viernes. 19.04.2024

El dorado redondel de la parva

Desde el recuerdo, ¡y ha llovido ya!, estas páginas en “Las Eras”, redondeles dorados por la espiga y la paja, la trilla y los asnos, el hombre o la mujer, vueltas y vueltas, bajo un sol de justicia. No sabes ni sabéis qué sol ni cómo ardía, ¡nada de misericordia!. Allí veía a todo un pueblo, hasta cerrar el círculo con un olor especial… Qué rito tan largo, desde las tierras de pan llevar, hasta recoger el trigo. Y una montañita, canto a la Naturaleza, la pala y la mies al aire, hasta trazar un paisaje bíblico: el pan, tras el rito de la tahona, cuando estos pueblos esperaban, abiertas las manos, este maná –  o el de las “hojas”, que, generalmente, eran cuatro: norte, sur, este y oeste -. Estos pueblos de la Sierra como los de Castilla, iniciaban un rito: burros, mulos y caballos. Bella y añorada estampa, que guardas/dais en la memoria.

Campesinos, evangélicos en la siembra, tras los días largos del estío, “agosto, augusto y lento”. Qué olor desprendían Las Eras en esos pueblos, cercanos unos de otros, mágica geografía de Sierra de Gata. Y el del pan, qué bendición, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Y la época dura de posguerra, - “Años del hambre” -, cuando, anochecido, la abuelita, escoltada, le llevaba el pan a una familia. Tiempos de estraperlo, noches de luna, “arrieros somos y en el camino nos encontraremos”. España de posguerra y rostros famélicos. En aquellos estíos, descubrías la belleza y, lentamente, se abriría el corazón, “perito en lunas”, que nos diría Miguel Hernández… Rostros núbiles, “un flechazo”, bajo unas lunas de una claridad mágica en las calles,  “bombilla Osram”, páginas de melancolía. Casi todo era bucólico y pastoril, como un romance medieval. Vosotras, ninfas, de calles por donde corría el agua y os miraríais como chicas del celuloide. Quizás mi estío siga presente, como el sol  y el fado antes de dormirse en Portugal.

Desde la miranda de la Sierra de Dios Padre, os imagino, en aquellas calendas, con un toque de corazón. Qué olor…, siempre un olor distinto... Aún llevo mi paraíso cuando, en El Parral, sentía la sensualidad de los olores, los silbos de no sé qué pardales, los frutos prohibidos de Adán y Eva, el charquito que reflejaba mi rostro. Y pensar que quizás allí estuviera el Paraíso. No me caería esa breva. ¡Oh, las higueras, ¡oh mi Parral!, os sueño desde este pueblo mayor de España, ninfas bajo un sol, inmensa moneda en la hucha lusitana.

De todos modos, recogeré, en las paredes del tiempo, sí, de aquellos años, tantos y tantos murales y, si pudiera, os los enseñaría. Perdonadme la melancolía; quizás acompañase al sol hasta ocultarse en Portugal. “¡Cántanos un fado, Amalia Rodrigues; cántanoslo!”. 

Juan Antonio Pérez Mateos, escritor y periodista

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El dorado redondel de la parva