jueves. 28.03.2024

El camino mozárabe

Parece cierto que la novela histórica, al igual que la novela negra, pasa por un feliz reconocimiento en el haber de los lectores, con la puesta de largo en la moda. Tal vez lo que ocurre es que lo que permanece en boga sea la novela. 

El escritor extremeño Jesús Sanchez Adalid dice que lo que realmente se ha puesto de actualidad es la ficción como evasión. Afirmación con la que, seguramente, estará de acuerdo el premio planeta Lorenzo Silva. Porque, como dice Muñoz Molina, la ficción nos permite pensar que la realidad podría ser de otra manera.

Ficción y evasión convergen, en ambos géneros literarios, como coincidentes en la posibilidad de mezclar sucesos y personajes históricos reales con otros inventados, que tratan de esclarecer un suceso acaecido, si bien uno tiende a los hechos históricos y el otro a los actos delictivos. 

Es tanto así que, el hiperrealismo social, a que hace alusión Sanchez Adalid, al mostrarse permanentemente a la vista, sometido a juicio y revisión constantes, provoca una saturación social que invita a que la gente esconda sus sentimientos en las cosas, hechos o sucesos inventados o imaginados que, por otra parte, poseen la virtud pedagógica de la facilidad en la lectura y la comprensión de los acontecimientos narrados.

Son los medios de comunicación, en cualquiera de sus formas de audio, impresos o audiovisuales, con su impresionante capacidad y rapidez de difusión, los que nos trasmiten la realidad social de una manera mediata, diaria y repetitiva hasta conseguir, posiblemente sin proponérselo, que el conjunto de acontecimientos y seres que forman parte de ella, deje de ser interesante, con la fugacidad de un resplandor,  y se acomode en el rincón oscuro del olvido, donde se desahoga sistemáticamente la memoria.

No sucedía así con la novela social de los años 40 ó 50 del siglo pasado, que describía las formas cotidianas de vida de aquella época y representaba la situación, la manera de vivir o las reacciones de un grupo o clase social frente a las noticias emitidas por  las emisoras de radio, políticamente controladas, o por las imágenes del NODO, gubernamentalmente editadas, que llegaban tarde, mal y nunca a las provincias y los pueblos en el preámbulo de las proyecciones cinematográficas.

Estas circunstancias le dieron un empuje y un auge a ese tipo de novelas para los que buscaban entretenimiento, pero también a los que querían ver en ellas un claro reflejo de la sociedad actual. 

Por eso la novela  “La Colmena”, (España.1951), de Camilo José Cela provocó un interés en el público al denunciar, entre otras cosas, el ambiente homosexual y carcelario de la época, lo que provocó una primera censura que la mantuvo cinco años en círculos clandestinos. Supuso un éxito porque partía del realismo social al narrar la realidad cotidiana como parte de la vida misma y contar lo que no retransmitían los medios de comunicación, controlados por el régimen.

    Hechos que parecen formar o formarán parte de la novela histórica, la novela negra o la novela social se contraponen diariamente en las narraciones ágiles de los comunicadores sociales, conformando un hiperrealismo social del que sólo podemos salir con la evasión y la ficción que nos lleva a otros mundos, como si de una máquina del tiempo se tratara. Una máquina capaz de reconstruir el pasado y hacernos soñar con otros tiempos remotos.

El papel que juega la novela histórica es una mezcla veraz y documentada de hechos, anécdotas y costumbres con otros ficticios pero creíbles y verosímiles. Porque la novela histórica es una novela, no un libro de historia. Sin embargo, si la novela está bien documentada, se convierte en un libro de texto que, didácticamente manejado, sirve de fuente de conocimientos factible de ser empleado en los centros educativos, limando las asperezas de los existentes al uso, como lo fue el recurso a los álbumes de arte o a las tecnologías audiovisuales.

La novela permite al lector soñar, como posibilitó a Sánchez Adalid soñar el final de la novela “El cautivo”, consintiéndole por un tiempo adentrarse en el castillo, recorrer sus estancias, sentir lo que acontecía en la corte del rey Carlos I de España y V de Alemania.

Todas estas claves son las que nos permiten ir desgranado las novelas de Jesús Sanchez Adalid, en general, y la más reciente sobre “El camino mozárabe”, en particular, con esa prosa narrativa que, desde el sosiego, la descripción y el detalle, reflexiona permanentemente acerca de las relaciones individuales y colectivas, con el toque humanista con que dota a los personajes tanto en las situaciones cotidianas como en las conflictivas y con esa capacidad para describir el poder, desde el respeto, y alimentar la intriga con una serie de acontecimientos que consiguen mantener el interés por lo narrado.

El camino de Santiago era utilizado por los peregrinos desde el año IX. Cuando el rey asturleonés Alfonso XII construyó una iglesia para albergar los restos del santo señor Santiago, ya era consciente de que podía generar un trasiego de gentes deseosas de visitar un lugar sagrado de devoción. Alfonso III la transformaría en una hermosa basílica, destruida por Almanzor, nieto este último de un ministro de Abderramán III.

