martes. 19.03.2024

El siglo XIX (V). La Sierra a mediados de siglo

Y ¿cómo eran entonces nuestros pueblos? Gracias a un hombre benemérito por este concepto, pero no por el  decreto de la desamortización de los bienes municipales, podemos saber algo al respecto. Ese hombre fue don Pascual Madoz quien siendo ministro requirió de todos los pueblos de España que se le enviase una breve relación sobre la geografía, historia y economía de cada localidad. Aunque en 1843 dedicaba a la reina Isabel II su famoso “Diccionario geográfico, histórico y estadístico de España...”, éste se fue publicando seriadamente, volumen a volumen entre los años 1845-1850. Los datos en él incluidos se refieren al período 1836 1845.

 

Portada del llamado Diccionario de Madoz
Portada del llamado Diccionario de Madoz

Pese a la triple finalidad enunciada en el título del Diccionario y a su indudable valor, no todo en él tiene el mismo provecho. Dada la heterogeneidad de las fuentes cada ayuntamiento y la natural desconfianza que se tiene siempre ante los requerimientos de información por parte del poder, sobre todo a efectos fiscales, cabe aceptarlo con ciertas reservas. En lo histórico tiene bastantes errores, en lo estadístico usa distintos valores para una misma unidad: hay huebras de 50 olivos, huebras de 40, y en ocasiones cuenta estos árboles por pies; en cuanto a las viñas se refiere se puede decir otro tanto, o son medidas por peonadas o lo son por cuartas; e igual ocurre con las huertas. Incluso da cantidades diferentes para un mismo concepto; por ejemplo: la contribución, que tiene un valor distinto en el artículo referido a cada localidad y en el referido al partido judicial correspondiente. 

En cuanto a la demografía es bastante de fiar:  número de vecinos, de electores, de soldados alistados, etc; fiabilidad que le viene dada porque los datos los obtiene directamente de la Administración central y no de los Ayuntamientos. 

Al número de vecinos le aplica un coeficiente de 5,47 habitantes para saber cuantos hay en cada localidad. Entendiendo que cada vecino representa a una familia, a la que se supone viviendo en una casa, según los datos facilitados debía haber un déficit de viviendas en casi todos los pueblos de la Sierra, y sobre todo en Hernán Pérez y Trevejo, donde faltaban 89 y 31, equivalentes al 59 y al 31 por ciento, respectivamente. Todo lo contrario ocurría en Torrecilla de los Ángeles donde sobraban nada menos que 32 casas, equivalentes al 64 por ciento.  Según estos datos Gata era el mayor pueblo de la Sierra. 

En cuanto a la demografía es bastante de fiar:  número de vecinos, de electores, de soldados alistados, etc; fiabilidad que le viene dada porque los datos los obtiene directamente de la Administración central y no de los Ayuntamientos. 

Al número de vecinos le aplica un coeficiente de 5,47 habitantes para saber cuantos hay en cada localidad. Entendiendo que cada vecino representa a una familia, a la que se supone viviendo en una casa, según los datos facilitados debía haber un déficit de viviendas en casi todos los pueblos de la Sierra, y sobre todo en Hernán Pérez y Trevejo, donde faltaban 89 y 31, equivalentes al 59 y al 31 por ciento, respectivamente. Todo lo contrario ocurría en Torrecilla de los Ángeles donde sobraban nada menos que 32 casas, equivalentes al 64 por ciento.  Según estos datos Gata era el mayor pueblo de la Sierra. 

Cuestión no baladí, tanto por sí misma como por el valor indicativo del bienestar social tan ligado siempre a los recursos económicos, es el del número de electores. Sin querer hacer un estudio de los diversos tipos de sufragios habidos en España a lo largo de la historia, digamos que en 1844, y en las elecciones convocadas por Narváez se exigía pagar una contribución de 100 reales para tener derecho a voto. El número de electores ascendía en aquel momento, en toda España, a 635.000, de los cuales 2.543 pertenecían a la Sierra de Gata. Es decir, que únicamente el 57,14 por ciento de los vecinos de nuestra comarca pagaban una contribución superior a los consabidos 100 reales.

