miércoles. 24.04.2024

Aquellos capazos aceitosos

En la ribera denominada del Caíz, del lugar de El Acebo y, en el Arroyo de San Juan, de la  villa de Torre de don Miguel, hay 14 molinos de aceite. Siete para cada pueblo. ¿Cuántos capaceros fueron necesarios para tal oficio?. Cuantos esteras y otros aperos factibles de ser pasto de las llamas en la Noche de los Capazos. Yo os digo lo que sé y vosotros echáis las cuentas

EL PUEBLO. AITOR. ACUARELA

De lo antigua que es la fiesta de San Sebastián, patrón de Acebo, no tenemos constancia, pero sí que sabemos que en 1535 ya se oficiaba el culto en la ermita erigida en nombre del santo asaetado. Lo atestigua un documento referido a la iglesia parroquial, en construcción en aquellos momentos. Además se conserva la imagen y el retablo. Dicen que fue por una gran pestilencia que infectó España entera la que hizo que los fieles hicieran voto al Santo y, tras la invocación, este mal cesó.

En la víspera se encendía un gran hoguera en la plaza del pueblo. En el centro de ella un gran árbol, de cuyas fuertes horcas colgaban los capazos viejos de los molinos y los serones rotos de aceitunas y de “espichín”. Sobre las llamas, ardían las banastas, los cobanillos y las albardas que quedaron inservibles tras la brega del transporte y la  molienda. Los mozos saltaban la hoguera con gran estruendo y bailaban en torno a ella. Ahora, una vez que se pierde el respeto a espíritus, brujas y duendes, las lumbres arden frente a la iglesia parroquial y junto a la ermita del Cristo, mientras la gente del pueblo disfruta de las buenas viandas y los mejores caldos de la tierra extremeña, al calor de las llamas.

Otro tanto ocurre en la serragatina Torre de don Miguel. En la Plaza Mayor los jóvenes plantan un árbol de buenas horcas. Los capaceros, que así llamaban a los antiguos molineros, y un personaje que se conoce con el nombre de Camuñas, cubierto con piel de cabra y armado de tres cencerros, llegan al sitio dicho. Una vez encendida la hoguera de media noche, con las esteras y capacetas utilizadas en el prensado de las aceitunas para la obtención del famoso aceite virgen de Sierra de Gata, el Camuñas danza en torno a ella haciendo sonar sus cencerros. Las esteras, todavía ardiendo, son lanzadas al aire por los mozos con la intención de encajarlas en las horcas de aquel árbol, a tal fin plantado en la plaza.

Es, al mismo tiempo, una petición de la purificación frente a la enfermedad y los malos espíritus y, por eso, se cree que se encienden las hogueras. Otros dicen que es fin de la temporada de molienda y, llenas las cántaras de aceite, se queman los capazos, los serones y todos aquellos aperos inservibles.

Efectivamente las hogueras nocturnas, de la víspera de la fiesta del 20 de enero, más bien parecen tratarse de un elemento incorporado de la tradición pagana, posiblemente de antiguo origen celta, en que el fuego tiene un sentido de luminosidad frente a la oscuridad de las largas noches de invierno, sin descartar su sentido purificador. Un sentido práctico acompaña a la ceremonia por cuanto se queman aquellos pertrechos inservibles del año anterior o de la cosecha pasada.

En Acebo se dice que el atrio de la iglesia, por estas fechas, se regaba con aceite de la cosecha reciente, en clara señal de agradecimiento por el fruto obtenido. Las salvas de polvora que reciben al santo señor San Sebastián, en la plaza del pueblo, y la continuación de estas durante el recorrido de la procesión, hacen pensar en el ruido como método eficaz para desesperación de brujas y malos espíritus. Es el mismo resultado que consiguen los torrezneros con el repique incesante de los cencerros del Camuñas y el toque de tambores. Algo que ocurre en otras fiestas de guardar como cuando se llenan las calles del ruido de las matracas.    

El hecho de que la imagen del santo mártir, como en otras procesiones, recorra las calles de los pueblos se debe a la necesidad de que su presencia impregne estas y preserve las viviendas de las pestilencias en todas sus manifestaciones, sustituyendo de alguna manera a la estrella hexafolia, contenida en un sol. Dios celta que protegía antiguamente los hogares vetones.

Y no es de extrañar tanto confianza y tanto jolgorio en torno a la molienda de la aceituna, en unos pueblos que tuvieron su época de esplendor en un tiempo de pozos a rebosar en las almazaras, en que el agua corría tinta por las calles y las chimeneas de los molinos lanzaban al aire un humo de fogata blanca anunciando simbólicamente el “habemus cosecha”.

