martes. 19.03.2024
DEDICADO A MI PRIMO Y AMIGO JOSé FERNáNDEZ “YEYO”, CON QUIEN TANTO QUERíA.

ACEBO. Capital del encaje de bolillos (IX)

No sabemos si A Coruña sintió el abrazo de las culturas árabes y judias, como se percibió  en Cáceres. Si amamantó su convivencia sobre el poso dejado por estas en las tierras de Galicia o tanto más en Extremadura. Difícil es buscar el origen del encaje de bolillos en las filigranas que dibujaran estas citadas culturas en las paredes de la Alhambra de Granada y en la Sinagoga de Tránsito en Toledo. Pero las almohadillas de Acebo y Camariñas dedican un guiño certero cuando vierten, por varas, las filigranas que el hilo labró en el incesante entrecruzar de los bolillos torneados sobre madera

ENCAJERAS DE CAMARINŽAS. Del Riģo. Nuevo Mundo 1914
ENCAJERAS DE CAMARINŽAS. Del Riģo. Nuevo Mundo 1914

Malas carreteras son las que se retuercen por la geografía española en este principio de siglo XX. Lo peor de todo es que así continuarán siéndolo hasta el ultimo tercio de este dicho siglo, cuando las autoridades políticas empezaron a comprender la importancia de las comunicaciones para la vida sociocultural y económica del país. Extremadura olvidada sobre campos con veredas. Carreteras de tierra para salir de las comarcas, caminos sobre cañadas, de pueblo a pueblo, para el deambular sobre las mulas. Costó mucho que respirara esta España nuestra acostumbrada a poner alambradas en las fronteras, olvidando que un día, hace tiempo ya, en sus tierras no se ponía el sol y sus carabelas saltaban sin obstáculos, todas las rayas habidas y por haber, al grito de Dios y amo.

Así es desde Carballo hasta el cabo Finisterre. Bellos paisajes de playas por descubrir entre peligrosos acantilados golpeados por temporales. Pueblos que se ocultan de la mirada por la espesa niebla. No es, por lo tanto, de extrañar que un buen día un barco, como tantos otros, naufragara en las costas de Camariñas ofreciendo el rico tejido de lino blanco que una mujer extranjera puso sobre las rápidas manos de la mujer gallega.  

En la primera década del siglo XX podían encontrarse palilladas de bolilleras al lado mismo de las estrechas carreteras de tierra, junto a las casitas de piedra. Las mujeres rurales gallegas hacían competir el musical tintineo de la madera de roble con el de las campaiñas que hacen sonar las cabras en su anárquico mordisqueo de la verde hierba de la campiña. De pronto, una mujer encajera para el rítmico sonido de los palillos y, ayudada de un cordel de cáñamo, lía el hilo en los bolillos con rápido movimiento de rotación, sorprendiendo a propios y extraños, y, sin darle al prodigio la más mínima importancia, continúa con su quehacer cotidiano de filigranas blancas, ladera abajo de la redonda almohadilla de paja.

Porque en Puente del Puerto, en la desembocadura del Río Grande, se afanan en este arte de palillar, seguras como están las encajeras de su venta a la Casa de América conocida por “Peña y Seisdedos”. No importa si hay que satisfacer las exigencias del acaparador y del comprador con etiquetas ajenas a su procedencia, lo importante es la demanda y, en ella, preparar la oferta. Cuantas más varas de encaje mejor, pues por cada una de ellas, paga esta dicha Casa, diez céntimos de peseta. Es la vara gallega, la medida conocida para esta labor, a lo que ahora decimos  83,58 cm. Algún encargo que otro, capricho de la debilidad humana, será mejor compensado.

Es este encaje gallego el que aseguramos hubo intercambio con los fabricados en el Centro Encajero de Acebo. Bolillos, patrones, picados, almohadillas y la forma de elaborar este rico entrecruzar de hilos tuvieron su ida y su vuelta, allá por el año de 1520, o tal vez mucho antes, ¡qué más da!. Quién se atreve asegurar si un encaje gallego sube o baja.     

Es curioso que siendo Camariñas centro encajero de La Coruña, allí donde naufragó el barco de la bella dama agradecida, donde la Tierra de Sonería sonríe a la Costa de la Muerte, haya habido mujeres y hombres de Acebo capaces de ofrecer la labor hermana por la comunidad gallega. Sentirían entonces la cercanía de la puntilla acebana, sabiéndose ellos cuna de la almohadilla, junto a las blancas fachadas, a la falda de las abruptas montañas y junto a las sus playas. No sabemos si La Coruña sintió el abrazo de las culturas árabes y judias, como la fue en Cáceres. No sabemos si A Coruña sintió el abrazo de las culturas árabes y judias, como se percibió  en Cáceres. Si amamantó su convivencia sobre el poso dejado por estas en las tierras de Galicia o tanto más en Extremadura. Difícil es buscar el origen del encaje de bolillos en las filigranas que dibujaran estas citadas culturas en las paredes de la Alhambra de Granada y en la Sinagoga de Tránsito en Toledo. Pero las almohadillas de Acebo y Camariñas dedican un guiño certero cuando vierten, por varas, las filigranas que el hilo labró en el incesante entrecruzar de los bolillos torneados sobre madera.  

