sábado. 20.04.2024

Ese concierto celestial

Eran las mujeres acebanas las que en las posadas y alojamientos diversos, acompañadas de chicas jóvenes de los distintos pueblos y ciudades, recorrían y visitaban las casas de las jóvenes casaderas para ofrecerles la posibilidad de completar su ajuar con la belleza de las artísticas filigranas del encaje de bolillos

Doñaa Máxima Lázaro Párraga con parte de su familia
Doña Máxima Lázaro Párraga con parte de su familia

He leído con verdadero interés el último artículo publicado en Sierra de Gata Digital, referente a las encajeras de Acebo.

No olvido "ese concierto celestial", en las noches cálidas, templadas o frías,  bajo la tenue luz del candil, por los numerosos  cortes del fluido eléctrico, escuchando el tintineo de los bolillos, hechos de madera  blanca de naranjos.

Una de las grandes intérpretes, de esa composición musical, como tantas y tantas acebanas, era Máxima Lázaro Párraga, incansable en su quehacer diario y en el cruzado rapidísimo de las hebras de hilo.

El magistral compositor, maestro de singulares  "partituras". Maestro innovador. Maestro del  "picado" en finos cartones, componiendo sinfonías que él en su interior escuchaba, como los grandes compositores musicales, era otro acebano, erudito en asuntos consistoriales  y artista por naturaleza y afición, en todo lo referente al bolillo, al picado y a los hilos.  Ese gran hombre, de estatura mediana, era conocido por todos, como "señor Julianito".

Don Julián Puerto Moreno. Hombre entregado a facilitar, de modo altruista, a todas las encajeras, aquellas "partituras" en el picado de sus cartones, para que ellas las interpretasen, plasmando con arte y con sensibilidad, bellezas que salían de sus finísimas y ágiles manos.

La EnvidiosaEl encaje de bolillo se expandió por toda España, porque las acebanas no se arredraban y eran ellas mismas las que, desde tiempo inmemorial, salían  con sus maridos a vender, en otoño y primavera, lo que confeccionaban en verano e invierno. 

Eran ellas las que en las posadas y alojamientos diversos, acompañadas de chicas jóvenes de los distintos pueblos y ciudades, recorrían y visitaban las casas de las jóvenes casaderas para ofrecerles la posibilidad de completar su ajuar con la belleza de las artísticas filigranas del encaje de bolillos. 

Al par de los encajes, también llevaban para la venta, bordados de Lagartera, previamente adquiridos en este admirable pueblo toledano, de ahí que en muchos de los lugares se  conoce a las acebanas, como las lagarteranas.

Al mismo tiempo, como siempre iban acompañadas de sus almohadillas, alfileres, hilos...y se dedicaban, por costumbre, a hacer encajes, durante los ratos que les permitía la venta, allá donde fueren. 

Eran numerosas las muchachitas que querían aprender. Las encajeras acebanas les proporcionaban los útiles, llevados por encargo desde el pueblo y, les instruían en la fabricación de encajes sencillos, hasta que, después de muchas visitas a esos lugares, iban confeccionando poco a poco, otros más complicados en los que las encajeras las formaban. Así, de esta sencilla manera, las encajeras acebanas, fueron expandiendo los encajes por distintos sitios de España.

Son numerosos los testimonios que se pueden aportar. En el recuerdo de mi familia mi madre Máxima Lázaro Párraga, ya nombrada. Mi bisabuela Inés Mateos, con su marido Martín Lázaro que, en distintos viajes, llevaron desde Acebo a los pueblos de Toledo, más de cincuenta almohadillas. Incluso llegaron a Madrid, donde tenían a uno de sus cuatro  hijos cumpliendo el servicio militar. Siguieron sus pasos su hijo Pedro Lázaro, con su mujer Restituta Párraga, acompañados en muchas ocasiones por su nieta Micaela González. 

Recorrieron gran parte de Extremadura, Toledo y Ciudad Real. Pasando por  otras diversas familias acebanas, que visitaban provincias de Castilla, León, Aragón, Extremadura y Andalucía.

Foto 1.- Doña Máxima Lázaro Párrraga con parte de su familia.

Foto 2.- Picado sobre cartón para el encaje de La Envidiosa.

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Ese concierto celestial