jueves. 28.03.2024

202. El final (1)

Nada impide pensar que nuestro universo actual sea la expansión de otro universo anterior que se contrajo. Sería algo así como un péndulo, oscilando indefinidamente entre expansión y contracción

El final
El final

 Hoy sabemos cuándo comenzó el universo: hace 13-15 millones de años. ¿Podemos saber también cuándo acabará, si es que acaso va a acabar? La respuesta depende de la opción  que tomemos. Dos tendencias son hoy predominantes en la ciencia. 

La primera, cuantitativa,  da centralidad a la materia visible (5%) y oscura (95%), a los átomos, a los genes, a los tiempos, a los espacios y al ritmo de desgaste de las energías. Entiende el universo como la suma global de los seres  y cosas realmente existentes. 

La segunda, la cualitativa, considera las relaciones entre los elementos, la forma como se estructuran los átomos, los genes y las energías. No basta decir: este aparato de televisión está compuesto por tales y tales elementos. Lo que constituye un aparato de televisión es la organización de esos elementos, ligados a una fuente de energía y de captación de imágenes. En esta segunda comprensión, el universo está formado por el conjunto de las relaciones. 

Cada una de estas dos opciones se funda en algo real no imaginario, y proyecta su visión del futuro del universo. 

La visión cuantitativa dice: estamos en un universo cerrado, aunque en expansión continua, y equilibrado por las cuatro fuerzas: la gravedad, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte. No sabemos si el universo se expande más y más hasta diluirse totalmente, o si llega a un punto crítico y comienza entonces a retraerse sobre sí mismo, hasta el punto inicial, densísimo de energía y de partículas concentradas. Al big ban inicial, la gran explosión, se opondría el big crunsh, la gran implosión. 

Nada impide pensar que nuestro universo actual sea la expansión de otro universo anterior que se contrajo. Sería algo así como un péndulo, oscilando indefinidamente entre expansión y contracción. Otros lanzan la hipótesis de que el universo no conoce ni expansión total ni retracción completas. Simplemente, estaría latiendo como un inmenso corazón. Pasaría por ciclos: cuando la materia alcanzase cierto grado de densificación, se expandería; cuando, por el contrario, alcanzase cierto grado de refinamiento, se contraería en un movimiento perpetuo de ida y vuelta sin fin. 

De todas formas, dice esta comprensión, fundada en la cantidad, el universo tiene un fin inevitable, por fuerza de la ley universal de la entropía. Según esta ley, las cosas se van desgastando inevitablemente: nuestras ropas se deshilachan, y nosotros vamos gastando nuestro capital energético hasta que nos morimos. Las galaxias se deshacen en inmensas nebulosas. Nuestro sol, dentro de cinco mil millones de años habrá quemado todo su hidrógeno, y cuatro mil millones de años después, habrá quemado todo su helio. En ese ocaso  habrá calcinado a todos los planetas a su alrededor, incluso a la Tierra, y terminará siendo una enana blanca. En otras palabras: todos, el universo, la Tierra y cada uno de nosotros caminamos irremediablemente hacia la muerte térmica, hacia una situación de oscuridad, en un espacio prácticamente vacío, atravesado por unos fotones y neutrinos perdidos. Un colapso total de toda la materia y de toda energía. Un inevitable ocaso de todas las cosas. 

Pero, ¿será ésta la última palabra, aterradora y sin ninguna esperanza? ¿No habrá alguna otra lectura posible de la evolución del universo que venga al encuentro de nuestro deseo de vivir, de  vivir eternamente? ¿Después de todo esto, no habrá algo más?

Hasta otro día.

Un abrazo.

Agustín

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202. El final (1)