jueves. 28.03.2024

Sierra de Gata en la Baja Edad Media. Pequeñeces durante el reinado de Juan II

En el artículo anterior se hablaba de cómo quedó Castilla cuando fueron desplazados de ella los enredadores infantes de Aragón. Mas, dejábamos para después el relato de pequeños acontecimientos que ocurrieron durante el largo reinado de Juan II (1406-1454) y, sobre todo, la influencia que tuvo en nuestra comarca el por tantos motivos sorprendente maestre de Alcántara dom Gutierra de Sotomayor. Vamos a verlos

 

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Antiguo convento de San Miguel, en San Martín de Trevejo, actual hospedería de la Junta

El largo reinado de Juan II (1406-1454)

Al margen de las luchas con los enredadores infantes de Aragón en la Sierra tuvieron lugar acontecimientos aislados entre sí que vistos con ojos de hoy, le que posiblemente no sea acertado, con frecuencia resultan divertidos.

Ir por lana. Unos vecinos de las localidades de la encomienda de Salvaleón para castigar de alguna manera las intromisiones portuguesas entraron (1409) en tierras de Sabugal y Penamacor apoderándose de una considerable cantidad de ganado. Parece ser que el comendador de Salvaleón no era ajeno del todo al suceso.

El rey portugués se quejó ante la corte castellana del atropello y el regente de Castilla para acallar las quejas portuguesas ordenó juzgar a los presuntos ladrones. El juicio, dirigido por el comendador de Treejo, comenzó ese mismo año en San Martín, considerado terreno neutral por ser de la Orden de San Juan. Entre los acusados estaba el mismo comendador frey Juan de Salazar. Éste alegó la incompetencia del juez, puesto que su Orden –al igual que todas las Órdenes militares únicamente estaba sujeta al papa y no a otra Orden. Se le hizo caso a medias. El juicio en lugar de resolverse en San Martín se trasladó a Ciudad Rodrigo que era territorio de realengo. Como entretanto se había alcanzado la paz entre ambos reinos, más bien una tregua (1411) y a nadie le interesaba romperla nuestros paisanos fueron condenados a devolver lo mal adquirido pero no a ninguna otra pena.

Salvaleón: el principio del fin. Los esfuerzos por hacer de Salvaleón un pueblo próspero habían resultado infructuosos y aunque se le habían otorgado muchos privilegios, la vida en la vieja villa no acababa de cuajar.

En 1414 el ya citado comendador frey Juan de Salazar decidió trasladar la capital de la encomienda a Eljas, por considerar que esta otra villa estaba mejor comunicada y más en el centro del territorio a él encomendado. Fue el principio del fin de la presunta Interamnia romana. La encomienda pasaría a llamarse de Salvaleón y Eljas, aunque en el siglo XVI le quedaría únicamente el último nombre.

Orden de Alcántaradiócesis de Coria: ¿un lío de nunca acabar? Da la sensación de que nuestros antepasados cuando no tenían con quien pelearse se peleaban entre ellos, al menos jurídicamente.

Entre la Orden de Alcántara y Coria -bien fuera el obispo, o bien el concejo de la ciudad- nunca hubo demasiadas buenas relaciones por los lógicos conflictos de intereses y los pleitos entre unos y otros fueron numerosos. A título de ejemplo veamos dos de ellos.

En 1411 los vecinos de Santibáñez, Salvaleón y Moraleja (con la posible anuencia de la Orden) se negaron a pagar al obispo de Coria las décimas, tal y como se había acordado en las diversas concordias firmadas dos siglos antes entre la Orden y la diócesis, y tal como se había venido haciendo. El obispo, fray García de Castro Nuño, recurrió ante el gobernador de la Orden con amenaza de recurrir más alto si sus derechos seguían siendo conculcados. Resultado: los contestatarios tuvieron que pagar.

Si alguien cree que a partir de entonces todo fue bien está muy confundido. Segundo ejemplo: en 1434 el maestre dom Gutierre del que ya hemos hablado y tanto hemos de hablar hubo de firmar con la ciudad de Coria un convenio “por bien de paz, e de sosiego, e por quitar questiones, contiendas e debates entre esta dicha ciudad, e vecinos, e moradores della, e de su tierra, e de las villas de Santibáñez, e Gata, e Fresno, e Moraleja,..., e sus términos, e jurisdicciones havían acaescido, e acaescían de cada un día, sobre el beber de las aguas, e el pacer de las yerbas, con sus ganados, unos en términos e deessas de los otros, e los otros en términos, e jurisdicciones, e deessas de los otros”. Bueno, pues a pesar de las buenas intenciones los líos continuaron hasta el siglo XIX.

