jueves. 28.03.2024

Leyendas de princesas encantadas, Miramamolines Y Tesoros Escondidos en la Arabesca Sierra de Gata (III)

Ese día, Ángeles, había llevado a pastar al rebaño de cabras de la familia a un lugar de Jálama; al que solía ir por estas fechas del año, cuando el estío era inclemente con las personas y los animales

Ese día, Ángeles, había llevado a pastar al rebaño de cabras de la familia a un lugar de Jálama; al que solía ir por estas fechas del año, cuando el estío era inclemente con las personas y los animales.

La jornada se presentaba como una más de las muchas de las que había vivido desde que era niña; pero el destino le tenía reservada, esta vez, una increíble sorpresa.

Nada más llegar al prado del Chorrito de en Medio, sus cabras se repartieron por toda la extensa finca buscando los brotes más tiernos de una hierba escasa; mientras que ella, como tenía costumbre, se dirigió hacia unas rocas ciclópeas entre las que se solía cobijar de los fenómenos atmosféricos. Sin haber terminado de campar el morral, y sus pertenencias; descubrió, con gran asombro, un bazar de ricas telas y bellos objetos de oro y plata; todo ello adornado con abundante orfebrería; tras de lo cuál se encontraba un apuesto príncipe oriental con una servicial fémina.

Ángeles, no pudiendo resistir su codicia, tomó una pequeña jarra de oro; mientras sus ojos se iluminaban al sentir el frío entre sus manos del áureo metal.

¡Deja eso en su sitio, aún no te lo has ganado!- exclamó el encantador príncipe. Sin más se levantó y sonriéndole, le dijo con voz aterciopelada:

-Vuelve de aquí en un año, pero tú sola, y de esa forma todas estas riquezas serán tuyas. Mientras tanto en aquél cerro que hay a tu espalda podrás encontrar otro tesoro de menor tamaño; pero que cubrirá tus necesidades durante este año.

Ángeles se giró rápidamente para ver a qué cerro se refería y cuando se tornó de nuevo para preguntar al príncipe el sitio exacto; éste, su acompañante y las magníficas riquezas ya no estaban; se habían esfumado como por arte de magia.

La pastorcilla encerró el ganado y se fue hasta el pueblo a toda prisa. Cuando llegó a casa contó a sus familiares y amigos lo sucedido, nadie daba crédito a lo que la adolescente relataba. Aún así al día siguiente el cerro señalado por el benefactor príncipe era un hervir de gentes que con picos y palas aguijoneaban al recio montículo. Pasados varios días las gentes desistieron de lo que ellos creían una locura transitoria de una joven pastorcilla.

Sin embargo, se cuenta que una familia de San Martín de Trevejo continúo con las excavaciones, dando con el tiempo con el preciado tesoro.

Ángeles volvería al año a su cita con su ensoñado príncipe oriental, pero no pudo evitar que sus familiares y amigos se empeñasen en acompañarla; por lo que ante el incumplimiento de lo pactado, el aristócrata oriental declinó aparecer. Perdiendo, Ángeles, en el triste plazo de un año, dos magníficas fortunas que le habrían cambiado su humilde situación económica.

Relato basado en el Libro Supersticiones Extremeñas de Dº Publio Hurtado. Pág. 149.

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