jueves. 25.04.2024

Leyendas de princesas encantadas, miramamolines y tesoros escondidos en la arabesca Sierra de Gata (V)

Don Columbano era un cillerano de mundo, se había pasado la plenitud de su juventud viajando por todo el globo terráqueo. Conoció el Amazonas; desde allí viajó por los Mares del Sur, donde hizo una gran fortuna con el aceite de copra. Más tarde cansado de su vida de mercader colonial lo abandonó todo y convivió durante mucho tiempo con los temibles piratas Malayos. Hasta que alguien le habló de las maravillas de Persia y Egipto

Don Columbano era un cillerano de mundo, se había pasado la plenitud de su juventud viajando por todo el globo terráqueo. Conoció el Amazonas; desde allí viajó por los Mares del Sur, donde hizo una gran fortuna con el aceite de copra. Más tarde cansado de su vida de mercader colonial lo abandonó todo y convivió durante mucho tiempo con los temibles piratas Malayos. Hasta que alguien le habló de las maravillas de Persia y Egipto, lugares a los que se dirigió dejando mujer, hijos e infinidad de amigos.

En Persia visitó los Zigurats y la tumba del Rey Darío, allí aprendió de primera mano la escritura cuneiforme. Un buen día vio una caravana que se dirigía hacia occidente y se unió a ella; pero cuando llegó a Egipto se quedó cautivado de tanta belleza, permaneciendo en la tierra de los Faraones durante diez largos y fructíferos años. Tiempo en el que conoció la tradición egipcia de la momificación y la elaboración de papiros.

Cumplido su medio siglo de vida decidió que era hora de volver a la tierra que le vio nacer, Cilleros, un pueblecito en el corazón de Sierra de Gata. Se instaló a las afueras de la villa; haciéndose construir una hermosa casona que llenó de inmediato con todos los recuerdos de sus años de trotamundos.

Pero además Dº Columbano era un gran bromista y su humor ácido no tenía límites. Había observado desde que llegó a Cilleros que en esa población se contaban infinidad de historias de hallazgos de tesoros ocultos y que la mayor parte de sus vecinos estaban obsesionados con toparse con alguno de ellos. El origen de tanto desatino era un individuo, Dº Trifón, de carácter irascible y poseedor de una gran fortuna; que según él procedía de su capacidad de encontrar los tesoros que los moros escondieron hace siglos en estas tierras.

Ante tanta ignominia un buen día decidió gastarle una broma a sujeto tan pretencioso, que además tenía atemorizado a buena parte del vecindario. Para ello concibió un plan, con sus conocimientos adquiridos en las tierras del lejano Oriente, escribió una especie de libro con caracteres árabes, en un papel similar al de los papiros egipcios. El citado incunable, una vez finalizado, lo humedeció y escondió en un arcón de la bodega de su casa, para que cogiese olor a moho. Transcurrido un tiempo lo sacó y secó al calor de las brasas de su chimenea; de tal forma que el libro fue cogiendo un color parduzco y cierto olor a viejo.

Una vez que su aspecto a antigualla era bastante creíble lo escondió cerca de una de las fincas de Dº Trifón, dejando una parte del mismo al descubierto para que lo encontrase el incauto arrogante.

Los días fueron pasando hasta que una mañana soleada el soberbio Dº Trifón llamó a la puerta de Dº Columbano. Éste se dirigió a la misma y mientras abría el pestillo de la entrada, supo que su treta había surtido efecto.

- ¿Qué se le ofrece en esta apacible mañana, Dº Trifón?-inquirió el universal cillerano.

- Verá Usted –respondió el incívico vecino- esta mañana, cerca de la finca que tengo de la Ermita de Navelonga, en una de las tumbas escavadas en la roca, he encontrado este manuscrito, que parece ser que está redactado en la lengua de los adoradores del Profeta.

- ¿Y, por qué me lo cuenta a mí? - le respondió con aire desinteresado Dº Columbano.

- Acudo a Usted, porque algunos amigos me han confesado los grandes conocimientos que adquirió su Señoría en su largo andar por el Mundo; y por el poco aprecio que tiene Vuecencia por las riquezas terrenales. Por todo ello creo que me puede ayudar a descifrar lo que en este libro dejaron escrito los Muslines.

- ¿A cambio de qué?- preguntó el bromista serragatino.

- ¡Bueno!, como sé que Usted no le tiene querencia a las riquezas de este mundo, le ofrezco a cambio mi amistad y mis servicios.

- ¡Bien, así sea! –exclamó el trotamundos. Venga Usted de aquí en dos días y le diré lo que he conseguido descifrar de este manuscrito.

A los dos días exactos Dº Trifón se personó en la morada de Dº Columbano; aunque éste ya le estaba esperando, y en cuanto le vio le ordenó:

- ¡Acompáñeme!.

Dº Trifón, como si de un Ángel que va al Olimpo de los Dioses le siguió, sin preguntar, hasta llegar al lugar exacto en el que había hallado el libro. Allí el heredero del saber arábigo le dijo:

-Dice el manuscrito que, en este sitio, todo hombre bienintencionado y amante de estas tierras, que invierta en ellas las riquezas aquí halladas, encontrará un bien muy preciado a pocos metros del suelo.

- ¡Yo soy el elegido!- exclamó Dº Trifón-. Amo estas tierras y llevo mucho tiempo invirtiendo mis dineros en dar trabajo a estas gentes-aseveró el cínico pretencioso de las riquezas de Alá.

Allí dejó cavando Dº Columbano a tan embustero y obseso de riquezas; hasta que un buen día, transcurrido bastante tiempo, volvió al lugar. En él encontró exhausto al demente Dº Trifón, quien entre balbuceos tan sólo le dijo:

- No existe tesoro alguno….¡Me has engañado!

A lo que el trotamundos replicó:

- Nunca los hubo, pero tú se lo hiciste creer a tus paisanos. Tampoco te he engañado y por tanto el trato sigue en pie, tienes mi amistad; el bien más preciado en estas tierras. Y a cambio exijo lo pactado, tus servicios. Así es que en adelante comienzas una nueva vida.

Relato basado en el libro Supersticiones Extremeñas de Publio Hurtado. Pág. 144.

Leyendas de princesas encantadas, miramamolines y tesoros escondidos en la arabesca...