viernes. 29.03.2024

El recuerdo de hubo una vez (III)

Cuando el visitante devolvió su vara de edil al Alcalde, delante de los dulzaineros que amenizaron la fiesta, puestos estos por testigos, le dijo: Toma el bastón de mando y dirige a tu pueblo como Moisés llevó a los judios por el desierto del Sinaí. Sé legislador y profeta pues sobre la realidad y el mito se han forjado las grandes figuras de la historia.

Cuando el visitante devolvió su vara de edil al Alcalde, delante de los dulzaineros que amenizaron la fiesta, puestos estos por testigos, le dijo: Toma el bastón de mando y dirige a tu pueblo como Moisés llevó a los judios por el desierto del Sinaí. Sé legislador y profeta pues sobre la realidad y el mito se han forjado las grandes figuras de la historia.

La luna alumbró la Plaza Mayor, los músicos comenzaron a tocar como poseídos de una musa desconocida, y los últimos vecinos se levantaron, desperezaron y danzaron, alrededor de ellos, con la fragilidad de los danzantes de Tardienta en El Rey, golpeando los palos como si fuesen espadas.

Dormiréis, Señor, en mi casa, dijo el Alcalde dirigiéndose al forastero, mientras os preparo un aposento digno de vuesa merced. Muchas gracias Alcalde pero yo ya tengo casa, contestó agradecido él, al tiempo que tomaba las manos del Alcalde entre las suyas.

Se trata de un palacio solariego, subiendo a la Sierra, es precioso, singular, circular, murado con las paredes de piedra simple, dentro dispone de pequeños apartamentos, al cielo raso, cubiertos de viejas tejas arabescas y amplia corrala. Al descubierto las cabras berrean al unísono con un coro de disonantes voces y en pequeños chiqueros, cubierto también en teja, se protege a las hembras preñadas y sus crías; fuertes guardianes de duras fauces nos cuidan de intrusos en tierra, mientras que por el aire planean, al acecho de cualquier presa, ágiles ánades reales, aguilas culebreras, gavilanes, cernícalos y milanos negros. Allí me he hecho amigo de un perro canelo que duerme a mis pies y de una jaca, de miel estrellada, que bufé cálido aliento. Todo un ejemplo de sociedad bien organizada.

Señor, se escuchó la voz de Pedrito, mayor en días, su montura está lista. Querido alcalde, se despidió el visitante, he de partir para mi cabaña, estoy cansado. Presto a su entera disposición, respondió amablemente el Alcalde, siempre al servicio de vuesa merced.

Quedó el Regidor viendo la marcha de la comitiva. Al frente, sujetando las riendas, Pedrito hacia de guía. El visitante a grupas de la jaca y el perro Canelo bajo ella.

El Alcalde del pueblo preparó el antiguo calabozo luciendo sus paredes de yeso, pintadas en blanco, escayola al techo y suelo de gres, imitando piezas de viejo barro, convirtiéndolo así en un acogedor dormitorio, si bien perdió todo su antiguo e indigno origen. En el portalón del Ayuntamiento colocó el sillón de madera de roble, que imitaba un trono, para que el visitante lo usase a su antojo, justo debajo de la moneda con la inscripción: “Rex. Por la gracia de Dios”. Junto a él, una pequeña silla, también de madera de roble, con asiento de enea.

Aquella mañana el visitante llegó al pueblo temprano. El alguacil, tal y como le había ordenado el Alcalde, le abrió la gran puerta de madera que daba paso al portalón para que aquel tomase asiento en el trono colocado al efecto, y encendió la luz de la hornacina que contenía la moneda. Durante más de dos horas permaneció solo. La gente del pueblo se fue arremolinando frente a la puerta de la Casa Consistorial, sin atreverse a entrar.

 Un fuerte murmullo recibió la llegada de Abundio, un mozalbete de pequeña estatura y cara redonda, adornada de pequeños círculos rojos, que algunos decían de él como inocente, las mujeres coincidían en que le faltaba un hervor y todos tenían como el tonto del pueblo,

Hombre Abundio –le espetó uno de los vecinos-, te estábamos esperando. El visitante quiere verte.

¿Quién chachinu, quién? –preguntó Abundio-, ¡eh!, ¿quién?. El visitante Abundio, le respondió el vecino, el visitante. ¿Es guapo?, ¡eh!, preguntó Abundio, ¿es guapo?, ¡eh!. Hermoso, Abundio, respondió el vecino, es hermoso. Hermoso, ¡eh!, reiteró Abundio, hermoso ¡eh!, ¡eh!. Si. Anda, anda para dentro, le animó el vecino. Y entre empujones de unos y otros lo colocaron delante del visitante.

Hola Hermoso –saludó Abundio-. ¿Eres Hermoso?, ¡eh!, di ¡eh!. Si, siéntate aquí, joven, le contestó el visitante, señalándole la silla de enea. Aquí, ¡eh!, dijo Abundio un tanto perdido-, aquí, aquí, ¡eh!, ¡eh!. Si aquí, -reiteró el visitante. Aquí, aquí, Hermoso –dijo Abundio, tomando asiento-, ¡eh!, Hermoso ¡eh!.