Otro dato interesante para conocer mejor la estructura de la población en nuestros pueblos hacia mediados del siglo XIX es el del número de soldados alistados, en cuanto que este número puede ser un reflejo indirecto del número de jóvenes de cada localidad en edad económicamente útil ya que se alistaban todos los jóvenes comprendidos entre 18 y 24 años ambos inclusive, aunque únicamente hicieran la “mili” a quienes les tocara en el correspondiente sorteo. El pueblo que aporta, porcentualmente, mayor número de soldados es Torrecilla de los Angeles y el que menos Trevejo. 

Si examinamos cualquier pirámide de población de la época que ahora estamos estudiando podremos comprobar que el número de chicos en edad escolar (6 a 12 años) era sensiblemente superior al de jóvenes en edad militar. Mientras que del alistamiento, en principio, no se libraba nadie, la escolaridad era voluntaria. La comparación entre el número de escolares y el de presuntos soldados puede ser indicativa del interés que se daba a la cultura en nuestros pueblos. San Martín de Trevejo, según esto, es donde había ese mayor interés. En el polo opuesto parece estar Cilleros, localidad que por otra parte es la que menos y más confusos datos suministra a Madoz. 

En cuanto a las actividades económicas, no agrícolas, caben destacarse como típicas las de Eljas y Gata, localidades donde casi había un caballo por familia, ya que gran parte de sus vecinos eran arrieros, los transportistas de la época, quienes llevaban hacia tierras de Castilla, Extremadura e incluso Portugal el aceite y el vino de nuestra comarca, trayendo a cambio los cereales de los que Sierra de Gata siempre ha sido deficitaria. 

Extraño, por cuanto hoy tiene de raro, e interesante resulta el número de telares existente: nada menos que 42. Destacaba Hoyos con 14, pero habían desaparecido los de Trevejo donde según otros documentos habían sido casi una industria. 

Se cuentan hasta 132 molinos de aceite o almazaras y 80 molinos de harina. En estos últimos se molía también el pimiento para elaborar el pimentón, otra actividad también hoy desaparecida. Pero el número de unos y otros nos resultan, en la actualidad, excesivos. Da la sensación de que desaparecido el régimen señorial que solía reservar para el señor estos usos, estos malos usos la iniciativa privada se hubiera desatado y esas incipientes industrias multiplicado hasta el extremo de hacerlas a todas inviables en pocos años por la dureza de la competencia. En alguno de los pueblos de Sierra de Gata, tales como Eljas y San Martín, no se producía trigo lo que nos confirma que este cereal se seguía trayendo de Castilla, como hacía ya varios siglos.

Otras industrias que hoy nos sorprenden hayan podido existir en la comarca eran las fabricas de jabón de San Martín, Cadalso y Torre de Don Miguel, los dos lagares de vino de Villamiel y las dos cererías e igual número de alfarerías y sombrererías de Gata. 

Valverde del Fresno conservaba aún su aduana a través de la cual se exportaba el aceite hasta Oporto.  

Los presupuestos municipales apenas si daban para los gastos de personal. Sólo el secretario se llevaba, como sueldo, la tercera parte a veces más del total del presupuesto. Si tenemos en cuenta que los ayuntamientos pagaban también, en todo o en parte, el sueldo de los maestros comprobaremos cuan pocos fondos quedaban para otro tipo de gastos. Únicamente a los ayuntamientos de San Martín de Trevejo y Gata debía sobrarles algún dinero para emplearlo en otros menesteres. En relación con el sueldo de estos sufridos servidores públicos que siempre han sido  los maestros de primeras letras había casos sangrantes. Del de Villamiel, por ejemplo, se dice que cobraba “200 reales por el régimen del reloj y la corta retribución de los 50 niños de ambos sexos que concurren”. El maestro era desde mediados del siglo XVIII el encargado de dar cuerda al reloj de la torre, que según el libro de actas del ayuntamiento ya estaba viejo. 

