sábado. 27.04.2024

Capitalismo y Estado del bienestar

Con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y la consiguiente desaparición del Telón de Acero, la URSS, las democracias populares y el COMECON se produce el triunfo del capitalismo como modelo económico y de la democracia liberal como forma política. Sin embargo, no deja de llamar la atención que solo veinte años después el sistema político y económico occidental se tambalea.

Con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y la consiguiente desaparición del Telón de Acero, la URSS, las democracias populares y el COMECON se produce el triunfo del capitalismo como modelo económico y de la democracia liberal como forma política. Sin embargo, no deja de llamar la atención que solo veinte años después el sistema político y económico occidental se tambalea. Estos acontecimientos traen a colación una serie de interrogantes: ¿Está en crisis el capitalismo o solo el capitalismo industrial? ¿Sale victorioso el capitalismo financiero? ¿Es el fin de la Era de Occidente iniciada en el siglo XV con las grandes navegaciones? ¿El centro del mapa del mundo deja de ser el Atlántico para pasar al Pacífico? ¿La vieja Europa pierde peso a nivel global? ¿Necesitamos una Europa competitiva? ¿Podrá mantenerse la democracia liberal con un potente Estado del bienestar? ¿Los Estados tienen capacidad para intervenir en un capitalismo financiero? ¿Realmente nos enfrentamos a una crisis o a un autentico cambio de civilización? ¿Podemos seguir manteniendo el modo de vida europeo?.

Resulta evidente que bajo el manto de la crisis estamos asistiendo a un cambio más extenso, intenso y rápido que cualquier otro producido a lo largo de la historia. Si en la revolución industrial, Inglaterra y Estados Unidos necesitaban cincuenta años para doblar su renta per capita, en la actualidad los países emergentes lo hacen cada diez años. En consecuencia, la economía mundial depende cada vez menos de Europa y cada vez más de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China).

Hasta hace muy poco dábamos por sentado que la democracia liberal (en expresión anglosajona) o el Estado social y democrático de Derecho (en terminología continental) no solo era el punto final de la evolución política sino que constituía el sistema al que todos los países aspiraban. Nadie puede negar lo avanzado de un régimen que reconoce y garantiza derechos y libertades articulando un Estado social, donde la igualdad sea material y, un Estado democrático, donde la libertad sea plenamente exigible y ejercitable. Pero, la realidad muestra que el modelo europeo no solo no se ha extendido sino que ha entrado en serias dificultades. Aunque todas las naciones se dicen democráticas y la mayoría de la población mundial apoya la democracia no es posible afirmar la expansión universal del imperio de la ley, los derechos sociales y los valores democráticos. Al contrario, los países emergentes están condicionando seriamente nuestras estructuras políticas y sociales.

Por ello, no debemos engañarnos. Las principales decisiones que afectan a nuestro futuro se toman en el ámbito comunitario, e incluso, mundial. En este sentido, el Estado y las comunidades autónomas han perdido capacidad de dirección política de su economía condicionada por las competencias de la Unión Europea que definen el funcionamiento del mercado único. Pero la centralidad del mercado como propuesta del modelo económico no solo viene establecida por la integración europea sino, y sobre todo, por el contexto de un mundo global donde las nuevas potencias económicas están imponiendo un capitalismo competitivo. Es imprescindible asumir que los países emergentes crecen mucho más deprisa, que ya no exportan solo materias primas sino que son líderes en manufacturas y tecnologías de última generación y, si esto no fuera suficiente, con su ingente capacidad de ahorro están financiando nuestra inmensa deuda pública y privada. Y ya sabemos que quien paga (presta) manda. Nos guste más o menos, el Estado del bienestar se verá afectado. Ante este escenario internacional, Europa tiene que continuar el camino abierto en 1992 en Maastricht con la unión económica y monetaria, el mercado común, la estabilidad presupuestaria y una economía abierta y de libre competencia. En consecuencia, desde esta fecha el modelo económico de España y del resto de países no es el definido por las respectivas Constituciones nacionales sino por las normas europeas dándose una absoluta subordinación del nivel estatal y autonómico a los objetivos comunitarios.

Y, a modo de epílogo, unas breves reflexiones. El capitalismo ha sufrido una grave crisis, pero no sale debilitado en el ámbito mundial. El capitalismo sigue siendo el sistema más perfecto surgido hasta ahora en la historia para la creación de riqueza y como motor de progreso cultural, tecnológico y científico. La globalización ha reducido significativamente la pobreza absoluta y ha aumentado las clases medias en un 50% desde 1990 pasando de 1.400 a 2.600 millones de personas. Con razón se afirma que siendo un sistema frio y amoral que por sí solo deshumanizaría la sociedad y la convertiría en una jungla despiadada, el capitalismo se humaniza con la democracia donde debe reinar la ley, la igualdad de oportunidades y la justicia. En este contexto global, Europa se enfrenta a un desafío inaplazable: la recuperación de la política. La construcción europea requiere de un auténtico gobierno con plenas competencias económicas, monetarias y fiscales y de la implantación de un mercado único, abierto y competitivo. En caso contrario, nuestro modelo de “capitalismo democrático” que conjuga la eficacia con la justicia corre el riesgo de descarrilar. A todo ello baste añadir unos datos de una reciente encuesta de ámbito mundial sobre cuáles son las grandes poderes a día de hoy. Estados Unidos es la primera potencia para el 81%, seguida de China con 50% y luego ya muy lejos van Rusia, Japón, Reino Unido y Unión Europea. Al parecer solo los europeos creemos que somos una gran potencia, para el resto del mundo tenemos escasa entidad, solo el 12% de los brasileños, el 8% de los indios y el 5% de los rusos piensan que Europa es un poder mundial.

Capitalismo y Estado del bienestar