El camino conocido como Vía Romana de la Plata, (Mérida-Astorga),  tiene tramos hacia el sur andaluz, (Sevilla), y lleva desde Mérida hasta Santiago de Compostela por Ourense. Esto permitió las peregrinaciones de los mozárabes que concurrieron desde Almería, Granada, Jaen o Málaga hacia Mérida para tomar la Vía de la Plata hasta Santiago de Compostela en lo que se conoce como “El camino mozárabe de Santiago”. 

Vía de la Plata y camino mozárabe de Santiago atraviesan de sur a norte las dos provincias extremeñas, con el desvió de un tramo en la provincia de Cáceres, a la altura de Garrovillas de Alconétar, el antiguo Túrmulus romano, conocido como Calzada de la Dalmacia que pasa por Sierra de Gata. 

De esta forma quedaba unido el Califato de Córdoba, centro-sur, con los reinos cristianos del norte. Hay que tener en cuenta que, en los tiempos de Abderramán III, los árabes ocupaban un territorio que abarcaba la mayor parte de la península ibérica, desde el estrecho de Gibraltar hasta el Duero y el Ebro. Los reinos cristianos se conformaron, en principio, con una pequeña franja de territorio en el norte peninsular: el reino de León (León, Asturias, Galicia, Oporto), que comenzaba en Oporto; un pequeño territorio era el Condado de Castilla, desde Zamora y Burgos; Reino de Navarra; Ribagorza y el Condado de Barcelona, desde la ciudad de Barcelona. 

¿Qué debió pensar Abderramán III, cuyo califato dominaba la península ibérica desde al-Yazirat a Saraqusta y desde Balansiya a al-Lixbuna, ante el reto de aquella minúscula porción de tierra leonesa en la que reinaba Ramiro Il?.

Es posible que en un principio lo minusvalorara, hasta que las victorias de Osma o Zaragoza le valieron, al rey Ramiro, el sobrenombre de “El Grande” y de “El Diablo”. Pero fue la batalla de Simancas la que cambió el curso de la historia y permitió a Ramiro II repoblar las primeras tierras del Tormes.

Estas reconquistas serán de gran interés para Sierra de Gata, pues suponen una primera aproximación a lo que luego sería la repoblación asturleonesa de estas tierras serragatinas, durante la primera mitad del siglo XIII.

La batalla de Simancas, a cuya localidad el califa Abderramán III desplazó cien mil hombres, supuso la gran derrota del ejercito cordobés y añadió elementos novelescos a la contienda, al coincidir, en el campo de batalla, un eclipse de sol que duró dos días y que hizo ver, a unos y otros, hechos extraordinarios cercanos al capricho divino. Divinidad la cristiana que apoyó la contienda enviando a los santos señores san Millán y Santiago a matar moros.

Por si esto fuera poco, Abderramán perdió, en la refriega, un preciado ejemplar del Corán que llevaba. Una encuadernación en doce tomos. Incluso abandonó su cota de malla, tejida con hilos de oro. Anécdotas que se añade a la leyenda. Cómo lo fue su piel blanquecina y su pelo rubio, rasgos estos poco habituales entre los árabes, configurándole un aspecto especial que le hacía recurrir frecuentemente al tinte negro, atendido por el maestro mozárabe, tintorero y perfumista, conocido por Lindopelo.

Otro personaje, como tantos otros, entre la realidad y la ficción, es el muchacho gallego conocido por Pelagio, Paio o Pelayo, que nada tiene que ver con el monarca asturiano del mismo nombre. Este mártir fue apresado por Abderramán III en Valdejunquera y torturado por desmembramiento. Una vez despedazado sus despojos fueron recogidos por los cristianos de Córdoba. La demanda de estos restos quedaría incluida, para su devolución al reino de León, entre las peticiones que Ramiro II haría al derrotado Abderramán, tras la victoria de Simancas, y cuyo encargo tocó en suerte a la embajada encabezada por la cincuentona reina Goto, viuda de Sancho Ordóñez, último rey de Galleacia.

Jugó en esta contienda, el diablo Ramiro, con la ventaja estratégica que da el pelear cerca de su reino, con el conocimiento del terreno y el ejercito descansado, frente a un cruel Abderramán que arrastró su ejercito de cien mil hombres, con todos los animales y utensilios, armas e instrumentos de guerra, durante las interminables leguas que le separaban de Córdoba. De nada le sirvió denominarla como guerra santa (yihad) o campaña del supremo poder. 

Dicen que tras esta derrota, acaecida el 6 de agosto del año de 939, día de los santos niños Justo y Pastor, Abderramán III no volvió a salir de Córdoba, salvo para acercarse al hermoso conjunto arquitectónico que era la ciudad de Medina Azahara.   

El camino mozárabe