SantibáñezGata: imitando a los mayores. Y si los grandes Coria y la Orden se peleaban, los chicos no iban a ser menos. ¿Cuántas veces hemos hablado ya de las tradicionales diferencias y enfrentamientos jurídicos entre Gata y Santibáñez? En 1414 y para que el ánimo no decayera la villa de Gata amojonó los términos de su dehesa del Fresno, en teoría para evitar conflictos con Santibáñez. Se conoce que el amojonamiento se hizo a modo y manera de los gateños ya que los vecinos del pueblo presuntamente hermano, Santibáñez, pusieron el grito en el maestre. Como al hombre medieval le importaba muy poco el tiempo el lío aún seguía catorce años después. El maestre frey Juan de Sotomayor, encargó entonces al comendador de Salvaleón frey Juan de Salazar que solucionase de una vez y para siempre los conflictos de límites entre las dos villas citadas. Vano intento. En 1439 otro maestre, dom Gutierre de Sotomayor, tuvo que intervenir de nuevo. Lo hizo a favor de Gata. Y en 1450, en el Capítulo General de la Orden de Alcántara en el que se trataron –además de otros asuntos nuevos problemas de demarcación entre Gata, Santibáñez, Torre y Villasbuenas. (Creemos que hoy, primeros años del siglo XXI, las cosas andan un poco mejor).

Torre de don Miguel se hace villa. No sólo era Gata quien quería sacudirse el dominio de Santibáñez, de su comendador dicho con más propiedad. Otro tanto le sucedía a Torre de don Miguel.

El pueblo iba creciendo y con el crecimiento llegaba la escasez de tierra. Sabedor de ello el maestre don Juan de Sotomayor que andaba por Gata, además de confirmar privilegios anteriores les concedió (18 de septiembre de 1426) la clásica dehesa boyal que tenía cualquier pueblo que se preciase, esto es: terrenos para pastos de los bueyes y labrantíos para cereales, segregándola de los baldíos de Santibáñez. Es lo que actualmente se conoce como Dehesa de pasto y labor y del Arenal.

La tal dehesa boyal no debía ser suficiente para las necesidades de los vecinos de Torre y por ello el mismo maestre, tres meses después, les otorgó tierras a censo (en propiedad pero pagando una cantidad anual) que debía entregarse al Clavero de la Orden el día de San Miguel de cada año.

Ante el crecimiento de Torre de don Miguel fue necesario deslindar su término. Con el de Gata de hizo en 1428, siendo encargado de ello el comendador de Salvaleón y Eljas, frey Juan de Salazar.

Pero todo ello no bastaba. Alcanzada un cierto nivel de progreso económico los pueblos exigen, siempre, mayor libertad política. Torre de don Miguel, que como acabamos de ver iba creciendo, pedía esa mayor libertad. En fecha que ignoramos, pero en todo caso entre 1426 y 1441 logró el ansiado fuero, la ansiada condición legal de villa o lo que es lo mismo: tener ayuntamiento y la jurisdicción civil y criminal, alta y baja, y mero y mixto imperio, según la fórmula cancilleresca tan ampliamente repetida en los documentos similares de la época, es decir: la capacidad de juzgar, en primera instancia todo tipo de asuntos e incluso los que llevaban implícita la pena de muerte, sin perjuicio -claro es- de recurrir en alzada a la justicia real. El correspondiente rollo, símbolo de esa jurisdicción, aún subsiste.

¿Quién otorgó el villazgo a Torre de don Miguel? El mejor conocedor de la historia de esta villa -y uno de sus hijos más ilustres- don Telesforo Torres González piensa que pudo ser don Juan de Sotomayor, quien tantas muestras de aprecio había dado por ella; pero, don Telesforo dice también que no hay pruebas documentales de esa concesión. Nosotros creemos que debió ser su sobrino y sucesor don Gutierre de Sotomayor, de quien se dice que había pasado su niñez en esta villa; la concesión del villazgo pudo ser el premio al cariño recibido entonces; pero, tampoco tenemos pruebas documentales.

El comendador de Trevejo metió la pata. Durante los últimos años del reinado de Juan II el comendador de Trevejo, para no ser menos que sus congéneres, también quiso tener su litigio particular.

Don Frey Nuño de Cabrera, bailío comendador de Trevejo, muy en su papel de protector e impulsor del desarrollo de su encomienda quiso repoblar y repobló Villasrubias, lugar que casi había sido destruido durante las guerras con Portugal y en las múltiples escaramuzas ocasionadas por los ambiciosos infantes de Aragón. Puso en la villa una horca, además de para lo que todos imaginamos, como símbolo de su jurisdicción, e incluso levantó una torre fortificada. Ciudad Rodrigo protestó, por entender que aunque el señorío en el nombramiento de justicias correspondía al comendador de Trevejo, el resto de la jurisdicción civil le correspondía a la ciudad la cual no consentía que se hiciesen fortificaciones en su tierra sin la autorización del concejo mirobrigense. Frey Nuño de Cabrera tuvo que deshacer su hermosa obra de vanidad.

