jueves. 28.03.2024

La Chiquitía

Quería yo continuar con la defensa de la nuestra palra Extremeña y hablaros de los escritores y los escritos que hay ya en esta lengua. No sólo de los avezados  históricos como Gabriel y Galán o Luis Chamizo, sino también de otros más jóvenes que con su trabajo y esfuerzo están consiguiendo poner por escrito esta tradicional forma oral y que estoy seguro darán mucho que hablar, pero he preferido dar un salto y pasar al capítulo de las “Fiestas y otras manifestaciones culturales y religiosas”, dentro del Proyecto Cultural Parque Sierra de Gata

En primer lugar he echado de menos las fiestas mayores de todos los pueblos, como son las de agosto, la Navidad, la Semana Santa, con el miserere de Acebo, y sobre todo los Carnavales. Nombro estas porque son festividades globales, características a toda la Sierra de Gata y porque, posiblemente, hayan perdido sus características singulares, sus raíces pueblo a pueblo. Sería conveniente recuperarlas en esencia, como hay que recuperar muchas de las tradiciones perdidas de las fiestas nombradas en el Proyecto Cultural de Sierra de Gata.

Esto es muy importante porque, recuperada esta su esencia, pueden pasar a formar parte del atractivo turístico que se pretende potenciar como industria, al tiempo que se recupera la memoria histórica oculta en el tronco de las oliveras y en las leyendas de las cumbres de Jálama.

El otro día leí en el editorial periodístico de “Dendi Norba. Oja local de Caçris” que “tamien están esus otrus umildis (Carnavalis), cumu los Jarramchus de Montanchi, las Carnestolendas delas Hurdis i angunus más, que se hazin sin miral ala pomposiá i el consumismu, peru con ilusión, impregnaus dunas raícis que se hundin ena estoria dela muestra Estremaura”. En Caçris, cona despeía del mes de hebreru, se quema el peleli. Una tradición ancestral que consisti en vestil a un peleli i montal-lu enun burrinu. Es llevau en pasacalli jasta la Plaça Maiol, siedu quemáu ena presencia dun numerosu grupu dagalinus, vestíus cuna ropa dela épuca i puebru.

Destus exemplus tien qu´abel muchus ena Sierra Gata, pu de chiquininus entoavía vivimus dalgunus, pessi a estal proibíus. Agora en´algunus puebrus nu se ja na de na cunus antruejus, ubiendu sostribu ena coltura pupulal, l´alegria i la libertá. Dejan assín estrabial la oportunía.  Mía tu lu que cuesta prendel una lumbri i dejal enella unus pecis, cunas manus i la cara entisnás, loáus porun tapón quemáu de corcha.

Recordaba yo cuando de muchachos cantábamos aquello de: “Ya vienen los carnavales, la feria de las mujeres/ la que no enferie este año, enferie el año que viene/ cochinita, marranina, no me vengas con pamplinas/No me vengas con pamplinas, que yo pamplinas no quiero/que un novio que yo tenía, lo dejé por pamplinero/cochinita, marranina, no me vengas con pamplinas”. O cuando íbamos de casa en casa pidiendo la chiquitía. Y en este último recuerdo me vino a la memoria una poesía de Cruz Díaz Marcos, que se titula “Dexai-mi de hálogüin” y que publicó, de la mano de Ismael Carmona, en “La Bellota Literaria. Criación literaria en estremeñu” y en la que intenta salvar el 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, rememorando una costumbre que también es propia de Sierra de Gata.

Hace en ella una dura crítica a esas costumbres que tenemos de importar las culturas ajenas en detrimento de las culturas populares, propias de una tierra. En este caso concreto alude a la fiesta de Haloween, que se celebra en la víspera de Todos los Santos, también conocida como noche de brujas o noche de difuntos y que, aunque es una fiesta de origen celta, como fin del verano o final de la cosecha, y seguramente una fiesta de ida y vuelta como Papá Noel, no deja de ser una importación de otros países, sobre todo de Estados Unidos.

Dexai-mi de «hálogüin»

que a mí no me gusta essu,

que no quieru requilorius,

que no quieru essus caretus

ni quieru essus mamarrachus

que paecin caras d’antruejus,

ni quieru esas calabaças

con velas puestas en drentu,

ni vel la genti pintá

dendi la frenti al gargueru,

conos jarretis tisnaus

i los ojus descompuestus.

Essas cosas no mos cumprin

a quien semus estremeñus.

