miércoles. 24.04.2024

El Crisol de Gata, nuevas terapias milenarias

La biodanza o la autosanación energética, el reiki, técnicas para la relajación o las constelaciones familiares son algunas de las prácticas que ofrece el centro de nuevas terapias en Hoyos; terapias que algunos científicos se toman tan en serio que están investigando su eficacia. En un espacio sereno que ofrece masajes ayurvédicos, originarios de la India, y de Shiatsu japonés y la práctica del yoga hindú o chino, también hay lugar para las nuevas danzas contemporáneas, propias del arte más urbano. Para todos los públicos y todas las edades

Clases en el Crisol de Gata
Clases en el Crisol de Gata

Desde hace ya muchos años, la Sierra de Gata es el destino para muchas personas, que cansadas de los cantos de sirena de las ciudades y de una felicidad basada en el éxito material y profesional, por el que hay que pagar un alto precio, atan sus deseos al mástil de una vida más sencilla en la naturaleza, y emigran en busca de un territorio y una cultura más cercana a su auténtica naturaleza. Son recibidos como forasteros, pues llegan a una cultura conservadora, que no es amiga de muchos de las novedades que traen en sus maletas, pero con perseverancia y buena voluntad van integrándose en estos pueblos del Norte de Extremadura. Pueblos recios y austeros, esculpidos a base de una climatología de montaña y conocedores de una sabiduría, la propia de la cultura rural, que enriquece a quien tiene la humildad de vaciarse de lo propio y abrazar el saber del otro, el diferente. 

Con la llegada de estos nuevos pobladores se van produciendo intercambios entre una intensa diversidad de perfiles humanos (poetas, dramaturgos, abogados, payasos, psicólogos, hippies, filósofos) y la más sencilla homogeneidad del paisanaje rural, lo que va transformando poco a poco la tradicional cultura rural, amén de otras influencias, como los medios de comunicación de masas que tienden a uniformizar las sanas diferencias. Esa cultura que nació asociada a los ritmos de la naturaleza y a los ritmos invisibles de las cosas del Cielo, anunciadas a diario por el repique de las campanas y que recordaban al oído atento la finitud de todo lo terreno, frente a la infinitud de una parte más etérea, que algunos creen que existe en el centro del corazón de cada hombre, va desapareciendo, diluyéndose en esa cierta corrosividad que tienen los tiempos modernos. 

Fruto de ello, una nueva cultura de lo rural se entreteje entre campesinos de toda la vida, pastores rústicos de montaña, ganaderos de dehesa, con periodistas reciclados, filósofos de universidad desencantados, biólogos que cambian el tubo de ensayo por las abejas o por la azada, entre rudos alemanes, delicados japoneses y mujerinas de toda la vida, que les ofrecen sus remedios de romero y vino y que no saliendo más allá de los lindes de su pueblo no saben ni les hace falta saber donde está Oceanía, pues saben donde tienen los pies, bien arraigados, en una tierra que todavía habla con la fuerza del silencio de una naturaleza más o menos conservada.

Y entre esos intercambios, entre las novedades que traen estos pintorescos forasteros, en sus maletas de emigrantes, llegan las nuevas terapias para el alma como la biodanza o la autosanación energética, el reiki, técnicas para la relajación o las constelaciones familiares. Terapias que algunos científicos se toman tan en serio que están investigando su eficacia, para demostrar al mundo de la ciencia convencional que tenemos que cambiar de paradigma, de la mecánica a la cuántica. Otros traen la adaptación occidental de prácticas milenarias propias de medicinas tradicionales como los masajes ayurvédicos de la india, el Shiatsu japonés, el yoga hindú o el yoga chino, (Chi Kung). Y otros desembarcan con las nuevas danzas contemporáneas y acercan el arte más urbano a lugares donde el movimiento más excitante, hasta ahora, era la cultura del folclore, que con sus sencillos movimientos te arraigaba con la tierra y con el cielo, mientras sucedía el transcurrir pausado de las eternas lluvias otoñales o las brisas encendidas del atardecer del verano.

