jueves. 28.03.2024

Sierra de Gata en la plena Edad Media. La vida en el románico

Aunque los estudiosos debaten sobre el tiempo exacto, los siglos, en los que se produjo el llamado arte románico todos están de acuerdo en que coincidió en parte de lo que, en líneas generales, se llama Alta Edad Media que como dice el título de la serie de artículos que venimos dedicando a ella comprende los siglos XI a XIII

 

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Cruz procesional de la iglesia de San Juan Bautista, en Trevejo. Museo Provincial de Cáceres. (Dibujo de Agustín Flores).

Puesto que el protagonista de la Historia es el hombre y no los reyes o mandamases que figuran en los libros podemos preguntarnos ¿cómo vivía la gente en el período que más o menos coincidió con el arte románico?. Respuesta: bastante agobiada. Vamos a verlo.

Según el régimen jurídico de cada localidad y el régimen jurídico personal (puesto que no todos los hombres eran iguales) las condiciones podían variar. En líneas generales el pueblo llano, el que no era noble ni eclesiástico, el pueblo sin privilegios estaba sometido a múltiples obligaciones, pagos y servidumbres muchas de las cuales subsisten en la actualidad con otros nombres. Entre esas obligaciones cabe destacar: la fazendera (reparación o construcción de caminos; en Villamiel ha durado hasta antier y se llamaba huélliga); la castellaria (hacer otro tanto en los castillos y murallas; hubo un pleito sonado entre los concejos de Gata y Santibáñez por esa obligación); la anubda (vigilancia del pueblo o ciudad y su término para evitar ataques del enemigo); la mensajería (ser recadero, en ciertas condiciones, de la Orden o el concejo); el hospedaje (alojar a los representantes de la Orden, del señor -en alguno de nuestros pueblos del concejo de la ciudad: Coria o Ciudad Rodrigo- cuando alguno de ellos los visitaba; esta costumbre también perduró durante siglos, un ejemplo era la obligación de los ayuntamientos de dar cama a la guardia civil cuando, antes de que se mecanizase, ésta tenía que pernoctar en un lugar); el yantar (dar comida a los mismos de antes y en los mismos casos; ese servicio se podía redimir en metálico y se acabó convirtiendo en un impuesto, se produjera o no la visita; Gata mantuvo otro pleito con la Orden por ello); el fonsado que tenía dos partes: el apellido y la cabalgada (acudir a la llamada de la autoridad en caso de peligro y perseguir al enemigo) aunque ambos servicios también se podían redimir en metálico y entonces se llamaban fonsadera.

Tenía además que pagar un impuesto sobre la herencia, que si era de padres a hijos se llamaba nuncio y si entre personas que no tenían tal parentesco se llamaba mañería; se pagaban también las alcabalas, algo así como el IVA de la época; diezmos y primicias (décima parte y primeros frutos de toda producción agroganadera); montazgos, herbazgos, pontazgos, portazgos, por los motivos que caben suponerse. Y por si todo fuera poco, quedaba aún la martiniega, algo parecido a la antigua contribución (actual IBI) que se llamaba así por hacerse efectiva el día de san Martín, 11 de noviembre. Como había tantos impuestos muchos de los mandamases actuales nos dicen: -No os quejéis, que antes era peor.

Para procurarse su magro sustento el hombre del románico tenía su pequeña huerta fuera del recinto murado (pared o muralla en torno a la lcalidad), sus no muy extensas viñas y unos cuantos olivos. En algunos pueblos los de término más llano se cultivaban cereales. En Sierra de Gata más centeno que trigo. Pero, el centeno tenía sus peligros. El hongo que crece en él, el cornezuelo, es sumamente venenoso e incluso abortivo y se producían numerosas muertes

Para aprovechar o simplemente producir lo derivado de estos productos agrarios harina y pan, vino y aceite se debía usar obligatoriamente el molino y el horno, el lagar y la almazara de la Orden, del concejo o del señor (con más frecuencia de la deseada esos monopolios eran exigidos en condiciones harto lamentables; por ejemplo, en 1240 el papa Gregorio IX tuvo que prohibir a la Orden de Alcántara que excomulgase a quienes no empleasen los molinos y hornos de la Orden).

Algunos criarían palomas y gallinas, las cuales además de los fines obvios servían para poder pagar otro de los impuestos de la poca: la gallina foral, es decir, la gallina que anualmente se entregaba a los susodichos Orden o señor, en reconocimiento de su señorío (en 1659 aún se pagaba esta gallina en la Encomienda de Trevejo). El cerdo era fundamental en la economía de la gente de la época y en ocasiones los señores también exigían que se le entregase alguno (en 1651 Villamiel fue condenada a cumplir con los llamados “gajes de la marrana” u obligación de entregar al comendador de Trevejo una marrana muerta, obligación derivada de la carta puebla de la localidad otorgada cuatrocientos años antes, en 1235). Otros se dedicarían a la apicultura, ya que la miel era el único edulcorante; y todos juntos organizaban rebaños comunales en las tierras abiertas (sin cercar) que no estuviesen en hoja (sembradas) salvo en los olivares que quedaban acotados durante unos meses preestablecidos para poder recoger la aceituna. Esas tierras abiertas tendían que ser defendidas de los roturadores y acabaron llamándose defensas o dehesas (las hoy ya casi desaparecidas dehesas de la villa o dehesas del común).

