Mi hija tiene doce años. Cuando tenía tres, la matriculé por primera vez en una Academia de inglés en la que lleva estudiando hasta día de hoy. Esto le ha servido para avanzar bastante en este idioma al tiempo que ha ido vaciando cada mes mis precarias arcas de funcionaria de sueldo recortado una y mil veces por el señor presidente del Gobierno de la nación.
A los dieciséis –le he dicho siempre- seguirás estudiando inglés en la Escuela de Idiomas. Me resulta mucho más económico, funciona estupendamente, con claras garantías de aprendizaje. Pero el señor Rajoy (o Wert, o quien sea) me tenía otra sorpresa – me asusta pensar cuántas más me esperan en el camino- guardada bajo la manga de su impecable traje chaqueta. Ahora pretende, basándose en su política de ahorro, desviar profesorado de EOI a institutos con el fin de hacer desaparecer o adelgazar al máximo las actuales Escuelas de Idiomas.
Un ataque más a la enseñanza de calidad; un Proyecto de Real Decreto en el que se establece que “podrá incorporar a los funcionarios y profesores de escuelas oficiales de idioma como profesores en Educación Secundaria obligatoria, en Bachillerato y en Formación Profesional de las materias relacionadas con la enseñanza de lenguas extranjeras”. Su propósito real parece evidente: si se desvían estos profesores a los institutos se conseguirá hacer desaparecer las Escuelas de Idiomas.
Una vez más, no escucha. Desde los distintos sindicatos de enseñanza, se le han enviado propuestas de ayuda al ahorro. Entre ellas, la supresión de los programas de enseñanza de quince días durante el mes de julio –auténtico disparate del que ya hemos hablado en estas páginas y que a este gobierno parece satisfacer tanto. Los españoles no somos capaces de hablar otros idiomas, así que ¿para qué mantener estas Escuelas? –habrá pensado el ministro de Educación. Quien quiera aprender inglés, que se vaya a Inglaterra; venga, ahora que nos sobra el dinero para pagar un curso a nuestros hijos en Londres o en Estados Unidos, si se tercia. Y el francés, a París, mientras se disfruta, de paso, de las vistas que se ofrecen desde la torre Eiffel. Y así con cada lengua. Eso, o los idiomas, de nuevo, para los privilegiados. Y, efectivamente, a uno de estos lugares tendremos que irnos todos en busca de una enseñanza digna y, de paso, de un trabajo, que buena falta nos hace.
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