jueves. 25.04.2024

Sopla el viento en la Sierra... unas veces, suave, ligero, sedoso, que susurra de manera tenue mientras acaricia y remueve sutilmente todo lo que encuentra en su recorrido. Cuando esta brisa se suma al canto de los arroyos y riveras, que corren alegremente ladera abajo, con caudales que poco a poco se van recuperando de tiempos exiguos; a la débil voz de la fina lluvia que lentamente va calando todo el entorno, que repiquetea de forma apacible sobre el agua, sobre la tierra... genera uno de esos momentos, en los que armoniosamente mezclados dichos sonidos, podemos apreciar la belleza que guarda en su interior la naturaleza, ajena en algunas ocasiones a la vida que sustenta, y en la mayoría de los casos a nuestra indiferencia.

Otras veces el viento se convierte en ventarrón huracanado, lleno de furia y rabia, que despierta en mi interior ancestrales temores de tiempos no vividos, pero que la memoria de mi especie mantiene en lo más incógnito de su ser. En la soledad de una casa, en lo alto de la montaña, andando entre los campos... siempre su sonido me estremece, su ulular entre angostos caminos o las ramas de los árboles, árboles que se zarandean como una cuerda pulsada agitándose violentamente, otras veces su ira es acompañada por un fuerte golpeteo, tal vez de un cable... a fin de cuentas cualquier elemento aprisionado por una valla o cercado y que se revela contra su estado. Ejemplos en los tiempos que corren, que tal vez conscientemente la naturaleza nos brinda: la resistencia de los árboles a ser derribados, la rebelión de los objetos atrapados que levantan su voz ante su condición. En ocasiones no todo son victorias, y tras el vendaval me estremezco al observar árboles vencidos, grandes piedras arrastradas que las han empujado a abandonar su anterior emplazamiento; intuyo su estruendo en el momento de ceder, de someterse en un momento de debilidad.

Es ese mismo viento capaz de entrar en nuestras casas, buscando cualquier resquicio para manifestar su presencia con un intranquilizador silbido que nos advierte de su invasión, de la presencia de su frío. El mismo que juega con el resto de sonidos, enmascarando algunos, generando golpes, llevándolos y trayéndolos de tal forma que los escuchamos en un continuo vaivén, donde su volumen sube y baja según su antojo. Esos sonidos particulares, que aunque inquietantes, no dejan de mostrarnos cierto atractivo, y que sobre todo, nos limpia los oídos de aquellos ruidos e impurezas con los que a menudo los contaminamos.

Paisajes Sonoros V: Viento invernal