viernes. 19.04.2024

LAS LETRAS DEL VIENTO. La ingeniosa luz de dos hermanos

Qué hubiera sido de nosotros, sin los hermanos Florencio y Venusto, nacidos en el pueblo de Palomero, cercano a los límites de Sierra de Gata. Qué hubiera sido de nosotros. Noches sin luz, sin la humilde bombilla Osram 5, sin el amarillento color de la sala, sin las ondas de la radio, sin la voz que no sabíamos de dónde venía, sin las charlas del que sería, muchos años después, amigo, el padre Onaindía – más conocido por el padre Olaso -, con el que haría amistad en San Juan de Luz. A las charlas del padre Olaso, la voz dulce de Lidia, ecos de los valles de Andorra, hora de seranos, donde se paliaba la soledad de la noche, el adiós del sol por la Sierra de Dios Padre, en esa despedida, con recuerdos para los abuelos y la tía, pagos de Villanueva de la Sierra.

Al lado de mi padre, a través de las ondas y del viejo Telefunke, descansarían las palabras procedentes de otro mundo, que ignorábamos cómo habrían llegado hasta allí, ¡oh, las  ondas hertzianas!. A ese calorcillo de palabras, postre del serano asistían desde el cura, don Marciano – decían que desterrado y al que vería, sin querer, de cuerpo presente, - pues ayudé como monaguillo, al paisano de mis padres – Florencio Serrano, natural de Villanueva de la Sierra -. Qué macabra estampa. Pues a casa llegaría hasta el más humilde vecino, algún que otro neurótico acudía a distraer los fantasmas de su cerebro, seres para desahogar penas, buscar un oasis de palabras, que era una manera de distraerse, entre humos de cigarro, dibujos caprichosos y azulencos junto a las bombillas.

Alguien diría, ya despedido el ocaso, ha llegado la tibia luz como un ilustre huésped sin decirnos nada: “Aquí tenéis la luz”, podría haberlo dicho, pero “la luz ha venido y nadie sabe cómo ha sido”. Entraba en casa sin decir: “Ave María Purísima”, bella costumbre de la época, puertas abiertas, “adiós y con Dios”. Aquello que llamaban serano, le daba a los invitados una forma de sosiego -  cuando Felipe II recibía a sus súbditos, les decía: ”Sosegaos, pues”. El serano era un rito, alegrar o atizar la  lumbre del espíritu, cuando aún merodeaban las penas de la contienda incivil. Sí, el serano, a pesar del silencio, tenía un sentido de psicoterapia, de “alegrar” el postre de la cena, vernos los rostros, lejos de los fanales y candiles. Ante mis sentidos adolescentes, con el aparato de radio –un Telefunke – me invitaba a soñar, a ver qué existía tras el dial, abierto a palabras de otra galaxia. Era una manera de volar con el mirlo de la fantasía, orillar las penas de una reciente contienda.

Ese milagro se lo debía el pueblo de Palomero a los hermanos Florencio y Venusto, dos genios, expresados sin comillas, hombres que llevaban una magia oculta, que nos revelaban un misterio, una modernidad, la física que se posaría como un jilguero en sus cabezas. ¿Y de dónde venía esa nacencia que iluminaba la noche? ¿De dónde procedía esa interrogación? Pues de la humildad del molino harinero de Florencio,  situado en aquellas traseras, donde los prados separaban el pueblo del Egido. Allí, dónde surgía un ruido, gracias a ruedas y correas de cuero,  danza enloquecida, brote de luz para exonerarnos de tristezas, fanal,  carburo o candil. Y la locutora Lidia nos hablaba desde un paraíso :”Aquí radio Andorra, emisora de los valles de Andorra”. Qué mundo nos creaban las ondas, hasta en las glorias deportivas, cuando la sala se llenaba ante un encuentro de España e Inglaterra, por ejemplo.

