miércoles. 24.04.2024

LAS LETRAS DEL VIENTO. La noche que, en la plaza, lloró un pueblo

Bucearás, de nuevo, en tu memoria y recogerás las telarañas del tiempo, aquellas horas que aún pasean por el bosque de la memoria, la noche ardiente en que el pueblo se sentó en la plaza, en aquellas sillas bajas o sobre la pared, cuando no sé el por qué el regidor levantó la prohibición de cantar flamenco a un teniente que había combatido en el Ejército Republicano. Pero desconozco el por qué cuatro o cinco voces flamencas convocarían, esa noche de estío, a los vecinos de Palumba, aldea situada, relativamente muy cerca de la Sierra del Oro, Sierra de Gata. Aún, por aquel paralelo de posguerra, se veían por sus calles hombres de la contienda, lisiados y malheridos por la metralla; y las mujeres con su falda larga y el pañuelo que les cubría la cabeza. Aquellos seres hechos de suspiros y de penas; que os veo, os  estoy viendo en la solana de la Plaza Nueva o al calor invernal junto a los muros de la iglesia, madres  de soldados de la guerra incivil, cuerpos que habían traído a la tierra, hijos que perderían sus vidas en Brunete o en Teruel o en Guadalajara, trincheras de hielo y nieve. Hombres supervivientes de asedios, bien del Alcázar o de Teruel, hombres, en fin, de pólvora y fuego. No olvides: mañana en la batalla piensa en mí.

Algunos habían heredado el arte del flamenco, según distintas escuelas, llámese Mairena o Antonio Molina. Este  cantaor de Fuencarral, muy en auge durante esa época o, más profundo; que este niño quizás oyera: “La bien pagá / te llaman la bien pagá…¡bien pagá  /fuiste mujer!”. Bajo un eco de ayes, la aldea dormía sus penas con sombras de suspiros sobre las camas y  lejanos lamentos en el largo conticinio de la noche. Sí, el alcalde era falangista y, en La Cruz de los Caídos, figuraban los caídos “por Dios y por España”. Os veo / estáis en mi memoria, la ofrenda de flores por José Antonio Primo de Rivera. ¡Presente!. Aquel niño /adolescente que aún habitaba en ti, ¿recuerdas?. “Recuérdalo tú / recuérdalo a otros…”. ¡Siempre, siempre, siempre¡ Y piedad y perdón.

Estarías en la ventana del jacal de la calle larga y, frente a ti, el hombre combatiente en la otra zona, llamada “roja”. Aquel oficial y caballero cantaba “como los de la radio”. ¿Manolo Caracol?. En ese estilo… Los “autorizados” redimían, habitualmente, sus penas, si es que las tenían, las ahogan, naturalmente, en alcohol,  en la taberna de Juan o en la  de “Sánchez, vinos y licores”. ¡Qué buenas voces!. La gente acudiría a liberar, colectivamente, las penas, dada la circunstancia orteguiana de posguerra. Desconozco el por qué de esa cita, cita grande, cita mayor en la plaza, cuando aún la metralla tenía secuela en los cuerpos y penas en las almas; y el regidor gobernaba el pueblo con la vara del falangista. Quizás se levantara la pena al vecino de mi balcón y mi ventana, el hombre que leía “El Abc” de casa, tan opuesto a sus ideales, aunque llegasen a existir dos abecés – el republicano y el otro -. Sí, todo me resultaría muy novedoso y con lejano olor a pólvora, cuando este hombre, “el rojo” se llevaba un dedo a la sien y tachaba de fascistas a los del homenaje joseantoniano.

Pero aquella noche, sí, aquella noche, mira por dónde, era luna llena - llena de plata -, y el bando del regidor convocaba al vecindario en la plaza mayor, plaza de tierra, plaza vieja – había una nueva, donde sembrábamos las ilusiones de nuestros ídolos del futbol, cromos de sueños, que nos sentiríamos, por ejemplo: Carmelo – quien me diría que, muchos años después, lo trataría – o Zarra o Gainza… ( El ilustre doctor, Javier Sanz, ha dedicado un gran libro a los porteros). Y con la humildad de los pasos campesinos y sus mujeres, la plaza se iría llenando  lentamente de gente con sus sillas de la mano.

 Y cantarían esos contados hombres  y “el  oficial rojo” en el conticinio, bajo una luz de plata y de fanales, quizás algunas velas, por qué no alguna que otra capuchina o, tal vez, candiles en las ventanas, cuando, nunca como ese noche, las gargantas gimieron las notas del cante, como si les hubieran arrebatado las coplas al flamenco, que saldrían las palabras del rincón del alma; que se percibiría el eco de una bomba en la batalla o el disparo de un fusil. Y tú, chaval, verías cómo se caían las lágrimas de los ojos, en hombres y en mujeres, como si, tras esa terapia colectiva, hubieran emprendido un vuelo los fantasmas; y, en las alas,  vencejos y golondrinas llevarían lejanamente los desastres de la contienda, que aquella noche el flamenco se prendería de pentagramas escritos con manos bélicas; y unas voces habrían conjurado los males de los hombres y sus ideas. Naturalmente, entonces, yo no “conocía” a Lorca, pero esa luna era suya y la pena también, que yo la sentiría y, sin querer, me abriría, años después, la luz y la sombra de las dos Españas. Y qué, esa esa noche, un pueblo lloraría en la plaza y, para mí, resulta tan lejano, que aún veo, en el sepia de mi memoria, a hombres y mujeres. Canta, canta con Antonio Machado: “Españolito / que vienes al mundo / te libre Dios. /Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”.

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