viernes. 19.04.2024

Santiago Carrillo: ni se conformó, ni se resignó

Costaba creer que un hombre de tan avanzada edad, una persona que navegaba ya en las páginas de la historia, pudiera estar dispuesto a acudir a la llamada de una Asociación de un lugar que le gusta la esencia de pueblo, aunque hoy sea denominada gran ciudad.

Costaba creer que un hombre de tan avanzada edad, una persona que navegaba ya en las páginas de la historia, pudiera estar dispuesto a acudir a la llamada de una Asociación de un lugar que le gusta la esencia de pueblo, aunque hoy sea denominada gran ciudad.

Pero Santiago Carrillo, con su inseparable cigarrillo, acudió hasta tres veces a la cita y mostró, con palabra templada, un meditado discurso sobre el asociacionismo en crisis de ideas y proyectos y de la necesidad de sacar a la izquierda de la cómoda postura de sometimiento al sistema capitalista imperante y al moderado comportamiento social, en aras de la ganancia electoral.

En una de aquellas reuniones, la celebrada un 5 de diciembre de 2001, desde la tranquilidad y comodidad de uno de los habitáculos que conformaban el Restaurante Pías, o entonces Jerte, sacó no sé sabe bien de donde, una hermosa caja de madera y ofreció a los presentes puros cubanos Cohíba, de los que están a la venta en todos los países del mundo excepto en los Estados Unidos de América del Norte. Los contertulios presentes los recogieron con regocijo y algunos los guardaron en sus casas, en recuerdo perecedero de un acto inolvidable, donde poco a poco se fueron deshojando de puro viejo, como se deshacen las añadas de la vida hasta desprenderse de la memoria familiar y colectiva.

Uno de los asistentes, asiduo a todas las tertulias de los cafés de moda, recordó anecdótica e impertinentemente, la sana costumbre de los españoles de regalar puros y como, en el despacho de Getafe, el que fuera Rector de la Universidad Carlos III de Madrid don Gregorio Peces Barba, obsequió con un café y un puro Habano a los exponentes de una Cátedra de Flamenco, pero en aquella ocasión, y esa parece ser la anécdota que se pretendía, dijo con voz serena y suave: “el puro sólo se debe coger si es para fumarlo aquí”, arruinando, imaginamos, la empedernida costumbre de coleccionar que tenía.

Corría el año de 1999 cuando un grupo de atrevidos soñadores utilizaba como medio de comunicación una revista de análisis social titulada “Plaza de Getafe”, a lo que se añadía algún que otro escrito suelto con reflexiones teóricas, y de ahí surgió el platónico propósito de organizar y legalizar una asociación cultural con el nombre de “Movimiento Asociativo 14 de Abril”, que perseguía la arriesgada misión de servir de fuente de ideas a la aletargada clase política del momento.

Se pretendía que los partidos políticos, que estaban mostrando una gran capacidad de transformación y de adaptación a la realidad social, perfeccionaran sus estructuras organizativas internas y su compromiso con la vida democrática, evitando caer en el descrédito y haciéndose imprescindibles en el devenir ciudadano.

A una de aquellas citas, la celebrada un 18 de abril de 2002 en la Residencia de Estudiantes Fernando de los Ríos, acudió don Santiago Carrillo acompañado del escritor y periodista Fernando Delgado que, por aquel entonces, lideraba un programa de radio con el paradójico nombre, dadas las circunstancias, de “A vivir que son dos días”. También él supo compartir su experiencia y debatir con los convocantes, ya de manera más cercana, en una de las mesas que servía el Café La Antigua.

La imagen de Santiago Carrillo era la de un hombre sobre el que los años se negaban a sumar números y en cuya compuesta cabeza se asentaban las ideas que se atesoran desde el largo caminar por los senderos de la vida.

Lanzaba ideas despacio, con suficientes pausas, pero a destajo, mientras depositaba levemente la cuchara sobre el plato, para dedicarle más momentos al cigarrillo que, presionado con los dedos de su mano izquierda, llevaba intermitentemente a la boca para soplar pequeños mensajes de humo que se mezclaban con las reflexivas palabras, ensimismados los presentes.

Quién va a recordarme cuando pase el tiempo –vino a decir a una pregunta del periodista David Martos, como si se negara parte de la historia-, pues yo creo que nadie va a recordarme. ¿De mí? De mí se van a acordar mi mujer, mis hijos, mis nietos... No, yo no tengo ninguna preocupación de eternidad. Mire usted, la posteridad... para mí no tiene importancia. Me tiene sin cuidado….”.

Posiblemente su figura sea mitificada, como ha sido la de tantos otros, para que sus proclamas de librepensador queden en el olvido y sólo trasciendan las anécdotas de una larga vida de habitaciones en olor a tabaco, ceniceros llenos y nubes de humo de tantos y tantos cigarros consumidos.

Tal vez mejor humo que arengas lanzadas, como dardos envenenados, por enemigos que odian como demonios, y recuerdan una y otra vez, aquello que tantas otras veces, ha negado la investigación histórica.

Testaruda y credula la verdad, se vuelve inútil ante el chascarrillo insípido y sin sustancia que, mil veces repetido por los altavoces de los sin escrúpulos, llega a parecer cierto e, incuso, creíble y palpable.

A Santiago Carrillo eso no parecía preocuparle. Es como si hubiese vivido en su larga vida lo suficiente como para no preocuparse de aquello qué podía ocurrir luego…, más adelante. Como si fuese el humo de sus propios cigarros, lanzado al aire en un vuelo sin rumbo, sin retorno, sin importancia.

Ahora no hay líderes como los de antaño y eso se nota.

De la fuerza del aguardiente, en las frías mañanas serranas, y del carraspeo del pitarra, en las largas noches de invierno, se ha pasado a la coca cola zero, al granizado de limón y a los batidos de chocolate con nata.

A Santiago Carrillo le hubiese gustado saludar a los jóvenes que el pasado 25 de septiembre clamaban, con algo parecido a El Grito de Eduard Munch, en las inmediaciones del Congreso de los Diputados. Gritos de angustias personales que se han visto abocadas a la crítica al sistema económico y a la censura de la crisis provocada por los mercados financieros, verdaderos responsables de la situación sociopolítica actual y del empobrecimiento de las familias y los estados. Gritos que reclaman, queremos creer, que se tiene más sentido solidario y de Estado cuando tenemos como cierto que paga más quien más tiene y más puede.

Los jóvenes de Neptuno son parte de esa humanidad que reclama justicia social y, con ellos, gritábamos todos para reclamar más libertad, aunque nos distanciemos en el cuestionamiento de la legitimidad democrática.

Los partidos políticos deben ser juzgados por su incapacidad para liderar una situación económica tan delicada como la actual, pero no son los culpables de este trance. Si no sabemos distinguir a los verdaderos enemigos, a los que están recogiendo y acumulando beneficios en coyuntura adversa, amigos todos de la prima del desgraciado Riesgo, aunque esto último sea negado más de las tres reconocidas veces. Si no sabemos discernir entre lo bueno y lo malo, condenados seremos a repetir la misma historia. “A fructibus cognoscitur arbor”, (Por sus frutos conoceremos al árbol).

En este mundo cruel, Santiago, qué te voy a contar a ti, en cuanto te relajas te quitan los derechos y hasta el pellejo… Espero que sea distinto por ahí.

Santiago Carrillo: ni se conformó, ni se resignó