sábado. 20.04.2024

EL RECUERDO DE HUBO UNA VEZ. Jaque al Rey

Cuando el forastero llegó a la Plaza, acompañado por Pedro y Pedrito, menor en días, estaba ya todo dispuesto para dar comienzo a la jornada de juegos populares de mesa, que celebraban su XXV edición.

Varias mesas iniciales, con cuatro sillas a su rededor cada una, se mostraban vestidas de tapiz verde y al centro, de cinco de ellas, una baraja de cartas enseñaban cuatro cartas: el as de espadas, el siete de oros, el siete de copas y el cuatro de bastos. Otras cinco completaban el cuadro descubriendo un as, un tres, un caballo y un rey, estas dos últimas del mismo palo.

Más adelante dos pequeñas mesas matanceras, con un tablero formado por dos tablones separados, dejando raya al centro, exponen una colección de monedas de bronce de a perra gorda, de diez céntimos de peseta, emitidas por el gobierno provisional poco antes del gran desastre que liquidó la posesión colonial. Unas, por el anverso, recuerdan la numismática romana de Adriano con una matrona Hispania, sentada. Otras, por el reverso, hacían honor a su nombre con un león sosteniendo el escudo de España.

Terminan este grupo, otras ocho mesas, con tableros de parchís cuatro de ellas, dos en damas y otras dos en ajedrez.

En un rincón de la Plaza cuatro mesas de futbolín, tres de billar americano, dos para billar español y una para la rana y, en otro rincón, sobre el suelo dibujos de caminos y ríos que llaman meta, para jugar con chapas de las que cierran las botellas de refrescos y los botellines de cerveza y,  un poco más adelante, el espacio libre invitaba al juego del burro, a la primera sin topal, jaba, la rayuela, la cuerda, la peona, el pañuelo, la jincacha, la taba, el cinturón, la mazaroca y los bolindres, entre otros muchos. Quedaba el resto del pueblo, con sus empinadas calles, para juegos más libres como el escondite, los lairones o el bote. 

Poco a poco, los concursantes fueron ocupando sus sitios. Usted no juega Alcalde –pregunto Pedro a este. No –contestó-, junto al Alguacil tengo que vigilar el perfecto desarrollo de los juegos, acompañando a los jurados. Pues entonces – dijo Pedro-, que don Felipe quede con ustedes, que yo tengo pareja para el Zapiti y Pedrito a de ir con sus amigos a la meta, que lleva toda la noche rayando cristales para las chapas y ha sacado cuatro cromos de su álbum.  No tengan prisa. Queden con Dios.

Está bien esto Alcalde –dijo admirado el forastero-, es fantástico. Tenemos muchos más juegos señor –contestó aquel-, algunos necesitan mucho espacio y hoy no se pueden organizar, cuando yo era chico jugábamos al marro, a la tocha o a las carreras de sacos, ocupando toda la Plaza. ¡Caramba!, ¡caramba!.

A medida que los jugadores comenzaban sus juegos, la gente se agolpaba en torno a las mesas y las voces, antes murmullo, sobresalían entre los gritos de pañuelo, ajorrisi y el cante de las cuarenta.

De pronto el forastero quedo fija su mirada en la mesa de ajedrez, sobre cuyas dos sillas dispuestas sólo había un jugador. Se separó del grupo y se fue hacia ella. Un hombre de edad avanzada, con traje oscuro de pana, bufanda gris a cuadros, tocado de sombrero, le miró, se quitó el sombrero y le dijo: Os estaba esperando Señor, tomad asiento. El forastero no replicó, dio las buenas tardes y se sentó. 

El tablero, en tonos ocres, estaba preparado como se preparan los tableros de ajedrez, con sus treinta y dos piezas de madera, blancas y negras, formadas. En ambos frentes los peones, protegiendo al resto de piezas. 

Comienza el forastero, ritmo clásico, apertura dos casillas peón blanco. Replica el del sombrero, peón negro, una casilla. Ya no hay sosiego, los dos colores se enfrentan a muerte. Caen peones, caballo negro y, en la pelea, alfil, torre blanca. El lento caminar demora la partida. 

Han terminado todos los juegos. Solo ellos quedan enfrentados en la arena, donde las vaquillas embisten asustadas en las fiestas. Todo el pueblo se aglomera en torno de la única mesa de juego. ¿Qué pasa?, preguntan los de atrás. Muere reina negra –contesta el primero. ¿Qué sucede, no se ve nada?. Acorralan al Rey blanco.

¡Jaque al Rey! –gritó el del sombrero quedando la Plaza en sordo silencio de cementerio. Las encarnizadas torres oscuras rien sobre el tablero y el caballo levanta las patas altanero. La armada reina blanca busca proteger su reino y los alfiles se rasgan la cabeza buscando ingenio.

¡Madre! –gritó la niña que ganó en la carrera el pañuelo-, ¿El Rey ha muerto?. No hija -contestó la madre conteniendo lagrimas de duelo-, perdió la prenda más querida en el juego. ¡Madre! –insistió la niña del pañuelo-, ese señor de ahí ha dicho: ¡silencio, el Rey ha muerto!. No hija, es la reina con sus damas que esconde lágrimas blancas tras su velo. 

Caballeros. Apunten las piezas en el juego –dijo severo el presidente del jurado-, es tarde y hay que recogerlo todo. Seguiremos otro día, previo aviso, Dios mediante y si hace bueno, que comenzaron ustedes en cuadro blanco y ahora pinta en negro.

