sábado. 04.05.2024

La creación del día 29 y el origen del año bisiesto

El sol y la luna —en dosis diversas según los pueblos— son desde muy pronto el fundamento del calendario. La creación del calendario tal y como hoy lo conocemos es la solución que el hombre ha dado al conflicto entre el ciclo solar (las estaciones) y el de la luna (la lunación).
Todo habría sido diferente, y mucho más sencillo, si el ciclo del sol y el de la luna hubieran resultado compatibles. Si en el plazo que va de solsticio a solsticio hubiera entrado un número entero de lunaciones…

La conciencia del tiempo. Su captura. Una obsesión de la humanidad, quizá un rasgo que la separa del resto de los seres vivos.

Inicialmente, la supervivencia del ser humano sobre la tierra estuvo vinculada al dominio de la agricultura. La revolución neolítica hizo del hombre un animal sedentario y le facilitó los recursos para progresar.

El pasado agrícola del hombre le creó la primera necesidad de controlar los ciclos agrarios, y eso es lo mismo que decir, para las regiones del ámbito mediterráneo, —en la zona templada del hemisferio norte—, las estaciones.

Relativamente pronto, como muestran algunos megalitos y otras señales muy anteriores en el tiempo, el hombre supo de los solsticios y los equinoccios. El año se convirtió así en una referencia obligada. Había año de solsticio a solsticio, de verano a verano, por ejemplo.

Dentro del año —unidad de medida solar—, la luna repetía su ciclo con una regularidad imponente de 29 días, 12 horas y algo más de 44 minutos. Es la lunación o mes lunar.

El sol y la luna —en dosis diversas según los pueblos— son desde muy pronto el fundamento del calendario. La creación del calendario tal y como hoy lo conocemos es la solución que el hombre ha dado al conflicto entre el ciclo solar (las estaciones) y el de la luna (la lunación). Todo habría sido diferente, y mucho más sencillo, si el ciclo del sol y el de la luna hubieran resultado compatibles. Si en el plazo que va de solsticio a solsticio hubiera entrado un número entero de lunaciones…

El interés conocido de los etruscos por estos cálculos hizo que se les atribuyera el origen de un calendario basado en la sucesión de lunas llenas, que habría pasado a Roma en tiempos de Numa Pompilio, uno de sus primeros reyes. Este primer calendario creaba un falso año de doce meses lunares de veintinueve días cada uno, con pequeñas reformas sucesivas, que lo dejaron en meses de 31 días (marzo, mayo, julio y octubre) y 30 el resto, excepto febrero con sus 28. Se acerca, pero el problema no queda del todo resuelto porque aun así cada año pierde un cuarto de día aproximadamente con respecto al año solar.

En tiempos de Julio César, en el siglo I antes de nuestra era, llegó a haber un desfase de tres meses entre el año civil y el astronómico, por lo que se hacía imprescindible una reforma, que César encomendó al astrónomo griego Sosígenes de Alejandría. Aconsejó este abandonar el calendario lunar para adoptar un calendario basado únicamente en el año solar.

Cesar decretó a continuación que cada año tendría a partir de entonces 365 días, añadiéndose un día extra cada cuatro años, en el mes de febrero. Para compensar el desfase acumulado, se decretó que el año 46 a.C. tendría 445 días. En honor del reformador, se cambió el nombre de un mes, que vino a llamarse julio. Y este calendario se conoce como juliano desde entonces.

El año bisiesto es un año solar al que se le añade, se le intercala, un día más que a los otros, con lo que su duración es de 366 días; eso evita ya el deslizamiento de las estaciones, que de otra forma acumularían un día de retraso cada cuatro años.

El día de más se añade al final de febrero, que cuenta así con 29 días. Los romanos sin embargo lo añadían después del 24 de febrero, al que llamaban sexto die ante Kalendas Martias; de modo que aquel día de más era el bis sexto die: de ahí el “bisiesto”. Como los días del mes en la actualidad son números correlativos a partir del uno, el día añadido es simplemente el 29.

En el calendario de Julio César es bisiesto uno de cada cuatro años, todos los múltiplos de cuatro: la duración media del año llega así a 365,25 días (365 horas y seis horas) y la diferencia con el año trópico se reduce de 5,8128 horas de menos a apenas 11 minutos y 14 segundos de más. El llamado calendario gregoriano —por el papa Gregorio XIII, que encargó su reforma en 1582— reduce más aún esta aproximación eliminando tres años bisiestos cada 400 años; de este modo la duración media del año llega a 365,2425 días (365+97/400), y la diferencia se reduce a solo 26 segundos de más.

Estos tres días en 400 años se consiguen con una regla bien simple: un año es bisiesto si es divisible por cuatro; los llamados años seculares (que terminan en doble cero) solo lo son si son además divisibles por 400. El 2000 fue bisiesto, pero no el 1900, por ejemplo.

Si aún hoy seguimos utilizando el calendario de los romanos, es porque finalmente fueron ellos quienes lograron armonizar las imposiciones de los dos astros celestes. Y en ello tuvo un papel importante precisamente el 29 de febrero, el día que, en 1940, Lo que el viento se llevó ganó sus ocho óscares.

La creación del día 29 y el origen del año bisiesto