Como no había dinero, y de haberlo no estaba precisamente en las manos del hombre llano, se procedía a un elemental comercio de trueque en los mercados, casi siempre de periodicidad semanal o mensual, y en las ferias, generalmente semestrales o anuales, según la importancia de la población.

Y de diversiones ¿qué? Pocas. El baile al son de la gaita y el tamboril en las tardes de los días de fiesta, que se terminaba al caer el sol y estaba rigurosamente prohibido en cuaresma; la taberna para los hombres y en algunos lugares, como Villamiel, el juego de las bolas (que no tiene nada que ver con el de los bolos) para las mujeres. Y siempre: hacer hijos, muchos hijos, la mayor parte de los cuales se agostarían, morirían deshidratados en el verano a causa de las enfermedades intestinales, pero que si había suerte y lograban sobrevivir eran una no despreciable fuente de ingresos puesto que un hijo se hace en un momento de placer, o de aburrimiento, su manutención costaba menos que la de un asno o una vaca, y si salía bueno podía ser casi de la misma utilidad.

La gente normal no solía casarse, se juntaba o se separaba-o eran juntados por los padres- sin preámbulos ni ceremonia alguna porque el noviazgo, en el sentido que le damos hoy, era poco frecuente. En caso de que lo hubiera si el mozo era del mismo pueblo que la novia, antes de que pudiera dedicarse a rondar y a hacer el burro por las noches tenía que pagar a sus congéneres la patente, es decir, una invitación en la taberna; si el mozo era forastero estaba obligado a pagar la cuartilla (de vino), manzana o piso, que por todos esos nombres se conoce a esa especie de gravamen que servía para emborrachar a los mozos del lugar. Y por supuesto: el pretendiente tenía que tener el consentimiento de sus padres y el de los de la novia e incluso pagar una dote.

Con ser lo anterior casi todo malo, lo peor era la gran diferenciación jurídica, la dualidad penal, siempre en perjuicio del débil. Un ejemplo. El fuero de Coria, que regía en gran parte de nuestra comarca, en su artículo 127 dice: “Todo aportellado que a su sennor tornar mano, corténgela...” y “todo amo que a su aportellado ferier, no peche calona”. Traducido al lenguaje actual: “Todo criado (que viva puertas adentro de la casa de su señor: de ahí lo de aportellado) que amenace o golpee a su señor, que se le corte la mano. Todo amo que hiera a su criado, no pague multa, pena, o indemnización”.

Al margen del hombre normal estaban los moros y los judíos. En esta tierra debía haber bastantes judíos e incluso algunos moros. Tanto unos como otros eran ciudadanos, si es que se puede hablar de ciudadanos en aquella época, de segunda categoría. El fuero de Coria les dedica algunos artículos, nada halagüeños, como es de suponer. Debieron ser numerosos en Acebo, muchos de cuyos actuales habitantes tienen a gala ser descendientes de judíos; en Gata, donde encontraremos un grupo de ellos en el momento de su expulsión en el siglo XVII, y en Torre de don Miguel, cuyo barrio del Cancillo bien pudo ser una aljama.

A ese hombre altomedieval, que tenía bien asumido que era “un desterrado hijo de Eva” que vivía “gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”, únicamente le quedaba como recurso la fe y la esperanza en el paraíso prometido. Sufría auténticas angustias por no poder enterrarse en sagrado y recibir sufragios por su alma. Los cementerios solían estar en el interior o en torno a las iglesias, aunque también subsistía la vieja costumbre romana de hacerse enterrar en las villas o fincas rústicas de una mediana extensión; ese es el origen de las muchas tumbas dispersas que pueden encontrarse en Gata, Santibáñez, Cilleros, Villamiel,...Las tumbas solían mirar al Este al igual que las iglesias “como lugar de donde viene la luz” y es frecuente encontrar tumbas labradas en roca “con forma antropoide, marcando la cabeza, que en algunas ocasiones tiene incluso una especie de almohada”.

El hombre medieval, tan religioso, celebraba múltiples procesiones: en la fiesta del patrón, para impetrar la lluvia, para que dejase de llover, etc. Característica general: la procesión la encabezaba la cruz, seguida por la manga y el pendón del reino. Un ejemplar de cruz procesional románica, procedente de Trevejo se encuentra en el Museo de Cáceres; en diversos pueblos de la comarca el viejo pendón de Castilla sigue, aún hoy, encabezando la procesión.

Las iglesias solían ser pequeñas y recoletas, con su cementerio al lado. Se remataban con una simple espadaña, donde se colocaban dos campanas. Nos quedan de estas iglesias la de Trevejo, de espadaña exenta y con su mínimo cementerio de tumbas excavadas en roca; la fachada Oeste de la de Valverde del Fresno; la primitiva de Cilleros, actual ermita del Carmen, aledaña al ayuntamiento; la de Descargamaría. Otras iglesias, en parte románicas son la de Hoyos su fachada oeste y la bellísima de Torre de don Miguel. Espadaña de la primitiva iglesia de Cilleros.

Románicas eran, son, también la Mujer panzuda, que se encuentra en Villabuenas y la Escarrapachá del Teso que se encontraba en Villamiel. Por su importancia le dedicaremos un artículo especial.

Quien quiera saber más sobre el arte románico en Sierra de Gata puede hacerlo en una obra imprescindible:

GARCÍA MOGOLLÓN, F.J.: Viaje artístico por los pueblos de Sierra de Gata. Cáceres, 2009.

Sierra de Gata en la plena Edad Media. La vida en el románico