miércoles. 01.05.2024

Cuando el insulto no basta

Hasta para la imaginación más alicorta se antojaría sencillo dibujar cuál sería el panorama si el terrorismo islamista se hubiera cobrado en España cuatro asesinatos en apenas dos días. Basta ver el espejo de un Londres o un París movilizados y en máxima alerta por la terrorífica decapitación de un soldado en el primer caso y la agresión a otro en el segundo. Controles en estaciones y aeropuertos, identificaciones masivas de ciudadanos en la calle, detectores de todo tipo, unidades caninas, coordinaciones entre los distintos cuerpos de seguridad, colaboración con terceros países, retratos robot y todo tipo de operativos tendentes a garantizar la tranquilidad de la población. Cuando quienes mueren son mujeres a manos de la barbarie machista parece que basta con llamarles ‘hijos de puta’ en un mitin a los asesinos para tratar de trasladar a la ciudadanía que se recortan los recursos para combatir esta lacra, pero que, no obstante, les parece peor que mal que exterminen a sus parejas. 

En esta ocasión el encargado de dar titulares a cambio de soluciones ha sido González Pons, dirigente del PP que se veía de ministro y ha quedado para cubrir bolos los fines de semana. Lo cierto es que nadie dice que sea fácil, pero sí que sin medios es imposible. Matar es muy fácil, gobernar no tanto. Llevarse las manos a la cabeza cuando ocurre aquello que no has ayudado a prevenir simplemente un execrable acto de hipocresía. Y vale para estos bestias que disponen de la vida de las demás y también para quienes dejan morir de tuberculosis, o de lo que sea, a los inmigrantes simplemente por el tremendo delito de serlo. Nunca se vio un ministro o ministra, ni de los de hoy ni de los de ayer, en ningún funeral de una mujer asesinada por su marido o compañero, por llamarle de algún modo. Era y es un terrorismo que se cobra más víctimas que ninguno, pero que todavía cuenta con una intolerable anestesia social. 

Cuando uno cree que se ha avanzado algo, y sin duda se ha hecho, ya se encarga TVE de emitir un decimonónico reportaje sobre el decoro en el vestir de las muchachas. De ese germen se nutren luego las descabelladas sentencias judiciales de las minifaldas, el consiguiente ‘es que van provocando’ y de ahí sea pasa al ‘es que son todas unas putas’ acompañado por las sonrisas cómplices cuando no temerosas de quienes son incapaces de dejar claro que hay cosas que no tienen puñetera gracia. Una, la principal, alimentar una educación en la desigualdad mediante lo que parecen pequeños detalles sin importancia, pero que, como la lluvia fina pero persistente, acaban siendo el poso que, en mentes posesivas y enfermas, acaba con la vida de decenas de mujeres. De un gobierno, más de éste que se ha convertido en el mayor depredador de las políticas sociales, se espera algo más que un insulto, pero ya que no dan más de sí ¿Por qué hacerlo llamando a su madre puta? ¿No podría ser el padre un cabrón? Ni en eso aciertan.    

Cuando el insulto no basta