jueves. 28.03.2024

El Día del Árbol

Desde siempre, desde cuando nuestros antepasados eran poco más que unos chimpancés con pretensiones hasta ahora cuando nosotros vamos de divinos, el árbol ha representado el principio de la vida e incluso la presencia de los dioses. Por eso no es extraño que en todas las mitologías junto a los dioses primigenios siempre aparezca un árbol.

Desde siempre, desde cuando nuestros antepasados eran poco más que unos chimpancés con pretensiones hasta ahora cuando nosotros vamos de divinos, el árbol ha representado el principio de la vida e incluso la presencia de los dioses. Por eso no es extraño que en todas las mitologías junto a los dioses primigenios siempre aparezca un árbol. En nuestra cultura ¿quién no recuerda el mito de Adán y Eva con el árbol de la ciencia, del bien y del mal?. (En torno a ese mito permítasenos dos digresiones. La primera es sorprendente: ha de admitirse que Eva era una mujer valiente porque si a cualquiera de nosotros nos habla una culebra salimos corriendo y ganamos mil maratones. La segunda es deprimente: Eva –y la helena Pandora- fueron condenadas no por desobedientes sino por querer saber; hasta antier el sitio de la mujer era la casa y la cama para el refocilo del guerrero).

Y volvamos al árbol. El árbol como principio de la vida (hay un Árbol de la vida en todas las mitologías) y nexo de unión con la divinidad no sólo está presente en la mitología judeo-cristiana sino también en todas las que son más antiguas. Así a bote pronto –y dentro de lo que nos es más afín- habría que recordar en Egipto al sicomoro dedicado a la gran diosa-madre, la vaca Hathor, sobre el que se posan las almas de los muertos a las que ofrece agua y pan; en la Grecia prehelénica Rhea, la diosa-madre, se representa debajo de un árbol y los árboles más importantes están dedicados a un dios (el roble a Zeus, el olivo a Atenea, el manzano a Hera, el laurel a Apolo, la vid y la higuera a Dionisos); la perdurabilidad de Roma se creía ligada al mantenimiento por las vestales del fuego sagrado alimentado con leña de roble; ¿qué decir de los celtas y su amor a los bosques y en forma especial a los de roble? . Incluso el cristianismo siempre habló del “árbol de la cruz” como símbolo de unión entre Dios y los hombres.

Se podría escribir un libro bien gordo sobre el valor simbólico de los árboles no sólo desde el punto de vista religioso sino también desde el político: el árbol de Guernica; el árbol que había, y afortunadamente sigue habiendo, en la plaza de muchos pueblos bajo el cual se celebraban los concejos abiertos antes de que existieran las casas consistoriales; e incluso podría hablarse de su valor judicial allí donde no había picota (el árbol del ahorcado).

Pero si el árbol siempre tuvo un gran valor simbólico no lo fue menos su valor económico (lumbre del hogar; vigas, suelos y puertas de las casas) antes de que aparecieran las modernas fuentes de energía, los hormigones y los plásticos Aunque todo el mundo admitía el valor del árbol, salvo los monjes (y en forma especial los benedictinos) eran pocos quienes salían en su defensa. Aquellos hombres beneméritos y bienintencionados –aunque no siempre acertados- que fueron los ilustrados del siglo XVIII le dieron al árbol la importancia que realmente tenía y fue entonces cuando se produjeron las primeras repoblaciones forestales serias y planificadas. Raro es el pueblo de nuestra comarca donde según el Catastro de Ensenada no se produjera alguna.

Y fue en nuestra comarca donde ese interés de los ilustrados por el árbol se institucionalizó. Según dicen los estudiosos, don Ramón Vacas Roxo (posiblemente hoy se llamaría Rojo), cura de Villanueva de la Sierra, propuso a los dos alcaldes de la villa la conveniencia de que para despertar en los niños el amor a los árboles se dedicase un día al año para que los de las escuelas dirigidos por sus maestros plantasen algunos. Ambos alcaldes, tanto el del estamento noble como el de las clases populares, acordaron el 24 de octubre de 1804 que dicho día fuese el martes de carnaval, día que –más o menos- viene a coincidir con el comienzo de la primavera. Y en efecto, el martes de carnaval del año 1805 tuvo lugar en nuestra villa el primer Día del Árbol del que se tiene constancia. Fue a su vez el primero de España y posiblemente de Europa porque los suecos que presumen de ser los precursores hablan de una primera celebración en el año 1840.

Hoy nuestros árboles, nuestros bosques han perdido el valor simbólico y han aminorado el económico. Mas, los sabios nos han convencido de que el árbol, el bosque tiene más valor ecológico que nunca. El árbol, la vegetación en general, es la forma más rentable y sana de mantener el aire puro y de convertir las sustancias dañinas (monóxido y dióxido de carbono) derivadas de la industria y los transportes en productos útiles e incluso nutrientes. Por eso, en 1971 la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO) propuso que el 21 de marzo se celebrase el Día Mundial del Árbol

Admitido el valor del árbol en todos los sentidos es sorprendente que siempre haya habido descerebrados que lo odien. No estaba justificado, pero era comprensible, que en el siglo XIX, cuando apareció la guardia civil, en nuestra comarca se produjeran numerosos incendios forestales para despistarla y dejar el campo libre a los contrabandistas. Hoy ni está justificado ni es comprensible que siga habiendo talas sin necesidad y sentido e incendios porque sí, porque el tonto del lugar se le ocurre. Si algo es distintivo de Sierra de Gata es su riqueza y variedad forestal, tanto en especies autóctonas –roble, castaño y encina, fundamentalmente- como alóctonas (pinares de repoblación). Protejámoslas a todas.

Nota adicional. Desde hace mucho tiempo se viene diciendo que todo hombre que se precie debe dejar rastros positivos de su paso por éste mundo. Ello se simboliza diciendo que al menos debe tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Algunos hemos tenido varios hijos y escrito libros, pero nunca hemos plantado un árbol. No es que nos sintamos frustrados por ello, pero por seguir el consejo de los sabios tendremos que hacerlo, aunque no sepamos cuándo ni dónde.

El Día del Árbol