jueves. 25.04.2024

No nos cabe ninguna duda de que el sol es vida y ésta depende de la luz, rige el reloj interno del cuerpo regulando el ciclo circadiano de 24 horas de luz y oscuridad. 

Como en todo, también en la exposición al sol  la virtud está en el término medio; hasta la bombilla de  Edison, el hombre pasaba el 90% de su tiempo bajo el sol, mientras en la actualidad no excedemos el 10%.  Con frecuencia nos levantamos antes de la salida del sol y volvemos a casa con la puesta,  tras un día iluminado artificialmente, con un espectro  de luz solar muy restringido.  Con este estado de cosas es lógico que una mala iluminación o exposición al sol,  pueda provocar diversos síntomas que van desde los simples cambios de humor, estrés, ansiedad, hasta los casos más graves de depresión, como podemos comprobar en los países del norte de Europa con menos horas de luz solar, donde se dan los índices de depresión y suicidios más altos del mundo. Pruebas experimentales, de las últimas investigaciones clínicas, han comprobado que los índices de incidencia y mortalidad por algunos cánceres son más bajos en latitudes del sur, donde los grados de exposición solar son más altos que en los individuos quienes viven en las latitudes norte. 

 La ciencia ha demostrado que la dosis de luz que llega al ojo determina el envío (correcto o incorrecto) de la información que captan los ojos desde el sistema nervioso central hasta el endocrino e inmune. El premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1937 Albert Szent-Györgyi descubrió que muchas enzimas y hormonas tienen color y son sensibles a la luz y que ésta  influye en el proceso de regeneración celular. 

 En 1877 Arthur Downes y Thomas  Blunt demostraron las propiedades germicidas  de la luz del sol a través de los rayos ultravioletas  cuando descubrieron que los microorganismos dejaban de multiplicarse al ser sometidos a una intensa radiación solar. Y  en 1903 el médico danés Niels Finsen obtuvo el Nobel por el tratamiento de la tuberculosis cutánea con rayos ultravioletas, de ahí su consideración de fundador de la Fototerapia. 

“Todas las células están en relación directa con la luz del sol, en todas ellas hay luz y emiten su propia luz; todas las células reciben información de la luz natural y, por último, la luz no sólo regula la función celular sino otras funciones importantes del cuerpo”….. son parte de las conclusiones de los descubrimientos del médico y biofísico ruso Alexander G. Gurtwitsch que darían lugar a la Teoría de los Biofotones (fotones son los componentes de la energía cuántica de la luz, cuando están en relación con sistemas biológicos – plantas, animales, etc. se denominan biofotones) que viene a decir que “el origen de todas las enfermedades puede buscarse en una falta de luz en las células”…..

Sin embargo no debemos caer en el exceso por defecto, las alertas del temor a desarrollar cáncer de piel,  en ocasiones nos  llevan a sobre protegernos de los rayos solares y muchas personas padecen déficit de vitamina D. 

Ya que los rayos ultravioletas producen vitamina D – es la única vitamina que el ser humano fabrica por sí mismo después de la exposición al sol -   los investigadores médicos estudian  la posibilidad de que exista una conexión entre la carencia de vitamina D  y el mayor o menor  riesgo de desarrollar algún tipo de  cáncer.

Los investigadores oncológicos investigan si un consumo más elevado o con concentraciones más altas de vitamina D en la sangre tiene riesgos menores de cánceres específicos, si bien estos estudios son inconcluyentes. 

Por eso, como decíamos al principio, ni mucho ni poco, lo justo. 

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El sol, en su justa medida