jueves. 28.03.2024

Mucha, mucha policía

La reiterada costumbre de generalizar los juicios de valor sobre una actividad normal y sobrevalorarla en el hecho singular hace que, en muchas ocasiones, saquemos de contexto los hechos acaecidos.

La reiterada costumbre de generalizar los juicios de valor sobre una actividad normal y sobrevalorarla en el hecho singular hace que, en muchas ocasiones, saquemos de contexto los hechos acaecidos.

El pasado 25 de septiembre, todavía en el desperezo de las ansiadas vacaciones estivales y con los sones retumbando en los oídos de la reciente manifestación de la Plaza de Colón, se vivió en Madrid otra convocatoria bajo el lema “Rodea el Congreso” que reunió a más de 50.000 personas.

Independientemente de la guerra de cifras, algo habitual en este tipo de concentraciones, se puede concluir que hubo una cantidad ingente de manifestantes y, como cantara Joaquín Sabina, mucha, mucha, policía.

Todo el mundo sabe que cuando se producen este tipo legítimo de aglomeraciones, aunque sea con la sana intención de protestar a favor de algún derecho conquistado, que ahora se denota como trasgredido o quebrantado, surgen grupos de violentos que aprovechan el momento para mostrar sus más temibles garras y, a veces, empujan a otros en ese mismo proceder.

Todo el mundo entiende que la policía está legitimada y bien preparada, máxime si son cuerpos especiales, para detectar este tipo de grupos y actuar en consecuencia, así como para proteger al resto de manifestantes, como preservar los bienes públicos y privados que puedan verse afectados. En este orden, más o menos, se actúa ante un incendio y todos estamos de acuerdo con el protocolo: salvar vidas, proteger bienes, controlar el incendio.

No es entendible salvo error o accidente, pongo por ejemplo, que en un asalto a un banco intervenga la policía matando a los rehenes y dejando libre a los asaltantes. Es su trabajo, son profesionales y se supone no sólo que lo van a hacer bien sino que, además, es su deber proteger a todos aquellos que han asistido a la reunión con la única intención de manifestarse.

En eso es en lo que la gente de bien confía y por eso han delegado su seguridad en ellos, como se delega la salud en los médicos o la educación de los hijos en los maestros.

Aciertan los mandos policiales cuando prevén que puedan asistir a una manifestación cerca de 600.00 personas y preparen los contingentes en ese sentido, dicen que 30 unidades sobre las 50 de elite preparadas a escala nacional.

Yerran estos mismos mandos policiales, a partir de ahí se hace creíble lo increíble, cuando tal contingente no consigue garantizar la seguridad de los manifestantes de bien, aún habiendo asistido a lo convocado una mínima parte de la cantidad prevista en principio, o cuando no se protege a los que deciden abandonar la concentración o cuando se vuelcan a la opinión pública endebles argumentos sobre la infiltración de agentes de paisano, encapuchados, entre los manifestantes

Es cierto que hemos visto imágenes, tanto de las televisiones como vía Internet y, en especial, el video editado por la Policía Nacional, en las que se evidencian los envites contra la valla de seguridad, algunos objetos que se lanzaron y el estado en que quedó la Plaza de Neptuno de Madrid pero, a nuestro humilde entender, las imágenes no denuncian una agresividad extrema y si dejen entrever unas acciones de los concentrados que están alejadas de lo que ha sucedido en otras convocatorias de esta índole tanto a nivel nacional como, sobre todo, a nivel internacional. Véanse, verbigracia, las citas de los foros económicos mundiales de Davos (Suiza).

Los recuerdos a las manifestaciones de la etapa de transición y principios del sistema democrático, convocadas para la reivindicación de los derechos políticos y sindicales pero también de los socioculturales, son ahora constantes y recurrentes y es cierto, aseguran muchos, que aún siendo tiempos difíciles, la policía sólo cargaba cuando pequeños grupos resistentes se negaban a cumplir el tiempo legal concedido a la protesta o no, como diría el gallego.

