viernes. 26.04.2024

No es fácil llegar a Salvaleón. Como leíamos hace dos días en estas páginas, desde Valverde del Fresno has de tomar la carretera de Portugal y seguir con cuidado las indicaciones colocadas en rótulos de madera. Aun así, hay algunos cruces que te hacen dudar y que podrían despistar al viajero apresurado.

No hay por lo tanto que darse prisa. Mejor ir despacio. El camino no es demasiado bueno, pero es maravilloso. Poco a poco llega uno a notar el aire de enclave fronterizo del lugar, tierra que fue de contrabandistas. Cantueso y jara te llevan hasta las estribaciones del cerro.

Es el “lugar entre ríos” a cuyo pie se unen el Basádiga y el Eljas, afluente este del Tajo que traza la raya de la frontera con Portugal a lo largo de cincuenta kilómetros. Quizá la Interannia antigua, el lugar que habitaron los Interannienses, pueblo que pagaba estipendio a Roma y que figura entre los que dedicaron al emperador el puente de Alcántara sobre el Tajo, no lejos de aquí. En el enclave han aparecido restos cerámicos que confirmarían este período romano de la región que habitaban los vetones. 

Una última rampa suave te lleva hasta los primeros muros de lo que podríamos calificar de primitivo castro. Tiene la estructura naturalmente defensiva que los antiguos ponían como criterio para fundar sus poblaciones. En alto, porque eso lo protegía de los enemigos y de las epidemias. En un cerro silueteado por dos ríos, lo que añadía seguridad a sus habitantes y les suministraba el agua que precisaban.

El lugar de Salvaleón es un topos arqueológico. Se trata de un emplazamiento de la protohistoria, de la edad del hierro seguramente, erigido como observatorio de las tierras que lo circundan. Su doble cinturón amurallado lo pone a la altura de los descubrimientos más recientes sobre Troya, el gran topos de la arqueología clásica, vigilante sobre la ruta de los Estrechos del Ponto Euxino. Manfred Korfmann, en 1988, descubrió una segunda Troya cinco veces mayor que la primera y donde vivía habitualmente la mayoría de la población, pronta a refugiarse en caso necesario en la fortaleza interior, la acrópolis. Es difícil no evocar este modelo al pasear sobre los muros de Salvaleón.

Si donde el Eljas vemos las orillas de Mar Negro, si donde las rutas de los contrabandistas vemos las naves que llegan desde el corazón de Asia, si a nuestros ríos les llamamos el Escamandro y el Simois, es que estamos hablando de la Troya homérica.

Después de Roma nada sabemos de Salvaleón salvo que fue territorio ocupado por los musulmanes y reconquistado en el siglo XII por los reyes de León Fernando II y su hijo Alfonso IX, quien le otorgó fuero como hiciera con Coria. Seguramente el propio nombre del lugar tiene de alguna forma que ver con esta antigua relación con las tierras leonesas, cuya frontera sur defendía. Y de esta época data también su mayor esplendor, al que correspondería la mayor parte de los muros que aún hoy asoman sobre la colina.

Cuando, en el siglo XV, los comendadores fijan su residencia en Eljas, comienza la decadencia de Salvaleón, que finalmente resultó despoblada.

Pero hay algo en este lugar que lo singulariza. La naturaleza lo ha querido recompensar de manera particular. Salvaleón mantiene una “colonia” de peonías, especie que corre el riesgo de desaparecer. Sus fosos se llenan de flores por este tiempo, de un color y una belleza verdaderamente indescriptibles. La paeonia recibe su nombre de Peón, el divino sanador de los dioses a quien Zeus mismo encomendó la salud de sus hijos más belicosos. Cuando a las puertas de Troya el dios Ares resultó herido por la broncínea pica de Diomedes, Zeus mandó a Peón que lo curara y “este le sanó, aplicándole drogas calmantes”, dice Homero en su Ilíada. Igual fama de sanadora tiene su flor a través de los tiempos y las culturas.

De nuevo Troya. Salvaleón y Troya. Como tiñera la sangre de dioses y héroes el paisaje troyano, tiñe la peonía con sus flores el foso que se tiende ante la muralla de Salvaleón. Vale la pena buscar a la vez en este lugar la ruina que el tiempo causa, junto con el impulso inagotable de la vida que brota en primavera. El de la peonía.

Algunos lugares se despueblan, pero nunca mueren del todo.

Salvaleón, nuestra pequeña Troya