miércoles. 24.04.2024

Una ciudad de villazgo, esta ciudad de Coria, con su alfoz constituido por pequeñas aldeas y lugares que dependen de las autoridades municipales de la ciudad de Coria, con la que forman una sola jurisdicción, y que, al igual que ella, sufrían el proceso repoblador.

Nuevos habitantes, venidos arriba del Duero, buscaron el encaje de su cultura y su lengua originaria en las nuevas tierras. Fue la llegada de los hombres que unos denominaron “gallegos” y otros “francos”, en recuerdo de la antigua Gallaecia indoeuropea, celtas galaicos y astures, y memoria del imperio carolingio, el reino franco de Carlomagno. En cualquier caso una denominación única asturleonesa para leoneses, asturianos, gallegos, cántabros, navarros y aragoneses, que ocuparon Coria y Sierra de Gata, los hombres venidos del norte.

En Coria y su Tierra ya se hablaba una lengua romance mozárabe, consecuencia del latín, y posiblemente una escritura: la aljamía, que comenzó a mezclarse con el asturleonés por el año de 1142.

Cuenta la historia que Alfonso I (739-757) pasó por Agatam, (Agatum o Agata), que algunos sitúan en Salamanca (Agueda) y otros en Sierra de Gata. Le acompañaron, en este viaje de vuelta a Asturias tras sus escarceos por el sur del Tajo,  muchos cristianos mozárabes que repoblaron la comarca de las Asturias de Santillana y, más de lo mismo, sucedió con Alfonso III (866-910), para repoblar Zamora.

De la primera dicen que en ella se asentaron los coritos y de la segunda que se fundó el pueblo de Coreses, ambos posiblemente con origen en la ciudad de Coria y su Tierra. La ruta habitual a seguir era la de la Calzada de la Dalmacia, dejando a un lado la Vía de la Plata. Puede ser que, descendientes de estos mozárabes, volvieran en 1142, una vez que Coria fue “ganada definitivamente a los moros” o esperasen a 1213, fecha en que Alfonso IX de León tomó Sierra de Gata, asentando los títulos de propiedad dados desde mucho antes.

No se debió extrañar el duque de Alba, cuando llegó a Coria, que, en esta ciudad y en su tierra, se hablase un estremeñu que el reconoció en el asturleonés de su Alba de Tormes, tierras todas del reino de León, antiguo reino de Asturias, a cuya villa el rey Alfonso VII de León otorgó un fuero propio en 1140. Cuando Alfonso IX deja el reino a su hija Sancha y, posteriormente al rey castellano Fernando III (1230), el reino de León abarcaba las tierras de León, Galicia, Asturias, oeste de Extremadura, oeste de Castilla, (con Salamanca y Zamora) y Huelva. Aquello que decían al oeste de la Vía de la Plata, reino de León y, al este de este camino romano, reino de Castilla.

Dejó, este último rey leonés, la Sierra de Gata repoblada y distribuida entre órdenes militares y realengos. En 1230, Acebo, Hoyos y Perales pertenecían a la ciudad de Coria y eran territorios de realengo, sujetos al fuero de esa ciudad, al igual que Eljas, que dejaría de pertenecer a la jurisdicción de Coria en 1302. Nadie puede negar que existieran en tiempos de los árabes o, al menos, mantuvieran en sus términos algún tipo de alquerías bien defensivas, bien de apoyo a los viajeros o, simplemente, para la explotación de las fértiles tierras en torno al río Jálama y a los numerosos riachuelos y fuentes que posee el valle, como ocurrió también con los romanos. Alquerías formadas, en algunos casos, por grupos de mozárabes que, escapando de las tropas almorávides, aprovechaban la espesura de los bosques, situados en tierra de nadie, para ocultarse formando camarilla con los huidos de la justicia y los raterillos de ganado. Coria fue “reconquistada” en 1142, pero no Sierra de Gata que siguió en poder de los musulmanes, tras ser recuperada por las tropas almohades.