El convento de San Miguel, en San Martín de Trevejo. No todo iban a ser enredos y discordias. También había remansos de paz: los conventos, que iban aumentando.

Recordemos, una vez más, que según se dice san Francisco de Asís había recorrido la Sierra, que había fundado o deseado fundar al menos un convento y numerosos eremitorios. Algunos de ellos, debieron establecerse sin regulación canónica. Fue la situación inicial del ya citado del Hoyo en Gata.

Otro tanto sucedió con el de San Martín de Trevejo, hasta que en el año 1452 el papa Nicolás V autorizó la erección del que casi de forma inmediata sería el famoso convento de San Miguel (y que de los numerosos que hubo en la zona es el único que se mantiene en pie aunque hoy sea una hospedería de la Junta de Extremadura).

Los hijos de un hombre célibe. Hemos hablado ya de aquel gran extremeño que fue frey Gutierre de Sotomayor, el maestre alcantarino de tanta influencia durante el reinado de Juan II y que tanto se había preocupado por la Sierra como ha quedado dicho. (Además de lo ya expuesto digamos que en 1450 eximió a los vecinos de Villasbuenas de pagar castillería.

Pero vayamos a las horas finales del maestre. Durante los años de maestrazgo había acumulado una considerable fortuna a título personal, no en beneficio de la Orden, y a pesar de su voto de castidad había dejado hijos por media Extremadura. En pura legalidad de la época ninguno de tales hijos tenía derecho alguno a herencia paterna, por ser todos ilegítimos; pero don Gutierre debía ser un padrazo e intrigó -y pagó- lo suficiente para que el mismo papa le autorizase a dejarles hijos todo aquello que no perteneciese a la Orden. En 1453 dictó testamento en Zalamea; en él reconocía hasta quince hijos: seis varones y nueve hembras, aunque es de suponer que dejaba bastantes más porque había legados para unas cuarenta mujeres a las que sin ninguna duda algo tendría que agradecer.

En esa hora fatídica el maestre ni se arrepiente ni se avergüenza de nada. Las costumbres de la época no veían mal los que hoy juzgaríamos como excesos e incluso los tales excesos estaban hasta santificados; se estaba ya en el Renacimiento y se decía, y nadie se llevaba las manos a la cabeza, que por las calles de Roma paseaban los cardenales con los frutos de sus bellos pecados.. Además de la autorización papal para reconocer a los frutos de sus bellos pecados, sus hijos, a don Gutierre su buen amigo el rey le había autorizado para crear mayorazgos, es decir, a dejarles una cuantiosa herencia. No era el primero, ni sería el último de los grandes personajes de la iglesia que obrasen de forma similar. Hablemos únicamente de quienes, de entre esos hijos, tuvieron relación con la Sierra.

Por el testamento del maestre sabemos que uno de sus hijos era frey Rui Gonzalo de Sotomayor, al que había hecho comendador de Trevejo cuando murió frey Nuño de Cabrera (el comendador que metió la pata en Villasrubias). Además de la encomienda le dejaba doscientas vacas y mil quinientas ovejas, que ni entonces ni hoy eran una cantidad desdeñable. Posiblemente también fuese hijo suyo, aunque en este caso no reconocido, frey Vasco de Valladares a quien se le dejaba “el lugar de Villa Rubio(sic) de la encomienda de Trevejo con todas sus rentas, para que viva por todos los días de su vida”, es decir, sin segregarlo de la encomienda.

Por lo que se ve en el testamento, el maestre de la Orden de Alcántara decidía sobre una encomienda de la Orden del Hospital como si se tratase de algo propio. Ello se debía, como ya hemos apuntado, a que casi todos los maestres alcantarinos del siglo XV fueron a su vez priores de la Orden del Hospital en Castilla. Ese nombramiento nos viene a confirmar de forma indirecta que la encomienda de Trevejo, una isla dentro del territorio de la Orden de Alcántara, fue administrada durante un tiempo por ésta. Desde frey Rui Gonzalo de Sotomayor en adelante conocemos, casi sin interrupción, la lista de los comendadores de Trevejo, quienes ejercieron su cargo en nombre de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén.

Otro de sus vástagos reconocidos, en este caso hija, era doña Catalina de Sotomayor, “que está en Sancti Espíritus de Baldárragos” a quien dejaba cien vacas y quinientas ovejas y como la tal doña Catalina era monja tal ganadería le debió venir muy bien a sus compañeras de convento, las cuales y por lo dicho al hablar del ermitaño del Hoyo no debían tener una economía saneada.

Hubo, incluso sigue habiendo, gente en la Sierra que llevó, y lleva, el apellido Sotomayor. ¿Son descendientes del maestre? Todo puede ser, pero éstos Sotomayor de hoy son bastante más morigerados que su presunto antecesor.

Sierra de Gata en la Baja Edad Media. Pequeñeces durante el reinado de Juan II