martes. 19.03.2024

Siglo XIX (III). Fernando VII (1814/1833)

Después del fracaso de Napoleón en Rusia el emperador trató de quitarse enemigos. Con ese fin firmó con Fernando VII el tratado de Valençay 11 de diciembre de 1813) en virtud del cual le devolvía el trono de España. Unos meses después la totalidad de las tropas francesas se habían retirado de la península. El llamado por el pueblo “El Deseado” regresó y con el apoyo entusiasta de un grupo de diputados de las Cortes de Cádiz, del ejército y de la iglesia se convirtió en un ser indeseable, cruel y vengativo.  Uno de los personajes más nefastos de nuestra Historia. 

Torre de la iglesia de Acebo. En el segundo cuerpo se nota que ha sido borrado un escudo. ¿Era el de los duques de Alba como afirma la tradición? Fotografía de J.C. Rodríguez Arroyo
Iglesia de Acebo. Fotografía de J.C. Rodríguez Arroyo

La paz y el regreso de Fernando VII nos han dejado pocas noticias en los libros referentes a nuestra comarca. Con la restauración del absolutismo más cerril teóricamente desaparecían los cambios jurídicos introducidos por los liberales en las Cortes de Cádiz, pero realmente nada volvió a ser como antes. 

Las ya centenarias órdenes militares, por ejemplo, estaban en franca decadencia y casi nadie aspiraba ya a una encomienda por fines crematísticos, puesto que sus rentas eran escasas. En numerosas ocasiones éstas se vinculaban a instituciones piadosas, asistenciales o culturales. Ya hemos visto como durante el siglo anterior (hacia 1768) las rentas de la encomienda de Santibáñez habían pasado al Colegio Mayor de Alcántara en Salamanca. Otro tanto ocurrió en 1816 con la de Eljas. Por lo que se dice en la correspondiente acta de toma de posesión de ésta sabemos que el castillo estaba tan ruinoso que no se pudo valorar. Consta que entonces no había cementerio en su recinto como ocurre hoy y que tampoco había campanas en ninguna de sus torres. 

Los seis años de inmovilismo y represión del llamado Sexenio Absolutista (1814-1830), la pérdida definitiva de las colonias americanas, la ruina financiera del reino, favorecieron el golpe de estado del teniente coronel Riego en 1820. El gobierno liberal establecido tras el triunfo de es sublevación cerró cerca de mil monasterios y conventos como castigo a una iglesia que siempre había estado al lad del rey absolutista. El 1 de octubre de 1820 se decretó también la supresión de las órdenes militares. Los bienes de las instituciones religiosas suprimidas fueron nacionalizados y puestos en venta. Los de las órdenes militares comenzaron a venderse por Orden de 5 de mayo de 1821. Tenemos constancia de la venta de la encomienda de Moraleja que se dividió en 19 lotes y por la que se obtuvieron 4.888.393 reales. También se sacaron a subaste 14 lotes de tierra en Santibáñez y 11 en Eljas. Las cosas no pudieron ir a más por la inestabilidad de los gobiernos liberales y porque los absolutistas europeos decidieron intervenir.

Como el triunfo de los liberales en España había tenido efectos contagiosos en otros países del continente (Portugal y Nápoles) el 22 de noviembre de 1822 se firmaba en Verona el acuerdo en virtud del cual el reino de Francia debía enviar a España un ejército para librar a nuestro país, y por derivación a Europa, de la que se consideraba plaga liberal. 