Esto hace que se relaje el mantenimiento de la cultura popular, de la tradición propia de cada pueblo, o del conjunto de ellos, hasta perderse definitivamente, no por desidia sino por la ignorancia de su existencia. Se acuerda alguien de la Chiquitía o Chaquetía que se pedía en Acebo, y que para el poeta es tan importante como para dedicarle unos versos en un deseo de recuperación, de salir calle a calle, casa a casa:

Yo lo que quieru es salil

con mis güenus compañerus

a peíl la chaquetía

por tolas casas del puebru,

comu amus salíu de siempri

dendi hazi muchu tiempu;

con un cenachu ena manu

pa enllená-lu d’alimentus:

castañas, nuezis, granás

bellotas i higus secus.

I deziamus enas puertas

esti dichu presenteru:

«Tía, me dé la chaquetía

paque me s’enlleni el cestu,

que si no ya no es mi tía

i farrungu el parentescu.»

Después de las risas, del aplauso a la generosidad de este o aquel vecino, de las críticas a la tacañería de otros, de romería al campo abierto. Más fiesta, vecindad y amistad, provocadas por los alimentos recogidos.

Dispués d’enllenu el cenachu,

toítus juntus i contentus,

a endilgal-mus el condumiu

saliamus a campu abiertu.

Con higus i con bellotas

entremesclás i revueltus

haziamus turrón de probi,

i estava bien ricu i güenu.

Y dicho esto el poeta se reitera en su mensaje de dejar un poco lo que viene de los países de fuera para recuperar la singularidad de los nuestro. Una cosa tan sencilla como la Chaquetía o Chiquitía puede dar pie al entresijo de una fiesta popular que bien pergeñada puede dar el fruto apetecido.

Assina que a mí dexai-mi,

dexai-mi de tantu cuentu,

que no quieru «hálogüin»

que a mí no me gusta essu,

que yo no quieru essas cosas

que vengan del estrangeru.

Que’l día de Tolos Santus

es costumbri del mi puebru

el hazel la Chaquetía

comu de siempri s’á hechu.

Creo que las palabras del poeta de Casillas de Coria, definen mejor que yo el sentimiento que quiero transmitir en este artículo de opinión.

Las fiestas patronales de los pueblos serragatinos cuya celebración, en muchos casos, coincide con los meses de julio o agosto, han sido siempre un referente popular para pasar unos días en estas localidades.  Tanto las de más larga tradición como las de reciente implantación, han supuesto para nuestros pueblos un aliciente tan espectacular, de cara al turismo, que se convirtieron en la fuente de mayor riqueza y son las que aportaron, y aportan, mayores ingresos, a las ahora depauperadas economías dependientes de la red de servicios, e incluso a otras como las de la construcción y, además, colateralmente, al mantenimiento de las casas, fincas agrícolas, venta de productos, etc.

Los pueblos se vestían de gala esos días, llegando vecinos de toda la Sierra y de comarcas colindantes a sus plazas mayores. Ahí quedaba una de las rutas de las fiestas: Coria-Moraleja-Villasbuenas (Gata)-Hoyos-Acebo-Fuenteguinaldo y ahí quedaban las cajas registradoras de los bares y los estancos, a falta de otros servicios más ecológicos.

Pero lo más importante de la alegría festiva, ahora anda todo un poco más alicaído, es que junto a la belleza paisajística, la posibilidad senderista, las aguas cristalinas de los ríos y la arquitectura popular, se había conseguido un cierto entusiasmo por visitar nuestra Sierra desde el turismo endógeno. Y estas gentes, que hunden sus raíces en nuestra tierra, arrastraban a aquellos amigos, que venían con ellos desde fuera de las nuestras fronteras. Había como una especie de ilusión colectiva que juntaba este turismo endógeno con el turismo exógeno, capaz de dejarse, al menos, quince días de su vida en nuestros singulares valles.

Ahora, da la sensación de que existe una permanente sangría en la ausencia de las gentes que se fueron para fuera, sin que se haya ganado otro tipo de visitantes, como se desangra el granado por la fruta no recogida, y esto ha generado una creciente desgana, una galbana de verano que fomenta el aislamiento y da aire al poema “Que pena”, del poeta y rapsoda Félix Martín Palacín, que cantara su buen amigo José Álvarez:

Qué pena que ya al llegar

preguntéis cuando es la vuelta,

y contestaros  a todos

no me iré nunca no pueda.

La Chiquitía