jueves. 28.03.2024

JUEGOS OLÍMPICOS. Vender arena sin olas

Si los dirigentes políticos y deportivos no hubieran subido el volumen de los transistores hasta niveles de audición ensordecedores, los ciudadanos y ciudadanas  no  estarían ahora hablando del tremendo batacazo que ha helado la ilusión colectiva. El golpe nos ha devuelto, como un jarro de agua fría, a la triste penuria de la crisis económica, a los problemas de corrupción, a la pérdida de los derechos de los trabajadores y al recorte del estado de bienestar, que se abaten sobre la cruda realidad cotidiana de nuestras vidas.

Estábamos tan deseosos de albergar, en el corazón de nuestro país, este acontecimiento, símbolo de la paz mundial desde que el dios Zeus los presidiera en la Olimpia clásica de los antiguos reinos de Grecia, que tenemos el sentimiento colectivo que se nos ha negado algo que nos pertenecía por derecho propio.

No ocurrió así en las dos ocasiones anteriores, donde todos entendimos que la posibilidad de organizar el evento pasaba por una serie de cribas y una votación final en la que se barajaban unas cartas sujetas a unas variables estadísticas. Cartas que presuntamente podían estar trucadas políticamente, por los intereses de los diferentes países y continentes que compiten en el embate. Por eso en esos dos dichos momentos precedentes, todo quedó en caída.

Pero también sucede que se transforma en batacazo, dando convincentemente la razón al refranero español, en tanto “cuanto más se sube más dura será la caída”. Porque da la sensación que se ha pretendido utilizar un acontecimiento deportivo para inferir en  la agotada conciencia colectiva. Un intento fallido de esconder bajo la alfombra tanto el patético ambiente político, como la devastadora crisis económica que está consumiendo patrimonios y familias.

Si la política española no está en su mejor momento para los miembros del Comité Olímpico Internacional, pese al educado cumplido de Obama, como para enfrentarse a la ciudad de Estambul, imagínense ustedes para enfrentarse a una ciudad, de la fuerza política y económica, del emergente gigante Japón que, como el ave Fénix, se levanta una y otra vez sobre sus cenizas. De haber ganado esto, si que hubiese sido lógica la desbordante euforia colectiva, pero sólo en ese momento y no antes de él.

Es del parecer que la venta de la “marca España”, de la que tanto se alardea para airear los brotes verdes refrendados por el turismo estacional y la mejora de las exportaciones, no sea sino otro espejismo de cuyo sueño nos despertemos este otoño con la cabeza caliente y los pies fríos.

Nadie puede negarnos el derecho a estar tristes, decepcionados ante la gran ilusión que se había generado. Mermados en el ánimo ante una circunstancia que es un suma y sigue a todo lo que está sucediendo dentro de estas fronteras que conforman la piel de toro. Son los cantares que trae el viento para que Pablo Guerrero nos diga con su voz ronca aquello de “Ven Alberti que han vestido al toro bata de cola y anda mal vendido y anda, vendiendo arena sin olas”. 

Ahora nos dicen que es un juego de alto nivel y que no siempre se trazan las líneas finales de manera limpia y aseada. Se añade que no tenemos fuerza política ni económica y se remata con que no contábamos con los apoyos de nuestros amigos y aliados europeos, pues aspiran a organizarlos ellos dentro de doce años. No pueden celebrarse juegos olímpicos dos veces consecutivas en un mismo continente.

Desde luego, a algunos, hay que darles repetidas palmadas en la cara para que despierten a la realidad de cada día. Dormidos como estaban en el sueño del Olimpo, no se dieron cuanta que estas mismas razones se daban antes del fallido intento. Es el despertar al horizonte de los más de seis millones de parados, a la corrupción de los Eres, de los casos Gürter, Bárcenas y Nös, a la insistente petición de independencia de Cataluña, a la osada actuación del ministro de Gibraltar y a los 8.000 millones de €uros de deuda de la capital de España.

Paro, despilfarro y corrupción, gritaban insistentemente no a poco los voceros políticos, para sedimento de la memoria colectiva.

Nada que objetar a los deportistas que han apoyado la posibilidad de que la efemérides llegara a Madrid. Han sido, al igual que el resto de ciudadanos y ciudadanas de este país, llevados al límite de la ilusión para luego dejarlos caer sin red, ni protección en el pozo de la desilusión. Como dijo la nadadora aragonesa paralímpica, de origen serragatino, Teresa Perales, hay cosas que no tienen que ver con el deporte y se escapan a la comprensión. 

Los dirigentes deportivos sabían de antemano que, para el resto del mundo, no se había resuelto de forma contundente el problema del dopaje en España. Se intentó pasar de él como de puntillas, hasta que dos preguntas de representantes del COI dieron la voz de alerta al resto. No parecían tampoco estos convencidos por el principio de superación de la crisis económica. Ni entendieron lo de la luz al final del túnel, ni parecían comprender la presunta corrupción que ensombrece la labor política. Fracasó, para colmo, la táctica política de situar el acontecimiento desde la austeridad frente a un pomposo adversario. Un golpe de efecto japonés, colocó 3.400 millones de €uros sobre la mesa, ante la asombrosa mirada de todos y todas los asistentes. Entonces sesenta representantes del COI hicieron la ola y sólo treinta y seis, casi la mitad, continuaron enamorados de la poblada ciudad turca de Estambul, absortos en la belleza de su pasado lejano, cuando romanos y bizantinos la creyeron Constantinopla.

Yo, sinceramente, analizados todos los detalles que expongo, no estoy de acuerdo con los ampulosos delegados del Comité Olímpico Internacional. Conozco Madrid y puedo asegurar que es cierto que una amplia mayoría de las infraestructuras deportivas necesarias para el desarrollo de los Juegos Olímpicos, están construidas. Es verdad que sólo hacía falta una mínima inversión y que, con un tiempo considerable por delante, sería realidad lo restante. Madrid es una ciudad bien comunicada por tierra y aire. 

Pero falló eso que es difícil de explicar. Como diría yo. Algo que podríamos simplificar diciendo que pedimos juegos deportivos, mientras le cortamos las piernas a los jugadores. El recorte de ayudas al deporte ha sido tan significativo, aseguran los expertos, que 25 de las 63 federaciones deportivas están en quiebra técnica, ya que las subvenciones han caído un 34%.

En definitiva, Madrid perdió la gran oportunidad de volverse a convertir en una ciudad alegre, como lo fuera en aquella cercana época de la “movida”, abanderada por el viejo profesor Tierno Galván.  Pero, claro, ahora tenemos problemas más graves en que gastarnos el dinero.

JUEGOS OLÍMPICOS. Vender arena sin olas