jueves. 25.04.2024

El recuerdo de hubo una vez (V) Ovejas contra el fuego

 Desde que volví de Madrid soy otra persona –relató Pedro al forastero de camino a la “casa solariega”, situada un poco más arriba de una zona que llamaban de las Vegas, una vez terminadas las fiestas de San Sebastián-, allí la contaminación me estaba asfixiando, no era fácil sentirse solo entre tanta gente.

 Desde que volví de Madrid soy otra persona –relató Pedro al forastero de camino a la “casa solariega”, situada un poco más arriba de una zona que llamaban de las Vegas, una vez terminadas las fiestas de San Sebastián-, allí la contaminación me estaba asfixiando, no era fácil sentirse solo entre tanta gente. Decía Delibes, y creo que tenía razón, que la vida se vive más intensamente, más humanamente, sin cambiar tus raíces.

Si, recuerdo ese texto –contestó el forastero-, alababa el poder conocer a la gente, que venía desde sus años de juegos e instituto: al farmacéutico, al médico, al cartero y lo ponía en valor.

A mí –dijo Pedro-, si me permite, señor, la expresión, se me ponen ojos de mochuelo cada vez que tomo el giro a la izquierda y, adentrándome en este camino, veo los pechos de Jálama. Siento entonces aquella quietud serena y reposada del valle, como debió sentirla el escritor, contemplar el verdor de los prados, el singular gris del brezo, la mataescoba de los montes, todo salpicado por los corrales de las cabras y las casinas de labranza y, como a Abundio, dejarme despertar por el tañer de las campanas. Es, señor, como si las piedras de la Sierra me contaran historias, relatos de antaño que viví con ellas. ¡Qué pena no poder ser pino, naranjo u olivera para estar hasta la muerte, siempre en una misma tierra!, qué pena, qué pena -suspiró Pedro.

Así mismo sentir rabia contenida de que todo esta belleza natural pueda ser pasto de las llamas –comentó melancólico el forastero-, cómo puede haber gente tan canalla.

Es como si se quemara una obra de arte, una única cinta de cine de una película muda, un incunable, el códice de la Catedral de Santiago o una partitura irrepetible de música –comparó Pedro-. Mire usted, señor, a su alrededor. Donde quiera que mire se contempla belleza y según el momento esa belleza cambia a cosa más bella. No entiendo, entonces, porque la descuidamos. Se busca al ladrón de arte, al que dejó estropear la película, al que sustrajo el incunable o el códice y al que perdió la partitura, pero cuesta demasiado detener, multar y encarcelar a los que ennegrecen la Sierra.

Estarían llenas las cárceles -sostiene el forastero-, pues ya no saldrían de ellas. El otro día el Alcalde del pueblo me contó que el año pasado sucedió un terrible incendio en esta vuestra Sierra y que hubo un fallecido y varios heridos.

Así fue –contestó Pedro-, murió un joven cabo de las tierras de Toledo, miembro que era de la Unidad Militar de Emergencias. La primera vez que muere uno de ellos ayudando a apagar un incendio. Pertenecía a una unidad de Torrejón de Ardoz, en Madrid. El fuego se produjo en un paraje que aquí llamamos de la Cruz de Piedra, en la carretera que lleva al pueblo de la Torre de Don Miguel. El accidente se produjo cuando se cruzaron dos camiones en camino de tierra, barro y lodo y uno de ellos se precipitó por una ladera.

El Alcalde añadió que el fuego no se debió a causas naturales ni accidentales sino que, más bien, fue provocado –afirmó el forastero. Habló de más de setecientas hectáreas.

Si, eso es –siguió Pedro-, principalmente se quemaron pinos, que no es que sean de mi agrado pero ya que están tendremos que dejarlos o sustituirlos, también ardieron plantaciones de oliveras, que lo mismo brotan de nuevo, y finalmente arboledas y matorrales.

Ahora que citas los matorrales me ha venido a la memoria que un día el Alcalde de Boadilla del Monte, en la Sierra madrileña, me comentó que había contratado quinientas ovejas para que pasaran unos meses en el monte –contó el forastero-, se trataba de un nuevo método de prevención de incendios forestales, aprovechando el desbroce y la limpieza de la vegetación, realizada de una forma natural. Las ovejas eran conducidas por pastores y caballistas. Los animales no sólo se comían los hierbajos y el monte bajo sino también todas aquellas ramas que quedaban a la altura de sus bocas y encima, no te pierdas esto Pedro, estercolan el monte.

