martes. 23.04.2024

Motor Europa

Tras los recientes éxitos de las manifestaciones convocadas este pasado 1 de mayo por los representantes sindicales, de las que hablaré en su tiempo, es un buen momento para reflexionar y confiar en el motor que debe suponer el relanzamiento de la unidad europea para que, todos juntos, confiemos en que la luz del final del túnel alumbre la recuperación económica deseada. Ya no es tanto el superar la crisis, que se debe, sino el cómo sale de ella la clase trabajadora, endeudada y empobrecida o con suficientes garantías de éxito y superación.

Es cierto que cunde un paulatino aumento entre los españoles que manifiestan una pesimista idea de Europa como entidad capaz de albergar el sentir supranacional de los estados que la constituyen. Nada que ver el desconcierto existente actual con aquella alentadora Europa capaz de aglutinar en una sola las divergencias de los territorios que la componen.

Se palpa en la calle al español euroescéptico, lo hemos comentado desde estas páginas. Las manifestaciones del 1 de mayo pasado ni siquiera han mirado a Europa sino es para criticar el egoísmo egocéntrico de la Alemania de Merkel y para comentar el mal chiste futbolístico, que circula por los mentideros, en el que se asegura que con estas políticas sólo ganan los alemanes.

El error no proviene tanto del fracaso mismo de la idea, que se mantiene viva en la llama que se alimenta desde el europeismo más progresista y desde los sectores conservadores más democráticos, sino de la forma en que se ha llevado a cabo, priorizando la Europa de los Mercaderes frente a la Europa de los Pueblos.

Se ha construido una gran barcaza, con el atractivo de los mejores cruceros, pero se la ha dejado a la deriva, al gobierno de las olas caprichosas que se mecen a merced del viento, sin los motores y aparatos necesarios para que arribe en buen puerto.

Se debe, por lo tanto, rectificar el proyecto político, económico y social que guió el inicio de una Europa unida, sin permitir que se anule la actual situación, sino al contrario partiendo de ella para evitar unas consecuencias políticas y psicológicas irreversibles.

De nada nos sirve una Gran Armada dirigida por inexpertos comandantes, de corto alcance y lenta de movimientos, cuyo único mérito sea el mar en calma, incapaz de navegar en tormentas. Al final quedará pérdida, dando vueltas y abocada al desastre.

Si el estado de las autonomías español, ante la más mínima señal de debilidad por parte del gobierno central, se convierte en un gallinero donde cada cual quiere llevar el trigo a su molino, quedándose con la harina, no es extraño que eso ocurra a cada momento en la Unión Europea. 

Una Unión que carece de órganos centralizadores políticos, económicos y sociales que regulen todos los movimientos comunes, descentralicen aquellos que son factibles de serlo, equilibren las políticas sectoriales, los movimientos económicos y empresariales y la actividad sociocultural.   

Los Estados Unidos de Europa, mejorando los modelos actuales, tienen un largo camino que recorrer juntos si se superan los chovinismos entre naciones y se convence a las grandes potencias, como son Estados Unidos de América, Rusia y China, de que surge un  nuevo estado con la idea de buscar el bienestar social de sus ciudadanos y ciudadanas y no para rearmarse frente a ellos en la competencia desleal.

La idea que pergeñara Víctor Hugo, todavía hoy día no superada, se constituye en el objetivo principal de la concordia europea: “… Un día vendrá en el que veremos estos dos grupos inmensos, los Estados Unidos de América y los Estados Unidos de Europa, situados en frente uno de otro, tendiéndose la mano sobre los mares, intercambiando sus productos, su comercio, su industria, sus artes, sus genios, limpiando el planeta, colonizando los desiertos, mejorando la creación bajo la mirada del Creador, y combinando juntos, para lograr el bienestar de todos, estas dos fuerzas infinitas, la fraternidad de los hombres y el poder de Dios” (Del discurso de Víctor Hugo. Congreso de la Paz. Paris 1849).

Porque al igual que se identifica a los Estados Unidos de América con una federación, se puede propugnar un sistema federal para los Estados Unidos de Europa, con la idiosincrasia propia de la ciudadanía europea y todo su espíritu de sensibilidad hacia lo público.

A esta idea del francés, se unió el británico Winston Churchill: “Tenemos que construir una especie de Estados Unidos de Europa, y sólo de esta manera cientos de millones de trabajadores serán capaces de recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena. El proceso es sencillo. Todo lo que se necesita es el propósito de cientos de millones de hombres y mujeres, de hacer el bien en lugar de hacer el mal y obtener como recompensa bendiciones en lugar de maldiciones…”. (Winston Churchill. Zurich 1946).

Para  ello es necesaria la creación de órganos colegiados y de órganos unipersonales de gobierno que constituyan un Congreso y un Senado estables, pero también un Gobierno Central, con autoridad y competencias, elegido por sufragio universal entre todos los ciudadanos y ciudadanas europeas, capaz de respetar las diferencias entre los estados constituyentes.

No se trata sólo de crear uniones aisladas como la monetaria, la bancaria o la fiscal sino de crear una auténtica división de poderes. El poder ejecutivo con su Presidente, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Europa y responsable de la política exterior, y su equipo de ministros, con independencia plena para poder aprobar y vetar leyes. El poder legislativo, con sus dos cámaras de representantes, capaz de crear leyes federales y administrar los fondos públicos. El poder judicial, con un sistema de justicia federal y una capacidad de velar por la constitucionalidad de las leyes. 

No hablamos de un caso de “rara avis”. Si pensamos en el gobierno en los tres niveles: federal, estatal y local, este último dividido en comunidades y municipios, nos daremos cuenta que se trata únicamente de añadir ese nivel federal, que quedaría sujeto al ámbito de los Estados Unidos de Europa, que sería elegido por los procedimientos que marca la tradición democrática. 

Cada Estado, perteneciente a la Unión, mantendría sus propias leyes, política, economía, su idioma, cultura y características propias, siempre que no entren en conflicto con la normativa federal.

Si todo esto se hubiese decidido en su momento, considerando la gran patria como requería Pasqual Maragall: “El federalismo ha sido y es desde hace un siglo la única solución a los problemas de formato político en España y en Europa… Ahora toca Europa. Es nuestra nueva gran patria. Los italianos lo han visto los primeros. Tanto los políticos como los empresarios…. Y nosotros tenemos que acompañarlos… Tenemos que estar dispuestos a ayudar al avance en estos procesos”. (Pasqual Maragall. “Carta a los amigos”. La Vanguardia de 30 de mayo de 2007. 

Si todo esto se hubiese abordado, desnudos del egoísmo que envuelve a los gobernantes en las ansias de poder, si no fuese tanto el hecho de alemanizar Europa como de europeizar Alemania, es posible que las leyes contra las cláusulas abusivas en los desahucios se hubiesen tenido en cuenta, que esta crisis no fuera tan cruenta y que, la gran mayoría de europeos y europeas viesen a Europa como la solución y no como el problema.

Motor Europa