ambiciones y por ello fue recluida de por vida en Tordesillas.

Cómo el autor de estas líneas proclama siempre que puede que en lo único que cree es en la libertad y el amor no es nada extraño que sienta por ella una gran simpatía y conmiseración.

Durante el breve reinado de su esposo y la regencia de su padre el rey Fernando no sucedió nada notable en nuestra comarca.

Los Reyes Católicos: El final del desmadre