viernes. 10.05.2024

Democracia, prensa y ciudadanos “ilusionados”

Sin medios de comunicación no hay democracia. Con esta afirmación se destaca su importancia para nuestra convivencia. La prensa, la televisión, la radio y los medios digitales garantizan una sociedad libre, el pluralismo político y la legitimidad democrática.

Sin medios de comunicación no hay democracia. Con esta afirmación se destaca su importancia para nuestra convivencia. La prensa, la televisión, la radio y los medios digitales garantizan una sociedad libre, el pluralismo político y la legitimidad democrática. Los cambios tecnológicos y sociales acaecidos en los últimos años han potenciado aún más el papel de la “prensa libre” hasta el punto de hablarse de “democracia mediática” como forma de gobierno. Cuando desde posiciones críticas con la prensa, se refieren a este fenómeno, aparecen una serie de lugares comunes que, aunque no compartimos, es preciso recoger. Así, se afirma que la prensa y los medios de masas desplazan al parlamento como foro de debate y elemento de control político, alteran la agenda política y legislativa, deforman la opinión pública, rompen los cauces institucionalizados entre los políticos y la sociedad y, como corolario, producen la desafección de la ciudadanía frente a los políticos. De ahí, sin solución de continuidad, se pasa a mantener que estamos en presencia de una sociedad “teledirigida” que fabrica un “proletariado intelectual” incapaz de articular ideas claras y diferentes.

Estos planteamientos, inspirados en un parlamentarismo clásico como forma de gobierno que nunca ha existido, aciertan a descubrir algunas disfunciones del modelo político, pero, en modo alguno, a determinar su origen. Un enfoque correcto demanda contestar algunas preguntas ¿porqué hay desencanto ciudadano? ¿A qué se debe el tedio por la política? ¿Por qué se produce la pérdida de protagonismo del parlamento? ¿Está justificado el descrédito de los políticos? Por todos es conocido que los parlamentos, estatal y autonómicos, están sometidos por el ejecutivo desde fuera y dominados por la maquinaria de los partidos desde dentro. La función legislativa y presupuestaria ha sido desplazada por los gobiernos, auténticos legisladores, que deciden sobre las leyes y el presupuesto. Con razón se mantiene que el procedimiento parlamentario da muestras de su falta de idoneidad para la tarea legislativa por la escasa calidad de las leyes y, sobre todo, por la falta de control del desarrollo de las mismas o de una evaluación política de su cumplimiento. La misma suerte siguen la función de control y representativa. Tampoco los parlamentos controlan al ejecutivo, pues acaba imponiéndose la dinámica de los partidos, los grupos parlamentarios y las mayorías. En este contexto, la figura del diputado queda devaluada tanto por la aplicación “férrea” de la disciplina de voto como por su selección realizada sin valorar en modo alguno su capacidad intelectual o política. Al final, el parlamento y los diputados aparecen alejados del pueblo al que deben representar.

Dicho esto, parece difícil justificar las severas críticas vertidas sobre los medios de comunicación y, aún más, la imputación de las patologías del modelo político. Mas bien al contrario, la prensa incentiva una sociedad civil crítica y encauza nuevas formas de participación social. En realidad, la explicación de tales disfunciones hay que buscarla en la evolución del sistema de partidos. Actualmente, los partidos políticos no solo han monopolizado la participación política sino que han extendido su primacía a todos los poderes del Estado. Ante este panorama, se dice que son los propios ciudadanos los que saben y sienten que quien “reina y gobierna” es el partido mayoritario y su encarnación es su líder, auténtico “príncipe moderno”, titular de la función de gobierno y dirección política.

Desde la ilusión y la responsabilidad democrática, hay que proclamar, no ya la oportunidad, sino la necesidad de una mayor representatividad de las instituciones, de una configuración de los partidos orientados al servicio de la ciudadanía, de una vinculación entre los ciudadanos y sus representantes y de una reformulación de las funciones y actividades parlamentarias. La democracia necesita que junto a instituciones, partidos y medios de comunicación existan otras formas de expresión y participación políticas complementarias. No hay democracia sin participación efectiva de los ciudadanos. Nuestra libertad va más allá del voto en cada proceso electoral.

Nunca he ocultado mi convencimiento de la plena vigencia de la democracia representativa, de la cultura de la libertad y de un sistema de partidos. Pero, la crisis económica ha puesto de manifiesto la conveniencia de explorar nuevas formas de ejercicio del poder. Algunos signos de cambio del tiempo político ya se han producido. Así, el compromiso de los nuevos responsables municipales con la eficacia, la austeridad, la cercanía y la transparencia. En definitiva, por la buena administración. En todo caso, miremos al futuro con esperanza. Hagamos las reformas necesarias aceptando el principio democrático, la alternancia en el poder, el diálogo, la coexistencia en la diversidad y el respecto a los demás. Y, utilicemos las nuevas tecnologías para ampliar el poder de los ciudadanos y lograr un reforzamiento de la democracia participativa (“strong democracy”).

Y, no puedo terminar sin referirme a los abucheos, insultos e incluso persecuciones por las calles cuando los políticos entran o salen de actos institucionales y representativos. Frente a estos grupos “deslegitimadores” de las instituciones, hay que proclamar - como ciudadanos “ilusionados” - que llamamos democracia a nuestro sistema porque vivimos en democracia, que nuestros gobiernos, nuestros alcaldes y concejales si nos representan y que no hay otra democracia real que la que emana del sufragio universal. Todo aquel que quiera representar al pueblo soberano ya sabe lo que tiene que hacer, presentarse a las elecciones.

Democracia, prensa y ciudadanos “ilusionados”