Y tú, preguntó el visitante, tú, ¿cómo te llamas?. Abundio, Hermoso, me llaman Abundio y tú Hermoso ¡eh!, ¿a qué sí, Hermoso?. Si, si…., contestó el visitante dudando, yo soy Felipe el Hermoso.

Yo Felipe, tu Abundio. Tu Abundio, yo Felipe, repitió el visitante varias veces viendo que Abundio era un poco difícil de entendederas. ¿Qué quieres contarme?, preguntó Felipe el Hermoso, ¿hay algo nuevo?.

No hay nada, Hermoso, ¡eh!, no hay nada. No hay perras, no hay nada, ¡eh!. No hay trabajo, no hay nada ¡eh!. No viene gente de vacaciones, no hay nada ¡eh!, ¡eh!.

Pero esto es una zona de turismo rural, donde se han habilitado casas rurales, se han construido autopistas, carreteras nuevas, senderos y rutas ecológicas. No hay perras ¡eh!, no vienen ¡eh!, todo vacío ¡eh!. No entiendo nada.

¿Dónde está el dinero?, preguntó con perplejidad el forastero. El tesorero ¡eh!, el dinero lo tiene el tesorero, Hermoso, ¡eh!, ¡eh!. ¿Qué tesorero hablas?, no conozco ningún tesorero. Si, si ¡eh!, ¡eh!. Metía las perras en sobres y las mandaba al extranjero, Hermoso, ¡eh!, ¡eh!, el tesorero, ¡eh!, Hermoso. ¿Al extranjero?, ¿mandaba el dinero en sobres al extranjero?, ¡caramba!, ¿y allí que hacía?. Gastaba las perras en limones, Hermoso, ¡eh!, ¡eh!, en limones, Hermoso, ¡eh!. ¿Todo el dinero lo gastó en limones?. Todo, Hermoso, ¡eh!, ¡eh!, todo. ¿Pero eso son muchos limones?. Veintidós millones, Hermoso, ¡eh!, ¡eh!, veintidós millones de limones, ¡eh!. ¿A ti quien te ha contado todo esto?. El cura, Hermoso, ¡eh!, ¡eh!, el señor cura del pueblo, ¡eh!.

En ese momento comienzan a repicar las campanas de la iglesia grande. Abundio se queda quieto, como sobrecogido, mira al forastero y le dice: Me voy, Hermoso, ¡eh!, ¡eh!, me llaman a Concejo, ¡eh!, adiós Hermoso. Vete con Dios, Abundio, se despidió el forastero, que quedó pensativo sobre el trono. No haga usía caso a Abundio, se oyó la voz del Alcalde, tiene la cabeza a pájaros. Venga vuesa merced conmigo, comeremos en la posada de Corvina y luego visitaremos las hogueras de San Sebastián.

Llegaron al hotelito en pleno vendaval, un viento de más de cien kilómetros por hora que parecía querer hacer girar las cabezas sobre los hombros, como gira la ruleta sobre el bidón de los barquillos. Y en ese momento, tan solo fue un momento, le vino a su cabeza la ruleta loca de los pensamientos que le trasladó al barrio de Lavapies de Madrid, capital de España, y a su boca el sabor dulce de la masa de trigo horneada, endulzada con azúcar y miel, de los barquillos. El barquillero, vestido de chulapo, le animaba a que probara suerte con la ruleta, evitando la casilla del clavo, para llevarse un barquillo en cada jugada.

¿Qué le parece el sitio a vuesa merced?, preguntó el Alcalde, sacando al forastero de su ensimismamiento. Si le parece bien tomamos asiento, sino marcharemos. Está bien, muy bien, contestó el forastero, es grande la casona, debió ser aposento de nobles hijosdalgo.

Buenos días tengan ustedes, interrumpió el camarero, ¿qué van a tomar?. Para mi, contestó inmediatamente el forastero, un consomé al jerez y un filete de ternera con patatas. Bien, y usted Alcalde, preguntó el camarero: lo mismo Luis, gracias. Para beber, les aconsejo un vino tinto de Tentudia, tengo un reserva de 2002 a muy buen precio. Estupendo ese puede estar bien.

Al poco apareció el camarero con la botella de vino, mientras una joven adecentaba la mesa, la descorchó y vertió sobre una gran copa un poco de prueba. El forastero levantó la copa, movió el liquido sin quitarle la vista. Rojo rubí muy brillante con matices de teja, dijo ante las atentas miradas del Alcalde y el camarero, lo puso bajo la nariz, cuerpo medio, fresco y cálido, aroma muy complejo de larga crianza, y lo probó, vigoroso en boca, bien estructurado con gran riqueza de sensaciones, amplio y con taninos nobles bien conjuntados, se dirigió al Alcalde, elegante vía retronasal, tiene una larga persistencia, con rasgos muy expresivos de su crianza en madera, buena acidez y larga vida. Debió usted abrir la botella antes, camarero, aconsejó.