Hemos hablado con anterioridad de las quejas de los curas rurales por la escasez de sus ingresos. Después de la desamortización de los bienes de la Iglesia, los curas recibían su sueldo, dotación, asignación llámese como se quiera del Estado, el cual debería compensar así la pérdida del poder adquisitivo del clero. Pues bien, el cura de entrada, el de inferior categoría, recibía un sueldo mayor que el de casi todos los secretarios de ayuntamiento, quienes siempre fueron, a nivel local, los funcionarios mejor pagados. 

También nos informa Madoz de otros extremos interesantes. Hablando de la provincia de Cáceres dice que el partido judicial de Hoyos, coincidente en su totalidad con la Sierra de Gata es el que daba mayor número de delitos de toda la provincia en proporción al número de habitantes: uno por cada 155,952. (En cuanto al número de delincuentes que no es el mismo que el de delitos se situaba en primer lugar de esa odiosa clasificación el partido de Jarandilla). 

En relación con el mismo tema, el artículo referido a nuestro partido judicial dice que los acusados en 1843 fueron 97, “de los que resultaron absueltos de la instancia 10, y libremente uno; penados presentes 83, contumaces 3, reincidentes en el mismo delito 2, y en otro diferente 10. Del total de acusados, 31 contaban de 10 a 20 años de edad, 42 de 20 a 40, y 21 de 40 en adelante; 82 eran hombres y 15 mujeres; 53 solteros y 41 casados; 25 sabían leer y escribir y 69 carecían de toda instrucción; uno ejercía profesión o arte liberal y 93 artes mecánicas. De tres acusados se ignora la edad, el estado la instrucción y el ejercicio. En el mismo período se perpetraron 106 delitos de homicidios y heridas, dos con armas de fuego de uso lícito, cuatro con armas blancas permitidas y 21 con instrumentos contundentes”, todo lo cual quiere decir, aunque no lo diga, que la mayor parte de los 79 delitos restantes fueron cometidos con armas de fuego de uso no lícito y armas blancas no autorizadas; o lo que es lo mismo: que nuestra comarca era un pequeño far west español, y que alguno de los 97 acusados cometieron dos o más delitos de sangre de lo contrario no cuadran las cuentas o que los autores de algunos de esos delitos no fueron hallados. El número de mujeres acusadas en relación al de hombres era de 5,4 hombres por cada mujer, lo que nos situaba en el tercer lugar de ese no grato escalafón. Digamos también para lavar un tanto la fama de nuestros antepasados que muchos de los delitos debían ser de contrabando, de los cuales se dolían mucho, como hacendistas, los miembros del equipo de redacción del Diccionario.  

Y para ir rematando la cosa se nos cuenta que “los naturales de la Sierra de Gata o partido de Hoyos son sobrios en la comida, laboriosos y apegados a su país, pues con dificultad creen que hay otro mejor; (y ¿acaso hay otro mejor?, decimos nosotros); pero dados a riñas y pendencias, consecuencias de su carácter duro y áspero y por el abuso del vino, siendo frecuentes los golpes de navajas y palos, de que resultan repetidas muertes, cuyos excesos suceden casi siempre los días festivos. Hay, sin embargo, un principio fecundo de moralidad que reconoce por origen la propiedad, de que participan en menor o mayor escala los habitantes; todos cultivan o administran personalmente sus cosas; nunca fue allí considerable la amortización. La clase rica es sumamente independiente, raya en orgullosa, que debe atribuirse principalmente al aislamiento en que ha vivido. Las mujeres son bastante bien parecidas y despejadas y suelen llevar la dirección de las casas. La diversión favorita del pueblo es el baile en las plazas al son de tamboril y gaita; y las novilladas”. Hoy afirmamos con rotundidad que “los naturales de la Sierra de Gata o partido de Hoyos son sobrios en la comida, laboriosos y apegados a su país” y que  las mujeres siguen siendo “bien parecidas y despejadas y suelen llevar la dirección de las casas”. Creemos que casi todas las cualidades negativas que Madoz atribuía a nuestros antepasados han desaparecido; cabría, no obstante, preguntarse lo mismo sobre la clase rica.  

