jueves. 25.04.2024

Un año más rebrota la primavera, una primavera que en su nacimiento se mostraba indecisa… no sabía si decidirse por los fríos del invierno o por los calores del verano; y que todavía a estas alturas se manifiesta caprichosa. Sin embargo, la vida que ella alberga pronto percibió su aparición.

Salir a disfrutar del campo en esta estación, es uno de esos placeres que tan solo lleva aparejado la decisión de proponérselo y buscar el momento. La recompensa de dicho atrevimiento, despertar una vez más la capacidad de sentir y sorprenderse con lo aparentemente más… elemental, con la policromía que nos ofrecen los campos, así como en su diversidad de formas, que en la Sierra de Gata se manifiesta en sus dehesas y olivares, las riveras y la montaña, los embalses y estanques… y para aquellos que nos regocijamos con los sonidos, la música que acompaña cada uno de estos habitats.

El universo sonoro que se nos ofrece es difícil de condensar en unas pocas líneas, sirvan de muestra estos pocos ejemplos, que a nada que nuestro oído despierte y centre  su atención, podrá descubrir sin mucho esfuerzo. Es el caso de los cantos con los que nos regalan una gran variedad de aves silvestres, unas veces en solitario, otras en conjunto y que pueden abarcar desde los agudos penetrantes del herrerillo común o del petirojo a los más musicales del jilguero y que constituyen una impresionante sección de vientos en una eventual “Big Band de altos vuelos” con gran creatividad y competencia musical; los registros más percusivos corren a cargo de las voces singulares de la abubilla o del cuco, no son pocas las ocasiones que confieren cierta sensación de “groove” a su pulso, y a la que se suele sumar con gran facilidad el pica pinos con sus ráfagas de golpes múltiples sobre algún tronco. Mencionaremos para acabar con esta agrupación al mirlo o el rabilargo, que son los encargados de fortalecer y crear la sensación de conjunto, darle una unidad a todo este complejo mundo de voces.

Otros ejemplos los constituyen los incesantes sonidos de los arroyos, que en su discurrir unas veces nos muestran el valor del silencio a través de sus aguas, lentas, casi estáticas, mientras que en otros momentos nos ofrecen los sonidos fuertes e intensos de su caudal bajando iracundo; ríos que por fin recuperan el ímpetu después de varios años de desgana por falta de lluvias. Próximos a estos entornos nos encontraremos los sonidos rotos y desarticulados de las ranillas o de los sapos, sonidos que a veces emergen desde poca profundidad y que dotan a su sonoridad de características singulares. Los insectos constituyen un mundo aparte en este complejo universo sonoro: los grillos repitiendo su retahíla en ostinato, las abejas con sus zumbidos tornadizos, inconstantes… y cuando el sol cae, este universo sonoro adquiere otra dimensión, pero eso lo dejaremos para otra ocasión.

El universo sonoro de la primavera