Lo que estuvo separado por las fronteras culturales se mezcla en esta extraña aldea global en la que vivimos, y llega hasta nuestros pueblos no acostumbrados a nombres tan exóticos, de cosas totalmente desconocidas. Y de esa mixtura de nuevos y viejos pobladores y de nuevos y antiguos conocimientos nacen proyectos como el Crisol de Gata, que nació primero en el corazón de una forastera del sur, Sandra Mejías, que casada con un lugareño de Hoyos decidió dar a luz a un pequeño centro, donde esos forasteros pudiesen ofrecer al territorio que los acoge los conocimientos adquiridos en sus viajes a la India o en los conservatorios de Brasil o en las montañas de México o en las escuelas internacionales que pueblan las grandes ciudades de las que emigran, donde se aprende a autogestionar la salud a través de terapias  y prácticas milenarias que previenen en vez de curar.

El Crisol de Gata abrió sus puertas con vocación de ayuda, de donación de unos conocimientos y prácticas en las que esta mujer, y ahora, la que ha cogido el relevo, Pilar Mentuy, creían podían ayudar a las mujeres y hombres de la Sierra, tanto forasteros como autóctonos, pero pocos son de estos últimos los que se atreven a probar por ejemplo con el yoga Kundalini, un yoga muy energético en el que el canto de mantras sagrados propios de otra tradición hacen sentirse extraño a más de un occidental criado en otro tipo de ensalmos, pero algunos prueban y se quedan y empiezan el día con la alegría de una profesora llena de vida y energía. Algunas, pues en esto, como en muchas otras cosas, las mujeres son pioneras, se lanzan a experimentar con terapias que liberan los miedos y las penas infantiles, que dice la psicología moderna son un obstáculo para crear relaciones adultas y responsables; y a través de la música y la danza y de jueves a jueves y tiro porque me toca, se abrazan las tristezas y las alegrías de sentir un grupo que les ayuda a transformar su ira en fuerza y su miedo en valentía.

Otros se atreven con el Qi Gong, una práctica milenaria china que es como una gimnasia energética que previene y cura todo tipo de enfermedades a través de una medicina invisible para el médico occidental, y que está basada en el control de una energía, que los antiguos chinos vieron que recorría el cuerpo y que interconecta todos los órganos en una red vital electromagnética. Una red a la que se puede acceder con la intención, la respiración y con el movimiento pausado; elementos que se conjugan en una danza armónica y que ha mantenido esa longevidad proverbial del pueblo chino, y que poco a poco va llegando a nuestras ciudades y ahora a nuestros pueblos, gracias a las verificaciones que la ciencia occidental está haciendo de su eficacia.

Algunos disfrutan como niños con las músicas del mundo que nuestra querida vecina Bianca trae con la calidez de su cultura brasileña, y otros llevan a sus niños para que la música vivifique sus cuerpos en formación y los haga más flexibles, ligeros y les de herramientas culturales para vehicular su fuerza expresiva, su energía, en vez de adaptarse a la nociva anticultura del botellón por falta de alternativas. Otros acuden a la consulta de un doctor hindú llamado Rajvir, que viene una vez al mes para ayudar a curar todo tipo de dolencias agudas y crónicas, a través de una medicina ancestral, el Ayurveda, que diagnostica por el pulso, el iris y los signos vitales y que en vez de medicinas manda dietas, para seguir el principio hipocrático de que tu alimento sea tu medicina, ejercicios de yoga y masajes. Y salen con la responsabilidad de confiar no en una pastilla llena de efectos secundarios sino en su determinación de cambiar las causas físicas y emocionales que les avocan a la enfermedad.

El crisol de Gata, quiere evocar con su nombre, esos hornos alquímicos de la antigüedad, en la que los sabios intentaban transformar el plomo en oro; metáfora espiritual que indica que todo hombre es como una materia prima tosca y densa que encierra en sí mismo un tesoro, un elemento precioso que yace dormido y aprisionado por el plomo de la ignorancia, a la espera de que el fuego de una práctica sincera, tanto física como espiritual, pueda transformar esa densidad y liberar la belleza y el valor del oro puro, que encendido entonces desde el centro de su ser pueda irradiar, al fin, luz y calor en todo lo que acontece. Otro gallo nos cantaría si cada uno de nosotros aceptase su responsabilidad de encender el Sol de su Corazón. 

El Crisol de Gata, nuevas terapias milenarias