El 7 de abril de 1823 los primeros soldados franceses, de los noventa y cinco mil que integraban el ejército llamado los Cien Mil Hijos de San Luis, atravesaban el Bidasoa, y comenzaron  a descender, sin ninguna oposición eficaz, hacia el interior del país. Don Juan Martín, El Empecinado, el famoso guerrillero que tanto se distinguiera en su lucha contra Napoleón y que ahora era un ferviente liberal, ante la proximidad de las tropas francesas dejó Valladolid, donde estaba destinado, y estableció su cuartel general en Ciudad Rodrigo, llevando como segundo a don Eugenio de Aviraneta. Simultáneamente el gobierno, con Fernando VII casi como rehén, se trasladaba hacia Andalucía. Llegó a Sevilla el 11 de abril. No obstante, ante la progresión de las tropas francesas los partidarios del absolutismo, y al frente de ellos la nobleza, iban en aumento. Como castigo, el gobierno decretó el 3 de mayo que se volviera a poner en vigor la ley aprobada por las Cortes de Cádiz en virtud de la cual se incorporaban a la nación los señoríos jurisdiccionales y se suprimían todas las prestaciones personales y reales que se les debiera a los señores por los pueblos o los antiguos vasallos. Dada la situación de guerra el decreto no se pudo aplicar en forma inmediata. 

El 23 de mayo hacían su entrada en Madrid las tropas que apoyaban la restauración absolutista. Al final de la primavera llegó a Ciudad Rodrigo la noticia de la sublevación de algunos pueblos de Extremadura, que habían desarmado a la Milicia Nacional y proclamado al rey absoluto.

La primera ciudad importante que se rebeló en la región contra el gobierno liberal fue Coria; a ésta, al parecer, debió seguir Plasencia y después La Vera y la serranía de Gata.          

Las tropas de el Empecinado salieron de Ciudad Rodrigo a finales de mayo, pasaron por Fuenteguinaldo y por Moraleja y dieron la vista a Coria”. 

El Empecinado acabó, momentáneamente,  con cualquier veleidad antiliberal en la comarca y quiso poner en práctica las últimas disposiciones legales. Se dice que por entonces los vecinos de Acebo, que debían estar bastante hartos del señorío de la casa de Alba y como en virtud del decreto de 3 de mayo ya no dependían para nada de ella, subieron hasta lo alto de la torre de la iglesia y picaron el gran escudo de armas de la casa ducal que presidía la plaza del pueblo. Puede ser. Hoy puede verse que la esbelta y hermosa torre tiene una herida en la parte superior.  

El Empecinado y su gente decidieron abandonar Coria el 12 de junio ante las noticias de la proximidad del cura Merino que venía apoyado por unos generales franceses. En su camino de regreso a Ciudad Rodrigo los liberales pasaron por Moraleja, Hoyos, Trevejo y San Martín, pueblo éste donde se hallaban refugiados algunos liberales de los contornos. En Trevejo obtuvieron una clara victoria sobre sus perseguidores, gracias a una estratagema urdida por Aviraneta, por la cual fue propuesto para la cruz de San Fernando y ascendido a capitán, aunque dada la posterior evolución de los acontecimientos ni el galardón ni el ascenso resultasen efectivos. Nos lo cuenta magistralmente Pío Baroja en “Aviraneta o la vida de un conspirador”. 

Poco después los realistas se retiraron y la Sierra volvió a ser ocupada por los liberales, aunque no por demasiado tiempo, ya que en septiembre el cabildo catedralicio de Ciudad Rodrigo –antiliberal- estaba pensando “seriamente en una nueva dispersión, eligiendo otro lugar de refugio, pues se le había prohibido hacerlo en San Martín de Trevejo”. En efecto, el año anterior el jefe político había prohibido expresamente que los canónigos, bastante descontentos con el régimen liberal, abandonasen la ciudad para marchar a su refugio tradicional de San Martín. Al final, los presuntos fuguistas no tuvieron que abandonar su sede. El 11 de octubre entraban en Ciudad Rodrigo las fuerzas realistas. 

Es sabido que los liberales adolecieron de ingenuidad política y de furor legislativo. Y ello fue su perdición, porque reinstaurado el poder absoluto del rey, éste en contra de lo reiteradamente prometido comenzó una dura represión sobre quienes, según él, le habían despojado de su potestad regia. Era relativamente fácil saber quienes habían sido los enemigos más destacados del absolutismo real: bastaba con examinar en los archivos los documentos de los tres últimos años. 

