jueves. 28.03.2024

168 Las emociones hablan

En algunos tipos de medicina no oficial, no se separa el mundo de las emociones de la realidad del cuerpo físico. Cada órgano es la materialización de una corriente de energía inteligente, que comprende desde la expresión emocional hasta la función psíquica.

De acuerdo con esta visión, el miedo afecta al riñón, la ira altera la función normal del hígado y el exceso de alegría desordena el corazón. La tristeza afecta al pulmón y las obsesiones al bazo.

Puede parecer una visión arbitraria, pero tiene un gran valor práctico mirar la mente y el cuerpo, no como dos cosas separadas, sino como una unidad de conciencia, que repare esa unión, que un día se perdió debido a las superespecializaciones de la medicina moderna.

Nada está separado de nada, todo lo que vemos forma parte de una inmensa red cuántica densamente interconectada, cuya consecuencia es la conectividad entretejida de los organismos vivos. Y el hombre es la cúspide de esa conectividad, en la que todo se relaciona con todo y cada parte es el reflejo de la totalidad.

Desde este punto de vista, no hay enfermedades locales, todos los síntomas son manifestaciones de una alteración sistémica. Lo cual nos lleva a contemplar el cuerpo como un conjunto de componentes indivisibles, comunicados armónicamente entre sí.

La clave de la salud estaría, desde esta visión, en una comunicación armónica, pues más que un cuerpo seríamos, nuestro lenguaje, nuestras creencias, nuestra cultura, y también en nuestra relación entre moléculas, corrientes eléctricas y campos magnéticos. Todos ellos son la expresión de un campo único: la conciencia.

Si nos hiciéramos conscientes, de que detrás de cada emoción, con cada alegría, detrás de cada dolor, existe una lección por aprender, nos liberaríamos de la forma más sutil de la ignorancia: el alfabetismo emocional.

Así en lugar de temer y reprimir nuestros impulsos, podríamos canalizarlos, descubrir que las emociones destructivas son solo emociones retenidas, que algún día se desbordan y nos poseen; podríamos tomar posesión de nuestro potencial emocional para que por fin, el jinete de nuestra mente, pudiera hacerse amigo del caballo de nuestras emociones, y cabalgaran, así, en armonía.

Con esta perspectiva, el temor inteligentemente canalizado, nos puede ayudar a aprender la lección. Cuando la ira no es reprimida ni desbordante, nos conduce desde la autoafirmación, hasta el sentido de la justicia, con nosotros mismos. La alegría nos puede conducir a la gracia, a la gratitud de aquel que piensa, siente y vive desde el corazón. La tristeza nos puede llevar a la profundidad interior de la serenidad y la obsesión podría ser tan solo, la materia prima de ese estado de conciencia en que nuestra vida vuelve a ser sagrada.

Las emociones no son buenas ni malas, en sí mismas, pues son preciosas estrategias de aprendizaje en nuestra vida.

Hasta otro día amigos.

Un abrazo

Agustín

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