sábado. 20.04.2024

“Los hombres no dejan pasar nunca la ocasión de decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos”

“Mas puedo asegurarte, amiga mía, que el matrimonio es casi para nosotras una necesidad impuesta por la sociedad y la misma naturaleza”. Esta afirmación de la escritora gallega Rosalía de Castro (siglo XIX) condensa, con claridad, cuáles eran las funciones a las que debía dedicarse una mujer en la época. Más contundente aún era la frase con que atacaban a George Sand (seudónimo bajo el que se escondía la escritora inglesa Aurore Duphin): “No haga libros, traiga hijos al mundo”. Podríamos contar muchísimas más anécdotas relacionadas con la incorporación de la mujer al mundo de la literatura; Inma Muñoz recoge algunas de ellas en su magnífico artículo “Mujeres ocultas”.

En esta situación social, en la que la mujer debía dedicarse a zurcir calcetines, cuidar de su esposo e hijos y atender al resto de las labores propias del hogar, difícil era no ya escribir, sino incluso encontrar momentos para dedicar a la lectura porque estas tareas les hacían – a juicio de algunos – abandonar las ocupaciones familiares, las que realmente les correspondían.

En España, hasta el siglo XIX, pocos nombres femeninos podemos encontrar en la literatura, con contadas excepciones, como Santa Teresa de Jesús (siglo XVI) o la extremeña Luisa de Carvajal, ambas religiosas. Fueron todas escritoras que tuvieron que vencer firmes obstáculos que les impedían el reconocimiento en cualquier ambiente intelectual de la época, pues los hombres eran muy poco propensos a admitirlas en sus cerrados círculos. Pese a esto, con su tenacidad, consiguieron grandes logros. Doña Emilia Pardo Bazán luchó y consiguió ser nombrada catedrática de Literatura en la Universidad de Madrid, aunque su condición de mujer le impidió, a pesar de sus méritos, formar parte de la Real Academia Española.

En Extremadura, donde la principal actividad económica ha sido la rural, pretender dedicarse durante estos tiempos pasados a las letras era objetivo prácticamente inalcanzable. Y en ese mundo consiguió abrirse camino nuestra romántica Carolina Coronado (Almendralejo, 1820), considerada al nivel de otras coetáneas como Rosalía de Castro, y a la que alguien llegó a calificar como el “Bécquer femenino”. Y después de ella, otras poetas extremeñas que han logrado, con su perseverancia, su propio espacio en la literatura y un reconocimiento a nivel nacional e internacional.

Partimos, por supuesto, de Pureza Canelo, premio “Adonáis de poesía” (1970) por Lugar común. Orgullosa paseante de su origen extremeño, que no olvida en sus versos, donde aparecen el territorio de su infancia, el mundo rural y, junto a ellos, su río, Jálama (A todo lo no amado).

Ada Salas, representante de lo que se denomina “poesía del silencio”; en sus poemas tan importante resulta ser lo que se dice como lo que se deja implícito. Desde sus primeros pasos, con Arte y memoria del inocente (merecedor del premio “Juan Manuel Rozas”) ha ido depurando sus versos, llenos de sugerencias en forma de palabras y de espacios en blanco.

Irene Sánchez Carrón, de cuyos poemas se ha destacado la naturalidad, la presencia de temas y sentimientos comunes, su esteticismo, la delicadeza de su lenguaje poético (“las palabras me aturden”) y especial sensibilidad. Elena García de Paredes, Adiestramiento, fusión entre la cotidianidad y las referencias culturalistas, obra con la que anticipa ya un futuro prometedor entre los grandes poetas. Junto a ellas, la sensualidad de la poesía de María José Flores, Elogio del agua y de la piedra.

Faltan nombres, por supuesto. Y esta lista se ampliará, además, con el paso de los años, porque irán surgiendo otras escritoras de nuestra tierra. A las que han sido, son y a las que serán, a todas ellas, rendimos desde aquí nuestro pequeño homenaje.

Por la senda de Carolina Coronado