lunes. 06.05.2024

Mujer

En torno al 8 de marzo, todo municipio que se precie, dedica un espacio de tiempo a conmemorar el Día Internacional de la Mujer. No es la panacea, pero obliga a una seria reflexión sobre la situación actual de los derechos de la mujer y conlleva un recordatorio de etapas que aparecen como superadas o que, creyéndose sobrepasadas, retornan como un boomerang. Los hombres antiguos, como bien nombran en nuestros pueblos, ni se lo plantearon siquiera.

En torno al 8 de marzo, todo municipio que se precie, dedica un espacio de tiempo a conmemorar el Día Internacional de la Mujer. No es la panacea, pero obliga a una seria reflexión sobre la situación actual de los derechos de la mujer y conlleva un recordatorio de etapas que aparecen como superadas o que, creyéndose sobrepasadas, retornan como un boomerang.

Los hombres antiguos, como bien nombran en nuestros pueblos, ni se lo plantearon siquiera. La mujer ocupaba una posición subordinada con respecto al hombre, de cuya mentalización se ocupaban en el seno de la familia que, diferenciando los roles de género, daba a la mujer uno secundario con respecto al hombre.

Y todo ello a pesar de que la historia a dado seríos atisbos de emancipación de la mujer con ocupación de parcelas importantes de poder como, pongo a título de ejemplo, las sociedades matritenses de los asturianos, en los tiempos de don Pelayo, antes de que los viejos cristianos godotizaran el reino, o la fuerza de Isabel I de Castilla para imponerse en el trono a otra mujer, Juana de Castilla.

Ni siquiera en la tan admirada Grecia clásica mejoró la dependencia de la mujer, por eso era clásica, que quedó en el hogar al cuidado de los niños y de los esclavos. Tampoco sucedió con la sociedad romana que, al igual que el mundo musulmán, eran sociedades patriarcales.

Las necesidades del sistema económico feudal hizo que la mujer atendiera todas las necesidades del hogar: "La mujer tenía a su cargo todas las funciones domésticas. Ella amasaba el pan, preparaba la comida, cuidaba de los animales domésticos y al mismo tiempo, ordeñaba la vaca que proporcionaba la leche, tan necesaria en la dieta de una economía de subsistencia. En realidad estaba muy especializada en la elaboración de productos alimenticios: conservas, pasteles, dulces, embutidos,....".

El cambio tampoco se produjo durante los siglos XVI y XVII, en los que las pautas de conducta siguieron siendo: esposa, madre y hogar. La tan recurrida enseñanza de Fray Luis de León, inspirada en la doctrina del Concilio Tridentino, ha venido a resumirse en: “Modesta, recatada, obediente, sacrificada, defensora del propio honor y del familiar, educadora de los hijos, …”.

Hubo que esperar hasta el final del siglo XVIII, con la Revolución Francesa, para que la mitad de la población, que era la estadística femenina, tuviera en los gestos y en los grandes discursos políticos un reconocimiento teórico de derechos políticos y libertades, que no sé transformaron en realidades plasmadas en Leyes y, cuando lo hicieron, no se tomó en cuenta a la mujer, quedándose las esperanzadoras proclamas sobre los derechos del hombre y los ciudadanos, en eso mismo, en la otra mitad que representaban el hombre y el ciudadano.

Estos desesperanzadores logros, lejos de desanimar a las mujeres, aunaron los criterios femeninos sobre la lucha por la igualdad, despertaron el sentimiento de unidad feminista, animaron a la lucha en pro de su consecución y marcaron un objetivo claro que mantuviera viva la llama: la consecución del derecho al voto, emprendido por los movimientos sufragistas.

Si no fuera por Mary Wollstonecraff, con sus teorías sobre la educación mixta en las escuelas o de defensa del compañero en el matrimonio frene al amante, y Ariel Taylor Mill, junto a su marido Stuart Mill, afirmando que la subordinación de un sexo al otro es intrínsecamente erróneo, posiblemente hubiese constado más llegar al primer documento aprobado el 19 de julio de 1848 en Estados Unidos de América del Norte, conocido como declaración de Seneca Falls:

"La historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones por parte del hombre con respecto a la mujer, y cuyo objetivo directo es el establecimiento de una tiranía absoluta sobre ella. Para demostrar esto, someteremos los hechos a un mundo confiado. El hombre nunca le ha permitido que ella disfrute del derecho inalienable del voto. La ha obligado a someterse a unas leyes en cuya elaboración no tiene voz. Le ha negado derechos que se conceden a los hombres más ignorantes e indignos, tanto indígenas como extranjeros. Habiéndola privado de este primer derecho de todo ciudadano, el del sufragio, dejándola así sin representación en las asambleas legislativas, la ha oprimido desde todos los ángulos. Si está casada la ha dejado civilmente muerta ante la ley. La ha despojado de todo derecho de propiedad, incluso sobre el jornal que ella misma gana. Moralmente la ha convertido en un ser irresponsable, ya que puede cometer toda clase de delitos con impunidad, con tal de que sean cometidos en presencia de su marido".