Enhorabuena Caballero –dijo cortésmente el forastero. ¿Por qué? -preguntó el del sombrero. Por su victoria en el juego. Sino hay mate las piezas seguirán en el tablero, aun le queda al Rey movimiento, si es bueno o malo, ya veremos. Reyes más acosados han salido de estos y otros atolladeros. Mientras hay vida queda esperanza –insistió el del sombrero-, esto es un juego. 

Eso quisiera yo amigo –contesta temeroso el forastero-, pero es mucho más, me temo. Hoy lo he visto claro, todos mis poemas son sólo epitafios y esta visto que la justicia se reparte igual para todos. Por eso es justicia –replicó el del sombrero.   

Aquella noche el forastero se quedó a dormir en la habitación que le preparó el alcalde y que antaño fuera calabozo. Pedrito se quedó con él. 

No sé que me pasa Pedrito -le confesó el forastero-, tengo como un desasosiego que no me deja tranquilo, una desazón de disgusto, una carcome que me consume, unos escalofríos que me recorren el tuétano de los huesos, una presión en el pecho. 

Eso es –contestó Pedrito-, porque no está acostumbrado a perder, son los ardores que dan la mala leche y suben como ahogos hasta la garganta. 

Debe ser eso –sentenció el forastero-, porque es propio de otros tiempos ver reyes encarcelados y princesas ultrajadas sobre el verde tapete ajedrezado de la vida. ¿Qué puedo hacer cuando se reinicie la partida si peones, caballos, torres y una dama sacrifiqué para evitar, y no pude, el aviso del jaque?. Piense un movimiento ágil –aconsejó sorprendentemente Pedrito- y, con un solo toque, puede evitar caiga destronada la realeza.

El siguiente –se oyó la voz fría de la enfermera-, que pase el siguiente por favor. Buenos días don Felipe –saluda el médico-, que le trae por aquí. No me pasa nada –contestó este-, un poco nervioso, la humedad del calabozo, yo no quería venir pero Pedrito se empeñó y aquí estamos. 

¿Qué pasa Pedrito? –pregunta el médico. Ha pasado muy mala noche don Jesús, sudando, con escalofríos y delirando. Me dijo el Alcalde que me pasara por aquí antes de subir al corral. Yo ya le he dicho que son cosas del mal perder. 

El médico le toma el pulso, le ausculta y revisa todo lo que se puede revisar en una sala de consulta donde los medios son escasos. ¡Venga!, cuénteme usted. ¿Qué le pasa?. Ya le he dicho que no me pasa nada. Son cosas de Pedrito y del Alcalde. Algo ronda por esa cabeza que no me quiere decir. ¿Qué fueron esos sueños?. 

Primero tengo que dejar claro que no he perdido. Un jaque en ajedrez no es perder, solo es estar tocado, como en el juego de los barcos. ¿Me entiendes Pedrito?. Si Señor –contesta como un rayo Pedrito-, pero es mejor agua. Pero no estoy hundido, ¿o si?. No Señor, no, siga, siga usted -intercede el médico.

Es el típico sueño, al menos eso pienso yo, cuando uno se acuesta desasosegado y en cama ajena. Me era difícil y fatigoso el intento de descabezar el sueño, quedándome en duermevela, cuando un conjunto de sucesos me vienen a la mente. Un hombre de oscuro entró en la lúgubre sala, se lleva su mano a la boca, oculta tras capucha negra, y grita: ¡Jaque-mate. No busques. No hay salida. La torre negra, los alfiles negros, esos apocalípticos caballos… imágenes perfectas del acoso en que tal juego, tal vivir consiste.

No queda escapatoria –continúa el médico-, olvida amigo, bebamos por la gloria del rey blanco muerto en combate y guárdelo en su estuche, el domingo lo resucitaremos.

¿También se le ha presentado a usted el hombre de negro? –pregunta extrañado el forastero-, ¿es típico de por aquí?. No don Felipe –contesta el médico-, es una poesía de Solustiano Masó. Lo que yo dije –añadió Pedrito-, no sabe perder. Después de lo de Abundio es de esperar cualquier cosa. Solustiano Masó, dice usted. Si, ¿no ha oído hablar de él?. Si hombre, si, un poeta de Madrid.

Pues eso mismo. Tómese un lexatín cada doce horas. 

¿Habremos hecho el ridículo Señor? –pregunta Pedrito tras salir del consultorio. No, es un médico y sabe cuando un cuerpo está mal aunque no sea enfermo, esto que nos pasa a veces es mas cosa del alma y el alma sólo es de Dios. Pues a tenido usted suerte que no le haya soltado alguna barbaridad –añade Pedrito-, porque este médico es republicano. No sé –contesta el forastero-, que tiene que ver la política con la medicina. Mi padre dice que todo es política. ¡Toma!, hasta en la sopa, así nos va.

Mira Pedrito como se me refresca la memoria: ¡Estamos enseñando a rugir a los violines!, ¡a blasfemar a nuestros ángeles!... Mira amigo, sobre el cuadriculado tablero blanco y negro de la vida, alguien ha dado jaque-mate al hombre. Es inútil, no busques, no hay salida, no queda escapatoria, únicamente el olvido.

¿Qué te ha parecido?. Los ángeles no dicen pecados, Señor, y además no tienen sexo, mejor vamos a casa, se toma usted las pastillas que le ha recetado el médico y a dormir el rato que se tercie, ya verá como está mejor mañana.

“Poesía Escogida”. Solustiano Masó. Libros de la Frontera 1984.

EL RECUERDO DE HUBO UNA VEZ. Jaque al Rey