Lo siento, no sabía…. que iba a ser usada, balbuceó, no pidieron ustedes reserva. ¿Es de la zona?, preguntó el forastero. Soy de aquí, Señor, aunque vivo fuera soy de aquí, contestó el camarero, toda mi familia es de aquí. Me refiero al vino, posadero, me refiero al vino. Es un vino de la Tierra de Barros, terció el Alcalde, criado en barrica de roble americano y reposo en botella. Les traeré unos quesos, acertó a decir el camarero un tanto escocido.

Alcalde, qué le pasa a Abundio?, entró en conversación el forastero. Fue mala suerte, Señor, explicó el Alcalde. Nació prematuro, apenas si pesaba un kilo y medio, su padre llorando, con la emoción del momento, lo tomó en brazos y el prematuro comenzó a bailarle, como lo hace el pez en el agua o el papel en el fuego, y la desgracia hizo que diera al suelo un día tal como hoy, diecinueve de enero.

Me contaba Abundio, continúo el forastero un tanto impresionado por la narración del Alcalde, que viene poca gente a los pueblos de la Comarca. Hemos tenido menos de la mitad de ocupación que en otras temporadas, contestó el Alcalde con cara de preocupación, esta puta crisis va a acabar con todos y con todo y encima nos suben el IVA.

Hay que remozar los negocios, renovarse, innovar, aconsejó el forastero, cada negocio debe estar integrado y conocer la realidad social en que se mueve pero sobre todo debe responder y cubrir una necesidad.

La comarca, Señor, está en continúa innovación, contestó el Alcalde, lo último ha sido la Hospedería de San Martín, creada sobre el antiguo convento de San Miguel. Bueno, aseveró al forastero, tengamos paciencia, está mala racha pasará.

¿Y lo de los sobres, qué es eso de los sobres?, preguntó el forastero. Cosas internas de los partidos, contestó el Alcalde, enredos de los políticos. No dijo nada de los políticos ni de los partidos, Abundio, insistió el forastero, habló de millones de limones. ¡Luis!, llamó el Alcalde un tanto corrido por la metedura de pata y como viera que el forastero le miraba fijamente, contestó: Como no circulan ya los sobres por el correo, los pasan de mano en mano, como antiguamente cuando se hacían leguas y leguas a caballo para llevar el mensaje. Y esto, ¿qué mensaje tiene?. Tomaremos café y un beso extremeño y nos iremos a la Plaza para preparar las hogueras de San Sebastián, consiguió cambiar la conversación el Alcalde.

Llegada la hora, un funcionario prendió fuego, por varias partes, a los troncos de roble, perfectamente apilados en forma de pirámide en la Plaza del Pueblo, dejando espacio entre los mismos para que el fuego cobre vida, respire y no se apague. Cuando las llamas prendieron lo suficiente, un jolgorio de gentes se aproximaban y alejaban de ella, asando carne y productos de matanza que degustaban con otros vecinos portadores de ricos caldos de las viñas, mientras los niños y jóvenes se entretenían explotando petardos entre las piernas de las mozas que saltaban jurando a todos los santos y dejando en entredicho la paternidad de los susodichos.

Como el Alcalde viera que el forastero no parecía entender lo que pasaba y denotaba cierto aburrimiento, acudió a él con un trozo de chorizo quemado a las brasas y un pedazo de pan. ¿Qué le parece, Señor?, preguntó el Alcalde.

Bien, Alcalde, bien, contestó este, muy calentito en día desapacible, me recuerda a las fiestas del Santo Tirso, a las que asistí un día en Valcabado del Páramo, en Roperuelos, Reino de León, donde se tenía al Dios Vulcano y se practicaban juegos en torno a la hoguera, mientras los mayores recordaban pasajes de otros tiempos pasados.

No siempre ha sido así, Señor, explicó el Alcalde. Antaño, nuestros antiguos, festejaban en San Sebastián el final de la cosecha de la aceituna de molturación y se regaba el portal de la iglesia con el aceite y con el mosto, si la cosecha fue buena. Los mozos colocaban un gran roble, de robustas ramas y horcas, en el centro de la Plaza y, en ellas colgaban serones, cobanillos, cestas y aperos viejos de labranza y les prendían fuego en la oscuridad de la noche. Los capaceros prendían los capazos de los molinos, todavía con el empape del aceite, y ondeándolos los lanzaban hasta encajarlos en las horcas. Los vecinos y vecinas bailaban en torno a la hoguera como danzantes de Henri Matisse, haciendo sonar flautas, tamboriles, campanillas, sonajas y todo aquello que hiciera ruido y que, por mágico, ahuyentara y espantara pestilencias y malos espíritus y a todo esto mi poderoso Señor,… Señor…, Señor,… ¿dónde se ha metido este hombre?.

Ya no le oye, Alcalde, se ha ido con el coro a la puerta de la iglesia grande, a cantarle al señor San Sebastián, le contestó el alguacil. Pues bueno, en otro momento le cuento como sacamos en procesión al Santo, en su día, por el pueblo.

Foto. “La danza (II)”. 1909-1910. Henri Matisse. State Hermitage Museum. San Petersburgo. Rusia.

El recuerdo de hubo una vez (III)