Seguro que también cambio el serragatino encaje su original nombre por el de ciudades lejanas, traspasada la frontera de agua. No en balde fue, el encaje de Camariñas, de exposición en exposición, en cenéfico galardón. La Exposición Universal de Barcelona en 1888; la Exposición Universal de París en 1889, la Exposición Histórico Americana de Madrid en 1892; la Exposición Regional de Santiago en 1909 o la Exposición Universal de Buenos Aires en 1910-1911. Antes del año de 1914 supieron dejar en Galicia la impronta y nombre del encaje de Camariñas, para beber de él toda la costa gallega.

No, por un hecho casual, se organizaron sus mujeres por talleres y escuelas. Entre veinte y cuarenta de ellas libres de cargas familiares, pues las que las tienen se quedan trabajando en casa, acuden a formar parte del grupo de encajeras. No hay labor de campo que con esta se compare, aunque se ayude a guardar la vaca y cuidar de la huerta. Aquí se pagan seis reales diarios para el picado conocido, pues si se trata de uno nuevo serán hasta tres o cuatro pesetas. La venta por piezas, a tanto alzado. Hay que ver la calidad y la maestría en lo elaborado, nada de varas como en la vecina Puente del Puerto.

Son las escuelas bolilleras de Camariñas la idea a seguir a lo largo del siglo XX. Bien organizadas pueden generar una verdadera industria encajera. Creadas estas escuelas en torno al trabajo femenino principalmente, pueden establecerse en los centros encajeros de cada región y provincia, con un coste que no se estima caro para la producción que se espera:

Profesor dibujo    3.000 ptas.
Auxiliar dibujo    2.000 ptas.
Maestra labores    2.500 ptas.
Auxiliar labores    1.500 ptas.
Local trabajo       700 ptas.
Coste total    9.700 ptas.

Pero claro, las zonas encajeras del interior no tienen estas posibilidades de venta de sus productos en la propia cubierta de los barcos o en el transporte de estos hacia ultramar, la única opción posible sería trasportar el encaje fabricado en Almagro o en Hoyos y Acebo hacia estos puertos, para que gozaran de estas oportunidades.

 Mientras tanto, la Junta de Iniciativas, una vez aceptada la propuesta de la Exposición Nacional de Encajes, constituye en noviembre de 1914 la Comisión Organizadora de la muestra, de la siguiente forma:

Presidente de la Junta de Iniciativas:      don  Juan de la Cierva y Peñafiel.
Comisión Organizadora de la Exposición
Presidenta.-    Sra. Marquesa de Squilache,
Vocal.-     Doña Josefa Huguet.
Vocal.        Doña María de Maeztu.
Vocal.        Don Nicolás Mª. de Urgoiti.
Vocal.        Don Cristóbal de Castro.

La Comisión no se hace de rogar y, desde los primeros escarceos, se lanza a preparar el Reglamento que ha de regir la Exposición en cuanto a las instalaciones, plazos de admisión, premios y diplomas, dándole a la exposición un carácter de acontecimiento. Se propone, como fecha de celebración, los primeros días de febrero de 1915 y, como espacio, el céntrico patio del Ministerio de Estado. Todo marcha tan bien que, incluso, damas de la aristocracia han mostrado su deseo de participar con colecciones de encajes antiguos y modernos y los fabricantes comienzan a solicitar su inclusión en las listas de expositores.

El diputado gallego Manuel Lastres llegó a entregar una lista de fines en los que, según él, debe basarse la Exposición Nacional de Encajes (1):

Dar a conocer al publico español la producción nacional.

Fomentar el uso y empleo de esta clase de adornos con preferencia a todo otro de producción extranjera.

Estimular a todos los fabricantes de encajes de las distintas regiones de España, para que se entable entre ellos un saludable pugilato a fin de mejorar y expansionar la producción.

Lógicamente para conseguir estos fines son necesarios unos medios que, para Manuel Lastre, son:

Excitar a todos los fabricantes o comerciantes de encajes nacionales para que concurran a la Exposición, procurando que por el estado se den toda clase de facilidades, para que el coste de instalación y transporte de mercancías se hagan lo más económicamente posible.

Procurar un local amplio y con mucha luz.

Los expositores deben estar instalados por regiones, para que esto sirva de estímulo a instalarse bien.

Debe procurarse que las instalaciones no sólo sean de encajes sueltos, sino que debe haber instalaciones exclusivamente de prendas de ropa adornadas con los encajes, indicando así el destino y uso.

En la Comisión debe haber unas cuantas personas artistas, para ilustrar y aconsejar a los distintos expositores acerca del modo y forma de instalarse.

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1.- Para más información ver: España, Miguel (ME). “Exposición Nacional de Encajes. La industria encajera en Galicia”. Nuevo Mundo. Año XXI. Número 1.088. Páginas 14 y 15. Sábado 14 de noviembre de 1914. Biblioteca Nacional de España y Lastres, Manuel. “Exposición Nacional de Encajes. La industria encajera en Galicia”. Nuevo Mundo. Año XXI. Número 1.091. Página  34. Sábado 5 de diciembre de 1914. Biblioteca Nacional de España.

Foto 1.- Encajeras de Camariñas. Galicia. Fotos Fernando del Río. Nuevo Mundo. Año XXI. Número 1087. Página 21. Sábado 7 de noviembre de 114. Biblioteca Nacional de España.

Foto 2.- Portada de Nuevo Mundo del 28 de diciembre de 1914. Biblioteca Nacional de España. Fundado por José del Perojo, el primer número fue editado el 18 de enero de 1894. Dejó de publicarse en diciembre de 1933.

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