jueves. 28.03.2024

LAS LETRAS DEL VIENTO. La Real Cárcel de Cadalso

Cómo me gusta dejar mi retina en la entrañable Sierra de Gata, cómo me gusta. Disfrutar de su magia, recrearme en sus ríos, ¡oh, mi Arrago y mi Tralgas!, por no citar el anonimato de los arroyos. Cómo me gusta escuchar  su caudal, oír la copla manriqueña que llevan las aguas del Árrago a su paso por Cadalso, cuando los peces gozan alborozados, y el yantar en la orilla, en Casa Piris, donde uno se siente tan “alejado del mundanal ruido”, y todo es susurro, sugerencia, canción de otoño, “hojas del árbol caído, juguetes del viento son”, el molino ya caído, a un tiro de piedra de ese remanso, los olivos como soldados pacíficos y en línea, tan severos y generosos, disfruto con sus hojas, y amo las aceitunas, y las ramas de paz del olivo que esperan, infructuosamente, la llegada de unas palomas.

Me gusta subir a Cadalso, como me gusta disfrutar la Sierra de Gata y sus pueblos, un paraíso. ¡Qué pena qué hayan destruido viejas casas o vea descarnados algunos molinos!. Estas vidas, estas casas tan Real Cárcel de Cadalsoentrañables, como acentos mágicos en la orografía serrana. Sí, me gusta subir a Cadalso, porque tiene un sello especial, o a mí me canta en el espíritu. La rueda del molino como símbolo de esos viejos cacharros, que dejaban el oro del aceite, “aceite de oro” del escritor de Trevejo.

Comprendo que el Rey Alfonso XI convirtiera estos pagos en destrezas de cobrar piezas, animales que correteaban por estos montes, y que el Monarca sintiera un grato solaz en esa valiosa casa de la esquina de la plaza, cuando escribió el libro de Monterías; y las malas lenguas  dicen , no sé si con fundamento o no, que habitaba su amante. Tiene encanto la plaza, especialmente, esa hilera donde figura la Cárcel Real del año 1793. Si algo me impresiona, es perder la libertad y citas literarias hay muchas. No es presumir, pero, durante el franquismo, cuando cubría para el diario “Abc” una información en la Ciudad Universitaria, supe que mis derechos no servían para nada, máxime, cuando yo estaba allí, para levantar acta de lo acontecido y resultaría herido; y de nada, serviría mi credencial periodística, porque  acabaría en los sótanos de la Puerta del Sol, tras curarme una herida en la cabeza. Entonces, supe lo que significaba la libertad.    

Ahora, frente a la vieja cárcel real, me he imaginado qué gentes de malvivir recibirían ese castigo, el sentirse preso, en una habitación pequeña y oscura, condenado como un animal. ¿Qué gentes pasarían por ellas?¿Qué fechorías habrían hecho? ¿Cómo podrían resistir en esa oscura celda?. ¿Serían vagos y maleantes? ¿Gitanos? ¿Algún criminal?. Qué lástima que ignoremos quienes eran esos seres y sus vidas?¿De dónde serían? ¿Le habrían aplicado la Ley de Vagos y Maleantes? ¿Y Por qué no la “Gandula”, de la Segunda República?. Y qué sería de ellos, una vez recuperada la libertad, quizás respirar el aroma de la Sierra, o, tal vez alguno, se bañara en el Árrago y aspiraría la libertad como el aire y bebería el agua para aliviar calores …

Lo que yo daría por conocer la historia de esa cárcel real, naturalmente del Rey, y a sus “moradores”, conocer sus fechorías… Pero ahí está la cárcel, como una reliquia, de quien /quienes perdieron la libertad. Está ahí, en la Plaza Mayor, como símbolo de cuanto representa. Ya tendrían los moradores de Cadalso motivos de conversación en los largos seranos invernales o a la sombra del estío. Qué duro es estar privado de libertad. Claro, “la libertad está en el espíritu”, pero hay preferencia. ¿Y el hambre? ¿Y la oscuridad? En la década de los años cincuenta, en un pueblo no lejano de Cadalso, el alcalde metería en la trena – cárcel lóbrega y sin luz - a un hombre republicano y sé, con cuanta angustia, vivimos ese hecho en mi casa, tras acusarle, sin juicio, de un robo de caballerías. En Villanueva de la Sierra, la cárcel estaba en la parte baja del Ayuntamiento, tenía unos barrotes y algún borracho daba con los huesos en ella, especialmente, el día de la Santa.

 En la cárcel de Herrera de La Mancha, durante un reportaje periodístico, vería a presos de ETA en las galerías y no olvidaré aquellas imágenes y, especialmente, “el suenan los candados, late el corazón” – letra de una canción -. Y, en otra visita periodística, a la Prisión de Carabanchel, aún me llega el eco de los cerrojos. “Qué noches tan negras las de la prisión.”

Sigo pensando en esos seres que dejarían sus penas en esa real cárcel de Cadalso, lo sigo pensando, ¿quiénes serían?. En el duro paso por la soledad, ¿habría una mujer?. ¿Qué comerían? ¿Dónde dormirían? ¿Les daban de comer? Y las necesidades, ¿dónde las harían?. Os fuisteis – quizá alguno muriera en ella -. ¿Y qué ha sido de vosotros?. Nada sabemos; no erais  como Cervantes, por ejemplo, y su cautiverio en Argel, qué novelón. Vosotros, queridos vagabundos de Real Cárcel de Cadalso, seríais gente sencilla, qué sé yo, por el robo de unas gallinas, tal vez, el invierno vendría gélido y qué harapos cubrirían vuestros cuerpos.

Qué lejos la Real Cárcel de Cadalso de la bellísima cárcel real de Cádiz, eso es un edificio, abierto al mar, al sonido de las olas, a la luz. Y vosotros seríais sombra y noche, escucharíais la voz de la gente, quizás pediríais un mendrugo de pan como si fueseis perros, quizás hasta os vilipendiarían. Qué sé yo. O, tal vez, un alma buena, una samaritana, que las hay, no sé qué os daría. El sacerdote, la rica, un alma buena. Como nos abrieran la cárcel… ¿Y qué ibais a hacer al salir?. Quizás, manta y camino – de carretera, nada -, hasta ingresar en la banda de vagos y maleantes. Qué pena que no anduviera, por estos pagos, Concepción Arenal, y le dijera al pueblo y a vosotros reunidos en esa plaza: “Odia el delito y compadece al delincuente.” Pero, queridos presos anónimos, no habíais tenido vuestro tiempo – y es clave en la vida -, y hasta llegaríais a envidiar al gallo y a la gallina y su quiquiriquí, y  al búho de la noche, a la cigüeña del campanario, a los grillos y hasta la flauta de un rapsoda. Anónimos personajes, quizás vuestro nombre ni pasaría por la plumilla del escribano del pueblo.

Qué pena que no sepa vuestro nombre, qué pena que os fuerais tan ausentes. Qué pena no haber nacido en esa época, y abriros esa puerta, y tirar un cohete, porque a la tierra se viene para algo más, qué menos.

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