Pero la Sierra también tenía buenas cosas. “Se disfruta en todo su ámbito de excelente temperatura...sus enfermedades son escasas. Se encuentran ancianos de 90 años y no es raro ver a los de 70 ocupados de continuo en las faenas del campo”. Y malas: “ En cambio se sufre mucho de la dentadura, siendo rarísimo el que la conserva útil a los 20 años”. . 

En lo que ya se parece menos nuestra comarca a la descrita por Madoz es en lo de “críanse, por último, ciervos, jabalíes, corzas, lobos, zorras, conejos, perdices y demás caza común, y abunda la pesca de truchas, anguilas y peces en el río Árrago y las riveras de Gata y Acebo”. 

Del amor de Villamiel hacia su santo patrón el papa Celestino V (el predecesor de Benedicto XVI en lo de dejar el pontificado) o San Pedro Celestino como se le llama aquí se han dicho muchas cosas raras e incluso verdaderas tonterías. Por ejemplo: nada menos que la enciclopedia Espasa afirma que cuando en esa hermosa villa no llovía se le quitaba la cabeza a la imagen del santo y se la sustituía por otra mas fea, e incluso si el agua tardaba en llegar se castigaba a San Pedro de cara a la pared, como si de un santo niñomalo se tratase. Vamos, que se supone que en Villamiel tenían un santo con cabeza de quita y pon. Si así hubiera sido los de Cilleros no hubieran podido cantar aquello de: Si san Blas, nuestro patrón/ pudiera subir la cuesta/ a san Pedro Celestino/  le cortara la cabeza. (Otros dicen San Blas el barrigón).

Creemos que tal afirmación es gratuita, entre otras muchas aparte de la verdadera devoción que se siente por el santo porque la actual imagen es de una sola pieza y esta imagen actual es la única que el autor de la nota enciclopédica pudo ver en su día, ya que la anterior fue destruida por un fuego en 1858. 

En mayo de ese año se quemó totalmente el altar de San Pedro Celestino en la parroquia de Santa María Magdalena de Villamiel debido a un fuego fortuito. Únicamente se salvó de las llamas un hueso que como reliquia del santo se veneraba (y se venera). Ello se tuvo por milagroso y la cofradía de San Pedro, en sesión plenaria y extraordinaria, quiso que en el acta correspondiente quedase constancia del suceso y “dejar a la posterioridad hecho tan notable y prodigioso para gloria de nuestro santo, 6 de mayo de 1858”. De conformidad con la voluntad de los antepasados volvemos a recoger aquí la noticia con la sana intención de darle más perdurabilidad. 

Ahora, año 2013, unos políticos dicen que hay que suprimir ayuntamientos y otros que no, que hay que dejarlos como están. Esta discusión no es nueva y siempre lo fue, y lo sigue siendo, por cuestiones presupuestarias. A consecuencia del proceso desamortizador muchos ayuntamientos perdieron viabilidad económica. Eso es lo que le pasó al de Trevejo, el cual antes tampoco debía andar bien. 

Como consecuencia de ese mayor empobrecimiento, Trevejo que no podía mantener los escasos servicios mínimos que la legislación decimonónica exigía a los ayuntamientos, pidió su supresión como municipio y a sus propias instancias se publicó la Real Orden de 30 de noviembre de 1859, en virtud de la cual quedó anexionado a Villamiel. Mas este matrimonio no funcionó bien, como veremos al hablar del siglo XX. Conviene recordar, no obstante, que fue un matrimonio convenido, no impuesto.

El siglo XIX (V). La Sierra a mediados de siglo