sábado. 20.04.2024

Hidalgo Bayal nos ha sorprendido con esta novela, con tintes de género negro, pero donde el autor esconde abundantes reflexiones de carácter filosófico sobre la vida, sobre la verdad y la mentira, la culpa, el dolor, el miedo, la incertidumbre o la insatisfacción que condena al hombre a la más absoluta soledad, como la sal a la sed, y a la infelicidad (“El tormento es infinito”, “Todos bebemos agua sucia y no sabemos quién la enturbia”).

Sabemos que este tipo de narraciones no tiene como objetivo la resolución de un misterio, sino que interesa mucho más su protagonista. En La sed de sal encontramos a un joven que, sin saber por qué, se ve envuelto en la desaparición y posible crimen de una muchacha, lo que le ha llevado a estar encerrado en un calabozo. La multitud, desde fuera, le abuchea, pero nadie viene a darle ninguna explicación. Solo obtiene algunas pistas a través de fragmentos de prensa que acaban cayendo en sus manos y que le hacen pensar que algo ha sucedido durante la celebración de las pandorgas y venerandas de Casas del Juglar de lo que pretenden culparle a él. Como al protagonista de El proceso, solo le comunican que está detenido y que algún día conocerá cuáles son los cargos de los que se le acusan.

En un guiño hacia sus lectores, la acción vuelve a situarse en Murania (trasunto de algún lugar de Extremadura fácilmente reconocible, donde ya se desarrollaba la acción de su primera novela Mísera fue, señora, la osadía), esa tierra de murgaños que describió con precisión y maestría en El espíritu áspero. A pesar de que en principio la trama parece sencilla, Hidalgo Bayal la recrea con su peculiar prosa, en la que no faltan –por supuesto- sus característicos palíndromos ya presentes desde el propio título, sus juegos de palabras (“Pancha es Castilla”), latinismos y aforismos con los que el autor vuelve a obsequiarnos con un auténtico manual de impecable y culto estilo literario que hace de él –en palabras de Ricardo Senabre- un escritor minoritario.

El narrador –y protagonista- se dirige al lector como Ismael lo hiciera un día para contar su historia (“Llamadme Ismael…”), homenaje a Melville que completa con otras referencias literarias, desde la Biblia y Cervantes hasta Camus, pasando por Calderón, Machado o Kafka, al que ya hemos aludido.

A Gonzalo Hidalgo Bayal no le gusta poner nombre a sus personajes, pues le resulta –según explica- especialmente difícil “porque la elección es una marca de carácter que afecta necesariamente a toda la invención posterior”. Por esta razón, suponemos, no tienen nombre tampoco los de esta novela; pero sí apelativos ingeniosos como el del protagonista, “Travel”, que viaja con la intención de seguir el camino que recorrió en su día el autor de Travel of Murania en los años treinta y cuyo texto ha encontrado por casualidad. Junto a él, el zotalito, el gordo guardián, el flaco samaritano o el gordo bis.

Además de literatura, cine. Las referencias a películas de cine clásico son constantes porque el protagonista acostumbra a relacionar sus vivencias personales con aquellas que recuerda haber visto en alguna ocasión en la gran pantalla (Sed de mal, Casablanca o El forastero, entre otros títulos).

Una vez más, y pese a esta capa de novela policíaca, creemos que Gonzalo Hidalgo Bayal se centra, más que en la propia historia, en lo que a él le hace diferente, la palabra con que la cuenta.

La sed de sal, mucho más que una novela policíaca