viernes. 19.04.2024

Funeral por los alcaldes

Hace años que vengo manteniendo que la mayoría de la gente piensa que para ser político o peón de algo no hace falta cualificación profesional de ningún tipo; es decir, que para político o peón vale cualquiera. Y así nos va. Hace años que vengo manteniendo que cuanto más alto está un político más ignorante es de la realidad de los pequeños problemas del país.

Hace años que vengo manteniendo que la mayoría de la gente piensa que para ser político o peón de algo no hace falta cualificación profesional de ningún tipo; es decir, que para político o peón vale cualquiera. Y así nos va.

Hace años que vengo manteniendo que cuanto más alto está un político más ignorante es de la realidad de los pequeños problemas del país. Es cierto que esos pequeños problemas no desestructuran la nación, pero son los que nos hacen más felices; son algo similar a un dolor de muelas que desde el punto de vista médico es casi intrascendente pero que nos amarga el día cuando lo sufrimos. Ante el dolor de muelas a nadie se le ocurre ir a visitar al médico encumbrado sino al más próximo médico de familia; ante el pequeño problema de la vida ordinaria ninguno recurrimos a los ministros ni a los grandes budas de la política sino al alcalde o al concejal, quienes nos caen más cerca, viven junto a nosotros y tienen los mismos problemas. Es decir, a los que como ciudadanos de a pie realmente necesitamos son a los políticos también de a pie, pero a éstos, los políticos de despacho quieren eliminarlos.

Ahora, por aquello del déficit público a bastantes de los iluminados que dicen querer gobernarnos se les ha metido en los pulmones (he dicho pulmones, que soy muy fino hablando) que para ahorrar es preciso eliminar el cincuenta por ciento de los ayuntamientos y todas las diputaciones provinciales. Les es indiferente que las diputaciones no tengan prácticamente deuda y que la de los ayuntamientos sea asumible un gran medida. Se les ha ocurrido esa presunta genialidad de suprimir ayuntamientos y ya ésta, no les valen razones; aunque muchos de ellos son ateos todos están dispuestos a creer que han sido designados directamente por el Altísimo y que por lo tanto son vicarios de Dios y en consecuencia infalibles. Piensan que ellos, los vicedioses de los grandes despachos o mansiones, están acertados y nosotros, las personas presuntamente normales, somos tontos e ignorantes. Por lo tanto, porqué sí, porque ellos saben lo que nos conviene y nosotros no, muchos de nuestros ayuntamientos serán suprimidos y absorbidos por otros. No les importa que el ayuntamiento absorbente –y por lo tanto sus vecinos- tengan que pagar la deuda de los absorbidos. ¡Qué más les da si a ellos no les afecta directamente!

Imagino a miles de alcaldes de pequeños pueblos con manías de grandeza intrigando y lisonjeando a los caciques territoriales para que sus ayuntamientos no sólo no sean suprimidos, sino que se les agreguen los de los pueblos de al lado. Los más pelotas, y al margen de cualquier consideración racional (geografía, comunicaciones, medios de vida, recursos propios, etc.) serán los ganadores de esa batalla incruenta que eliminará uno de nuestro principales signos de identidad personal: dejaremos de ser de donde siempre hemos sido y pasaremos a ser del pueblo de al lado con el que siempre nos hemos llevado cordialmente mal.

¿Y qué se ahorrará con la supresión de ayuntamientos? ¿Sueldos de alcaldes y concejales? ¿Sueldo del secretario y otro personal administrativo? Es cierto que muchos alcaldes cobran sueldos desmesurados; otro tanto puede decirse de los concejales con dedicación exclusiva. Bastaría con que una norma legal limitase la autonomía municipal para que esos sueldos innecesarios y sin sentido dejaran de existir; bastaría con que no se ampliara el número de funcionarios. Los ayuntamientos funcionarían igual o acaso mejor y tendrían más dinero para prestarnos servicios. Y si, además, se introdujera una cierta racionalidad en las fiestas, pues miel sobre hojuelas.

Y cuando digo esto hablo por propia experiencia personal. Durante tres años fui alcalde, constitucional, por supuesto. Conocía a los demás alcaldes de la Sierra. Todas nuestras localidades tenían bastante más población que ahora. Ninguno teníamos dedicación exclusiva, vivíamos de nuestro trabajo. Lo mismo ocurría con los concejales. No nos tirábamos horas y horas en el despacho aparentando hacer algo y sin hacer realmente nada. Y aunque no estábamos siempre en la casa consistorial solucionábamos los problemas sin excesivas demoras y no nos inventábamos obras grandiosas e innecesarias ni dedicábamos gran parte del presupuesto a las fiestas del pueblo. Cuando no teníamos dinero para prestar un servicio o adquirir un cacharro nos poníamos de acuerdo con el pueblo de al lado y lo hacíamos conjuntamente.

Hoy esa labor de cooperación intermunicipal se hace a través de las mancomunidades de municipios, pero éstas se han burocratizado sin que haya disminuido en la misma proporción la burocracia municipal.

Cuando se supriman muchos de los actuales ayuntamientos será preciso nombrar alcaldes pedáneos o de distrito y juntas vecinales en los pueblos que lo hayan perdido. Los alcaldes pedáneos y los junteros querrán cobrar el mismo sueldo que los alcaldes y concejales actuales; el presunto ahorro no existirá. Además, el vecino que tenga que rellenar un papel tendrá que desplazarse a la nueva capital municipal lo que le supondrá un gasto que ahora no tiene. Pues, para ese burro viejo no hacen falta nuevas alforjas, como dice la vieja sentencia.

En resumen: no creo que sea necesario suprimir ayuntamientos, pero sí creo que hace falta introducir racionalidad en su gobierno y, acaso sea lo más necesario, potenciar las mancomunidades aunque suprimiendo en ellas el personal superfluo.

Aunque parece ser que hay dirigentes nacionales que, realistas, se oponen a esas supresiones forzosas, la experiencia nos viene a decir que al final se impondrán los vocingleros, los bocazas más ignorantes, los que creen que fuera del partido no tienen salvación, quienes bajo ninguna circunstancia están dispuestos a reconocer su ignorancia y a trabajar normalmente como cualquier ciudadano normal. Y es que, como también se dice en mi pueblo: como un tonto coja una vereda la vereda se acabará pero el tonto seguirá caminando.

Funeral por los alcaldes