Menos entendible todavía es la irrupción de los grupos políticos en la escena de Neptuno, sobre todo porque se les presupone una predisposición a defender la expresión popular, aunque no le gusten sus contenidos. Todavía están revelando las retinas de los españoles las imágenes de las tolerantes acampadas de la Puerta del Sol de Madrid, donde los partidos políticos introducían militantes y simpatizantes para entroncar sus ideas programáticas con las expuestas en las espontáneas e ingenuas asambleas convocadas por los jóvenes del denominado 15M.

Siendo sinceros debemos reconocer que, aquellos jóvenes del 15M y estos de ahora, son prácticamente los mismos con distinto nombre.

A los analistas políticos cabe averiguar que es lo ha producido este cambio de actitud que penaliza a todos los jóvenes manifestantes, ya que no se hizo distinción de unos y otros, llamándo delincuentes y conspiradores contra el sistema a los mismos que en casa son hijos e hijas, en el instituto y la universidad son estudiantes, en la calle ciudadanos y ciudadanas y, en las elecciones, potenciales votantes.

A los expertos sociólogos cabe indagar para qué se arremete, se insulta y descalifica a un juez de la Audiencia Nacional, algo que no suele, ni debe ocurrir, por archivar el procedimiento contra los organizadores de esta manifestación del 25S, que se celebró en las proximidades del Congreso de los Diputados como se celebran casi todas, descartando así el pretendido delito contra las instituciones del Estado y la Soberanía Nacional, dejando al descubierto el notable enfado, de parte de la clase política, por no haberse criminalizado la supuesta intención.

A los entendidos psicólogos cabe deducir como los mismos políticos que cuando se refieren a un criminal, a un activista de ETA o a un narcotraficante, le dicen “presunto criminal”, “presunto activista” o “presunto traficante”, ahora, de repente, ya no existe esa presunción de inocencia y, lo que es peor, cuando se la reconoce en un auto judicial, se acusa al autor de indecente e impresentable.

A los avezados psiquiatras cabe explorar la intención de regularizar más todavía si cabe el derecho de manifestación, una vez que antes de solicitar los permisos y autorizar la petición, se instruye a los convocantes sobre las limitaciones del recorrido y del tiempo permitido y, judicializado posteriormente el desarrollo del derecho, se puede ordenar “identificar a los promotores de Facebook y Google, así como a los titulares de las cuentas abiertas para financiar el acto y los desplazamientos a Madrid de los manifestantes, así como de las personas que ingresaron dinero en ellas (ya que) representan un papel activo en la organización de los hechos presuntamente delictivos, objeto de investigación, y cabiendo ser consideradas las aportaciones económicas a las mismas como colaboración en dichos actos”, tal y como, en virtud de sus competencias, a actuado el juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz.

Ya sólo faltaba que a algún político, defensor de la independencia del Poder Judicial, se le ocurriera llamar al juez en cuestión pijo-ácrata, yayo-flauta o perro-flauta, colocándolo en el meollo de una concentración que había sido previamente autorizada y permitida por las autoridades competentes, al entender que el objetivo era permanecer de forma indefinida en el Paseo del Prado de Madrid, en aras del derecho fundamental a la libertad de expresión, y teniendo en cuenta que el Pleno, convocado en el Congreso de los Diputados, se celebró con normalidad, sin que en ningún momento viese alterado el desarrollo de los puntos del orden del día.

Lo que realmente tienen que hacer los políticos y sus estructuras partidarias es en lugar de reprimir, tomar nota de todo lo que está sucediendo a un ritmo vertiginoso y rebosar, lo mucho que todavía queda de siglo, de paz y justicia social.

Mientras una parte de la sociedad no tiene nada que llevarse a la boca, los políticos están empezando a tenerla llena… de nada.

Mucha, mucha policía