domingo. 28.04.2024

Comunidad

Escribo esta breve reflexión acerca de un comentario que he dejado en el periódico Hoy, al artículo de Julián Mora Aliseda que tiene muchos elementos que debemos de interiorizar como el tema de las famosas recalificaciones a partir de la nueva ley, que está siendo utilizado sin mucho conocimiento de fondo y que trasmite porco rigor a la hora de reflexionar en voz alta en las redes, pues sólo se  permite la posible recalificación en aquellos casos de carácter excepcional en la que concurran razones de interés público de primer orden y la recalificación de la zona quemada tiene ser previa al incendio. Y que tiene otros elementos de juicio con los que no estoy tan de acuerdo. 

Mi comentario es principalmente  la respuesta a un comentario de otra persona que os transcribo: "Este hombre ha puesto el dedo en la yaga. El ecologismo hace mucho daño porque no usan datos ni tienen la experiencia de los hombres del campo y los políticos se fían solamente de los ecologistas." Pero que también quiere responder al tono descalificador no solo de Julián Mora cuando llama a los conservacionistas chamanes ambientales, que haberlos haylos, sino a todos los que en estos días siguen incendiando el territorio con una práctica que no construye comunidad, la de descalificarnos los unos a los otros por las diferencias evidentes y necesarias que hay  en cualquier diversidad humana. No solo el paisaje ha de ser diverso para estar sano, no sólo es necesario que haya mosaico en la naturaleza domesticada del hombre, intercalando, pastos, bosques, huertas, sino también en el paisanaje que somos, o mejor dicho intersomos y que la desconfianza y la descalificación incendia cotidianamente nuestra convivencia. A veces los incendios exteriores son el puro reflejo de incendios previos en el corazón de cada uno de los que construimos sociedad, comunidad; incendios que arrasan los principios que permiten la supervivencia del Bien Común, donde se incluyen las aguas, los bosques, los campos, los pueblos, las personas, y el respeto a los prójimos vecinos.

Esta es mi respuesta a ese comentario y a todos los comentarios que descalifican hoy desde unas cenizas que podrían ser de ave fénix o de cementerio, dependiendo dónde decidamos poner nuestro ojo crítico; es mi humilde aportación a la necesaria reflexión que en estos momentos todos debemos de hacer sobre la diversidad de actores que tejen el territorio y que sin mutua aceptación y respeto será resta perpetua en vez de suma necesaria.

"Lo que quizá deberíamos dejar todos es precisamente de meter el dedo en las llagas, de tirar la primera piedra ante las pajas ajenas y olvidar las vigas que cada uno desde sus distintos ámbitos tiene y le impiden tener una mirada amplia, inclusiva, con capacidad de integrar las diferencias, que queramos o no construyen el territorio social. Hay ecologistas y son necesarios, su sensibilidad especial hacia la naturaleza, y no sólo hacia los recursos económicos que se puedan sacar de ella, ayuda a controlar a muchas personas, empresas e instituciones que han perdido esa sensibilidad en el camino del progreso indefinido y el consumo y les importa un comino la fauna, la flora, el paisaje que construye ecosistémicamente y espiritualmente la Vida con mayúsculas, sin la que nadie puede vivir, no los sensibles ni los insensibles. 

Hay políticos e instituciones que con mucha dificultad representan al pueblo, pues el propio proceso democrático está muy deteriorado y que se ven presionado por intereses económicos inconfesables de manos de lobbys y grupos de presión que solo aman al dinero. Hay entre ellos políticos que lo intentan y se abren, en circunstancias como estas, a las voces tanto de los ecologistas, como los hombres que todavía mantienen vivo el legado de la cultura rural, como a las voces de la Universidad, con vidas dedicadas a entender los bosques, la geología, la biología implicada en los procesos, como a los nuevos emprendedores que innovan con conocimientos agroecológicos y hacen de sus innovaciones proyectos que se galardonan, como la de la Princesa Nora de Liechtenstein, que en su magnífico proyecto Vivencia Dehesa demuestra como con nuevas prácticas como la Línea Clave y la permacultura se puede recuperar la dehesa de la terrible plaga de la seca. Esa apertura es la que nos falta a muchos de nosotros, en cuanto el otro muestra una ideología política diferente, en cuanto vive de una manera que no comprendemos. Dejemos de poner el dedo en la llaga de interpretaciones sesgadas de una realidad que nos supera a todos, de un puzlee social y biológico dónde todos tenemos nuestro lugar. Si no unimos nuestros saberes y reflexionamos juntos en verdaderos procesos participativos, aunando talentos y sensibilidades, sean ecologistas, empresariales, políticas, culturales, poéticas y filosóficas se volverán a quemar los bosques, se volverán a quemar los corazones, único lugar desde el que empezar a repoblar…..

Sobre la autora

Beatriz Calvo Villoria, empresaria, ecologista, periodista especializada en ecología profunda, nueve años en al Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, mujer, “neorrural” amante de la cultura tradicional, afectada por el incendio: 8 hectáreas de olivar, frutales y pastos. Promotora de una Escuela de Pastores que no vio a la luz en parte porque no supimos hacerlo mejor, en parte por la desconfianza que los forasteros producimos, y en parte por la falta de identidad que muchos extremeños sienten con sus raíces rurales, raíces hermosas, poderosas, las únicas capaces de sostener la debacle demográfica que produce los incendios y la debacle de la actual crisis económica. Ojalá iniciativas como esas escuelas de pastores que campean a sus anchas en el País Vasco, Cataluña, Asturias o Galicia lleguen como ejemplo de una recuperación de esa identidad rural con la que se apagan los incendios y cuando es verdaderamente tradicional también los del corazón, pues genera nobleza de carácter para tejer una comunidad arraigada profundamente en la Tierra y con su mirada en el Cielo.

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