A pesar de todo, este primer objetivo seguía siendo negado en el gran país americano y, por extensión, en los demás. Se llegó incluso a conceder el voto a los esclavos y negárselo a la mujer lo que provocó la creación de la “Asociación Nacional para el Sufragio de la Mujer”, también en Inglaterra.

A finales del siglo XIX, ya Nueva Zelanda había reconocido el derecho al voto de la mujer, y, a mediados del siglo XX, prácticamente toda Europa y Estados Unidos aupado por el auge de la industria, necesidad de mano de obra, y la incorporación de la mujer al trabajo, durante la primera y segunda guerras mundiales, en sustitución de los hombres, empleados en ellas.

España tuvo más problemas que los previstos inicialmente. El gran poder de la Iglesia Católica, un ejercito vigilante, la fuerte implantación del caciquismo en el campo, con el voto masculino cautivo, el escaso desarrollo industrial y el analfabetismo imperante, fueron algunas de las causas.

Emilia Pardo Bazán denunció esta situación: “Esta mujer neta y castiza no salía más que a misa muy temprano. Vestía angosta saya de cúbica o alepín; pañolito blanco sujeto con alfiler de oro; basquilla de terciopelo; mantilla de blonda, y su único lujo era la media de seda calada y el chapín de raso. Ocupaba esta mujer las horas en labores manuales, reposando, calcetando, aplanchando, bordando al bastidor o haciendo dulce de conserva; zurcía mucho, con gran detrimento de la vista”.

La Institución Libre de Enseñanza emprendió una labor de concientización sobre la base de la educación, la enseñanza y la cultura femeninas que, paradójica y tradicionalmente, eran más elevada que la de los hombres que, a pesar del esfuerzo, no consiguió una reivindicación amplia y los movimientos sufragistas y feministas fueron reducidos.

Fue con la Segunda República Española, en un proceso sobrellevado con no pocos sobresaltos, donde se dio un paso de gigantes. Paradójicamente fueron las feministas sufragistas Margarita Nelken y Victoria Kent, las que rechazan en principio el derecho al voto de la mujer, argumentando que la mujer española todavía no estaba preparada para ejercer este derecho, pero ocultando en realidad el temor, que se demostraría infundado posteriormente, de que la mujer de entonces, de educación católica conservadora, votara masivamente a los partidos de derechas. Con todo el derecho al sufragio de la mujer triunfó, con el apoyo del voto de la mayoría de los diputados.

La Constitución de 1931 supuso un enorme avance en el inicio de la consecución de los derechos de la mujer. Avance que se vería roto por la Guerra Civil Española y la implantación, tras el Golpe de Estado, de la Dictadura del General Franco, que prohibiría de facto el derecho al voto y no sería recuperado hasta la conocida como “Transición Política Española” y la entrada en vigor de la Constitución de 1978.

Desde entonces, la mujer se ha ganado el respeto del hombre y se ha avanzado en la consecución de derechos de la mujer. Es cierto que falta mucho todavía hasta conseguir la plena igualdad, en un país que avanza y retrocede permanentemente, tanto en el mantenimiento de los derechos individuales como colectivos, obligando constantemente a la intervención de los tribunales de justicia, del Tribunal Constitucional y de los organismos internacionales, como garantes de ellos.

Este año, desgraciadamente, el lema ha seguido siendo el acabar con la violencia contra las mujeres, de trágicas consecuencias, que se comparte con otro esperanzador de: “nos espera un futuro radiante”.

La crisis económica mundial ha destruido millones de puestos de trabajo, lo que es aprovechado por las empresas para reestructurar sus plantillas en detrimento de las mujeres, que ven como el desempleo se ceba más en ellas que en los hombres, que gozan de empleo más estable.

Porque esta es una de sus reivindicaciones, el derecho al trabajo, sabedoras de que esto les concede independencia económica. Por eso hacen verdaderos sacrificios para trabajar, educar y atender a los hijos en una sociedad que todavía no tiene bien engrasado el tan cacareado derecho a la conciliación trabajo-familia. Ellas saben, más que nadie, lo que supone los recortes en servicios sociales, becas de comedor o ayuda a la dependencia ya que afectan por igual a hijos que a padres, dos colectivos que la mujer echa sobre sus espaldas y que, en muchas ocasiones, les obligan a dejar su empleo.

En definitiva, que hay que seguir avanzando por el camino de la igualdad plena, sin permitir retrocesos en un momento en que la crisis, que afecta a todos, se ceba, como siempre, mucho más en las mujeres.

En la conciliación de la vida familiar, no sé donde escuché, referido al dicho de la media naranja, algo así como que hay que dejar de usarlo, ya que no queremos ser ni exprimidores ni exprimidos, para que, en este largo trayecto que nos queda por recorrer, no rodemos pegados o unidos sino juntos.

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