Los de Gata, durante los años del trienio, no habían sido diferentes a los demás liberales. Para evitarse problemas pensaron que lo mejor era borrar la historia destruyendo los documentos que la recogen. Así que en 1824 numerosos documentos del archivo municipal fueron arrojados a la calle e incendiados. No obstante, alguna mano piadosa debió recoger bastantes y gracias a ella el archivo de Gata, aunque con lagunas, conserva hoy una documentación notable.

El último vástago de la dinastía clerical de los Jerez villamelanos cuyo nombre ha llegado hasta nosotros fue don Cayetano Campos Jerez, sobrino como ya se dijo del deán don José Jerez. 

Este don Cayetano era confesor de Fernando VII, título más nominal que efectivo, pero que en su caso no se limitaba a ser una simple nota de prestigio.

La relación con la familia real era evidente. Fue nombrado grefier algo así como secretario de la Orden del Toisón de Oro, una de las más exclusivistas y prestigiosas condecoraciones que existen en el mundo, y cuya concesión, por encima de las presiones del gobierno de turno, siempre ha sido potestad personal del rey.  

Tradicionalmente el cargo de grefier había sido desempeñado por la nobleza o el cuerpo diplomático. El hecho de que lo desempeñase don Cayetano Jerez es indicio de su influencia en la Corte. 

Esa influencia debió servirle para que su primo Vicente Jerez, aquel que fuera juzgado por la Inquisición por leer libros revolucionarios a quien sin duda alguna se le habían pasado ya sus afanes reformistas, fuera nombrado en 1825 administrador de la encomienda de Trevejo, con residencia en San Martín. 

En 1827 se procedió a una reorganización de la administración de justicia en España. Se creó entonces el Corregimiento de Jálama, equivalente a un juzgado comarcal, con sede en San Martín de Trevejo. A él pertenecían, además del mismo San Martín, Valverde del Fresno, Eljas, Villamiel, Trevejo, Hoyos y Acebo. San Martín, Villamiel y Trevejo como pueblos que eran de la provincia de Salamanca apelaban, en caso de disconformidad con las sentencias del corregidor, a la Chancillería de Valladolid. Los demás, pertenecientes a la provincia de Extremadura, apelaban ante la Audiencia de Cáceres. Es decir: que al corregidor de Jálama podían dejarlo en mal lugar en dos tribunales diferentes. 

Pese al pequeño lío de competencias, San Martín de Trevejo fue ascendido teóricamente a cabeza del partido judicial de Sierra de Gata en 1832. Pero, el tal partido no se hizo realidad y siguió en funciones el corregimiento. 

Reiteradas veces hemos hablado de la necesidad de numerosos vecinos de nuestros pueblos, carentes o con escasas propiedades rústicas y sin trabajo, de tener que dedicarse al contrabando para poder sobrevivir; casi siempre era un contrabando de poca monta. Conocemos una relación de contrabandistas aprendidos en 1832; de ella se deduce que casi todos eran unos auténticos muertos de hambre, que con el contrabando no se iban a enriquecer y que los más expertos, esto es, los vecinos de los pueblos fronterizos eran detenidos en menor número que los aficionados-necesitados de los pueblos del interior. De dicha relación se deduce que en ese año fueron detenidos 1 contrabandista de Eljas, 1 de Valverde del Fresno, 7 de Acebo, 2 de Gata y 2 de Villasbuenas de Gata; los objetos con los que contrabandeaban eran: cigarros, tejidos, bacalao y sal, todo ello -salvo la sal y el bacalao- en pequeñas cantidades; casi el 50 por ciento de los detenidos eran mujeres.

Siglo XIX (III). Fernando VII (1814/1833)