En 1753, tan sólo 260 años atrás, poco más o menos, las autoridades del lugar de Acebo y de la villa de la Torre de don Miguel, junto a los curas párrocos de las iglesias de Santa María y algunas personas de la mejor opinión y mayor inteligencia en tanto a las calidades y cantidades de los términos, sus frutos y culturas, contestaron al interrogatorio del Catastro de la Ensenada diciendo que, en la ribera denominada del Caíz (puede ser Cahíz), del dicho lugar de Acebo y, en el Arroyo de San Juan, de la dicha villa de Torre de don Miguel, hay 14 molinos de aceite. Siete para cada pueblo. Luego a finales del siglo XVIII, en 1791, otros dirán que son ocho molinos de aceite en Acebo y nueve en Torre de don Miguel. ¿Cuántos capaceros fueron necesarios para tal oficio?. Cuantos esteras y otros aperos factibles de ser pasto de las llamas en la Noche de los Capazos. Yo os digo lo que sé y vosotros echáis las cuentas.

En el lugar de El Acebo, independientemente de los molinos harineros ubicados en la ribera de Carreciudad (hoy Carreciá), hay siete molinos de aceite en la ribera del Caíz Cahíz).  

Pronto, nuestro informante, el escribano Ambrosio Rodríguez Calero, tras mencionar tres molinos de harina en esta ribera, se mete con el aceitoso negocio de la aceituna madura para decirnos que, en la anunciada ribera, hay un lagar de aceite propio de Juan Fernández Helena, vecino de este lugar, de una molienda y dos vigas, la una sin uso y la otra produce anualmente, unos años con otros, cuarenta cantaros o cántaras de aceite (16,1 litros por cántara).

Otro en esta situación, propio de José Rodríguez de Cáceres –continúa el meticuloso de don Ambrosio-, de una piedra y una  viga, que produce con el mismo arreglo que el antecedente treinta cantaros de aceite. Otro en el mismo sitio propio de Manuela Hernández de Prado también de una molienda y una viga que produce anualmente con otro arreglo treinta y dos cantaros de aceite. Otro en referida ribera propio de este mismo Don Juan Hernández de Prado, de una piedra y viga, que produce así mismo anualmente cincuenta y cinco cantaros de aceite. Otro situado en esta ribera propio de Juan Hernández Elena, de una piedra y una viga, que produce anualmente treinta cantaros de aceite.  Otro en esta ribera propio de Don Alonso Rodríguez de Cáceres, vecino de este citado lugar, de una piedra y una viga que produce veinticinco cantaros de aceite anualmente. Otro propio de Don Andrés Rodríguez Godínez de una molienda y una viga que produce anualmente treinta cantaros de aceite.

En la villa serragatina de Torre de don Miguel, ocurrió otro tanto en ese año dicho de 1753, siendo Manuel Díaz López el escribano de número y Ayuntamiento encargado de  decirnos que, en este término, hay siete molinos de aceite situados en el Arroyo de San Juan, inmediatos a la Villa, que muelen todos con agua corriente.

Uno, llamado el Molino de los Pobres, que pertenece a la obra pía que fundó el canónigo Juan de Gatta y administra el cura párroco de esta villa y es de una piedra y  produce al año 34 cantaras de aceite. Otros dos nombrados el uno el Molino de las Táramas y el otro el Molino de Franco, cada uno de una piedra, propios de la cofradía de las Ánimas Benditas de la parroquia de esta villa y regulan, el de las Táramas, su producto al año, en 20 cántaros de aceite y el de Franco cuarenta cántaras de aceite.

Otro nombrado el Molino del Puente, de una piedra, de seis partes las tres de dicha cofradía de las Ánimas Bénditas, dos de la obra pía que fundó el bachiller don Alonso Pedrero, para misas y sufragios de su intención, que administra don Juan Pérez, presbítero, vecino de esta Villa, y la otra parte restante de la obra pía que fundó Catalina Tostado, que administra el cura párroco de esta Villa, y regulan su producto en 30 cántaras de aceite del año. Otro nombrado el Molino de las Dos Piedras, con las que muele, propio de don Francisco Arias Camisón, caballero de la orden de Alcántara y residente en Madrid, se regula su producto anual en 100 cántaras de aceite.

Otro de aceite de una piedra, propio la mitad de él de don Francisco Hontiveros, vecino de la villa de Gata, y la otra mitad pertenece a la obra pía que fundó don Juan Rodríguez Navarro, que administra don Juan Hernández de Herrera, regulan su producto anual en 35 cántaras de aceite. Otro de una piedra por sextas partes, las cuatro partes de la obra pía que fundó dicho don Juan  Rodríguez Navarro y administra dicho don Juan Hernández de Herrera, procurador, y las dos restantes pertenecen a la obra pía que fundó don Alonso Pedrero y administra el referido párroco de esta villa, regulando su producto anual en 35 cántaras de aceite.

La villa de la Torre de don Miguel estaba comprendida, en 1753, en la Orden de Álcántara y sujeta al partido de la villa de Gata, mientras que el lugar de El Acebo pertenecía al maestrazgo y señorío de la duquesa de Alba, marquesa de Coria, doña María Teresa Álvarez de Toledo y de Haro, dentro de la jurisdicción del partido de la villa de Coria.

Con todo lo que os he contado, ya me diréis sino había motivos suficientes para estar de fiesta, tras una buena cosecha. Si fuere mala, ¡qué más da¡. Luego pasarían los cobradores de impuestos. Tantos fueron los pechos que hicieron insoportable la vida de muchos, pero eso forma parte de otra historia.

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