Además, estos creativos, Florencio y Venusto poseían una pequeña camioneta, marca “ford”, que no sé el por qué la llamábamos “La Cerillera” y viajaría en ella, con la luz de la Luna, de Palomero a Villanueva de la Sierra y viceversa a pasar la Nochebuena con los abuelos. Y, gracias a ella, los mozos del pueblo iban a los toros de Villanueva de la Sierra, en la festividad de “La Santa” – Santa Julita y Quirico  -, día grande de morlacos y moscas, de sol y calor, en el rito  cansino de olés y verónicas en la imaginación de los maletillas, figuras sepias de “Gordito”, “Tres Reales” y “Regadera”, bajo un sol ardiente como una estampa sepia de la revista “La Lidia”. Tardes cansinas en la fiesta, el toro junto al pilar y tío Sixto con su flauta y el tambori.l subido en aquel “trono” de piedra. Citas y carreras de los mozos, los sacerdotes en los balcones de Elías Durán, rico hacendado, con una huerta horaciana y primorosa, la palmera que hubiera inspirado a Miguel Hernández:”Alto soy de mirar a las palmeras”. El estrecho toril y tío Cleto, chulo de toriles. Así transcurría la tarde mortecina no exenta de ¡ayes! y el rito de verse / vernos, deseos y miradas de novios y novias, rutina ahogada en alcohol y, a veces cercana, por la cogida, a la tragedia.

Por ese ruedo de la plaza, pasarían, no obstante, diestros de cierta gloria en la hiedra cuadrangular de los carteles. “El Mirabeleño”, por ejemplo, que sacaría a su mujer de un convento para casarse. A la hora de matar al toro, se arrugaba hasta la valentía de los maletillas. Entonces, “La Cerillera” haría las veces de los cabestros y, con destreza, Florencio arrinconaría al morlaco hasta llevarlo al toril. A veces, ya el sol se ocultaba y las bombillas iluminaban la plaza tibiamente y los civiles no se atrevían a pegarle un tiro al toro. No faltaban, por supuesto, los sustos y  cogidas. No sé el por qué, mi padre ejerció su carrera de médico una de esas tardes. ¿La enfermería? La  habitación del Juzgado y una humilde camilla. Una de esas tardes de La Santa – Santa Julita y Quirico -, el cornúpeta cogería  a  un maletilla onubense, ya mayor. Y recordaré a mi padre...:”¡Vamos, gasa;! ¡vamos, alcohol…! Y yo, adolescente, con taquicardias; el ocaso ya dibujaba un darregotipo por la plaza, mientras silbaban los vencejos.

Cuanto debemos a Florencio y Venusto, ya fallecidos. Los nietos de Florencio – Javier y Luis  regentan con destreza la gasolinera de Pozuelo de Zarzón y su padre Francisco, gran hombre, llora la ausencia de su mujer María Luisa - hija del matrimonio Florencio y Luisa - muy querida por mi madre. Gracias a estos dos hermanos, nuestro mundo se haría más moderno y atractivo; y caminábamos con el tiempo, éramos hijos de esa época; y la genialidad de los dos hermanos abriría el misterio de las ondas para acercarnos Marconi a nuestros oídos y `participar más del orbe, vamos: estar en órbita. Cómo vamos a olvidarnos de nuestros sueños y no adentrarnos en el paraíso de los valles andorranos. Y los discos dedicados, cuando quizás el mundo fuera un gramófono y, con él, soñábamos sobre las sábanas blancas y frías. En fin, sentirnos modernos, como le gustaba a Baudelaire, ahora que, en la lejanía, suena una canción y me siento un niño y me pregunto qué serían de esos viejos cacharros y el molino harinero y, de esa suerte, seríamos hijos de ese tiempo, gracias al ingenio de esos hermanos, Florencio y Venusto.

IMÁGENES de Juan Antonio Pérez Mateos. En la segunda, Florencio Paniagua con su esposa y sus dos hijas y en la tercera puede vérsele sujetando en sus manos una llave inglesa.

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