No me diga usted, aquí antes se hacía así. No hace falta ir tan lejos –contestó Pedro animado por el ejemplo-. En el pueblo de Arroyo de la Luz han hecho lo mismo. El Ayuntamiento, ¡eh!. Han metido ovejas en una dehesa de más de novecientas hectáreas de encinas y alcornoques y echando números se han dado cuenta que se han ahorrado los 12.000 €uros que gastaban en eliminar los pastos secos.

Empezaron por poco, unas cincuenta ovejas, -siguió Pedro-, y ahora ya tienen cerca de trescientas y, fíjese señor en lo que voy a decirle, la mano de obra que pudo destruirse en la limpieza a mano se ha repuesto en el pastoreo y en la siembra de la propia dehesa, que ya no se hacía por la mierda que tenía.

Cuando se habla de ahorro –señaló el forastero-, hay que recortar el que resta del gasto que se deriva al sofocar un incendio. Si el Ayuntamiento ahorró 12.000 €uros, imaginate lo que se está ahorrando el Gobierno de la Comunidad si, por un casual, aquello hubiese prendido. Hay que felicitar al Alcalde pues es toda una medida medioambiental y de sostenibilidad socioeconómica.

Pues no cunde el ejemplo, señor –aseveró enfadado Pedro-. Todo se va por las alcantarillas y se entierra bajo tierra. Lo importante es mantener, pero no se crea riqueza. Asegura el alcalde de aquel pueblo que, desde que emplean este sistema, no se ha producido un solo incendio y que, además del puesto de trabajo estable y directo, se ha mejorado la cabaña ovina, de la que también aprovechan todo lo que este animal tiene en provecho.

No entiendo lo que pasa –se quejó el forastero-. Esta Sierra tuya siempre fue zona de pastoreo de cabras que cubrían ríos y montañas y luego quedaban las ovejas en zona más llana y las vacas, caballos, mulos y burros en los prados.

Ya no las dejan –dijo enfadado Pedro-. Primero pusieron los pinos y quedaron desiertos los corrales de sus cabras, luego prohibieron pastar en los ríos y se llenaron de maleza. Se dejó por difícil la venta de leche, queso y carne, cosas sanitarias; la lana no vale. Al final quitarán las subvenciones y no quedará nada. Las fincas vuelven al monte y este se quema. Donde otros van para delante nosotros dimos marcha atrás.

Pues según estas noticias es un error –afirmó el forastero-, pues mediante el pasto de ovejas, cabras, caballos, mulos y asnos, dicen los expertos, que se elimina el exceso de biomasa que existe en el monte bajo, del que se compone principalmente esta Sierra, se protege de la erosión y se fertiliza.

Que me va a decir a mí, si, al igual que Delibes en Castilla, yo aquí nací con todo esto –recordó Pedro-. Lo suyo es que, junto a las ovejas, taladores y desbrozadores ayuden a la entresaca. La actividad pastoril ha estado siempre unida al hombre, pero ya casi nadie la quiere, porque hay que estar todo el día enredado, sea diario o fiesta de guardar. La limpieza del bosque da, además, leña para el fuego y se puede hacer carbón y picón, pero esto a quien le importa.

Bueno hay voces que dicen que se están organizando los ganaderos para este menester –aseguró el forastero-, piden bebederos móviles, depósitos de agua y establos desmontables, allí donde sean necesarios. Pero eso sí, cobran 50 €uros por cada hectárea limpia, que en unos casos limpiarían el monte entero y en otros prepararían cortafuegos.

¡Caramba!, no sabía que esto estaba tan avanzado y organizado –se sorprendió Pedro-, me parece bien.

Bueno han utilizado ovejas, cabras, vacas y caballos en Alcobendas, San Lorenzo del Escorial, Galapagar, Robledo de Chavela y Buitrago de Lozoya, todos de Madrid. Ahora es el momento.

El recuerdo de hubo una vez (V) Ovejas contra el fuego