Es lógico, por lo tanto, que existiera un conjunto de hablas romances, que  desarrollaron los cristianos hispanogodos y mozarabes que se mantuvieron en las tierras de Coria y Sierra de Gata, ocupadas por los musulmanes (árabes y bereberes). Esta lengua autóctona, que se vio reforzada por las aportaciones de judios y moros que quedaron después de la “reconquista”, fue la que se mezcló con las lenguas romances venidas del Norte, dando origen a lo que hoy llaman “estremeñu” que sobrevivió hasta que se tuvo el mayor cuidado en introducir la lengua castellana sin que se notara su efecto, en aplicación de los decretos de Nueva Planta (1717), y se obligó a tener los libros en castellano (1772).

La escuela, a la que se dieron instrucciones concretas al respecto, fue posteriormente agente activo en esto que digo, pues “cada maestro ó maestra tendrá una sortija de metal, que el lunes entregará a uno de sus discípulos, advirtiendo a los demás que dentro del umbral de la escuela ninguno hable palabra que no sea en castellano, so pena de que oyéndola aquel que tiene la sortija, se la entregará en el momento, y el culpable no podrá negarse a recibirla“, (regencia de María Cristina. 1837) y “los maestros y maestras de Instrucción Primaria que enseñasen a sus discípulos la doctrina cristiana u otra cualquiera materia en un idioma o dialecto que no sea la lengua castellana serán castigados por primera vez con amonestación… y si reincidiese, serán separados del magisterio oficial, perdiendo cuantos derechos les reconoce la Ley” (R.D. 1902).

Aldeas estas, de la jurisdicción de Coria, situadas a distancias difíciles de recorrer en tiempos de carros y mulas., sobre todo en un momento en que, tanto las tierras de Coria como las lindantes, albergaban un poblado bosque, refugio de toda clase de alimañas, sobre todo, de osos, venados y jabalíes, como bien describen las relaciones de Felipe II y el Libro de la Montería (1).

Estas zonas boscosas, no sólo abastecieron de leña y carne en invierno, sino que sirvieron a hornos y molinos, constituyendo el sostén de las techumbres y muebles de las casas. Más adelante serían de uso permanente para las cacerías de la nobleza, señores, burgueses y pecheros. En estos bosques se encontraban las tierras de Acebo, Perales y Hoyos, dependientes del señorío de Alba, a más de cuatro leguas castellanas de distancia con la ciudad madre.

Todavía quedan trozos de atajos, cañadas y veredas que se utilizaron para la comunicación entre los pueblos y, de estos, con Coria, muchos de ellos habilitados  actualmente como sendas ecológicas. Un simple recorrido por alguno de ellos nos puede dar una idea de lo difícil que eran las comunicaciones terrestres que se realizaban con carros tirados por vacas o bueyes y con reatas de burros y mulas.

Según se desprende del citado “Libro de la Montería”, cualquier arriero que bajase desde el Puerto de Perosín, (dehesa de Pedrosín. Salamanca), en dirección a Acebo, debería atravesar el monte de la Candeleda (denominado Candelera en esta localidad) que es bueno de osos y puercos en verano y en invierno. Que hacen la armada, los cazadores que vienen a esta monte, en la Calzada que sube al Puerto. Dejan a un lado las tierras boscosas de Gata (monte de Tragudo), Sanctiváñez de Móscoles (dehesa de la Reina, monte de Mastores y monte de la Aliseda), Villas Buenas (monte Helechoso), Torre de don Miguel, Fernant Pérez y Cadahalso y, al suroeste, las de Cilleros, Elía (Eljas), Trevejo y Valverde, sin por ello descartar cualquiera otra zona (1).

NOTAS

1.- Alfonso XI de Castilla y León (1311-1350). “Libro de la Montería”. Tomo II. Capítulo XXI. “De los montes de tierra de Coria y de Galisteo y de Alcántara y de Alburquerque”. Imprenta y Fundición de M. Tello. Impresos de Cámara de SM. Madrid 1877.

2.- Mapa en el que se aprecia Coria y el río Ágata, afluente del Duero.- García Villada, Zacarías. “Crónica de Alfonso III”. Centro de Estudios Históricos. Madrid 1918. Biblioteca Digital Castilla y León. Junta de Castilla y León.

Este diario lo hacemos todos. Contribuye a su mantenimiento

ING Direct - Sierra de Gata Digital
Nº CC ES 80 1465 010099 1900183481

La huella de Alba en Sierra de Gata (VI)