jueves. 28.03.2024

Aquellas coplas de posguerra

Aquellas coplas de posguerra, que las estás oyendo, cuasi en la esquina, la casa del Cura, un silencio monacal y el quejido de la copla, lejos, naturalmente, de las tonadilleras, cuando ellas se  asomaban al balcón de la radio – “Aquí Radio Andorra, emisora de los valles de Andorra”-, alrededor del brasero, en las largas noches de serano, apretaditos, conservando el calorcillo, la voz de la lejanía, tan distinta de esta otra, el pobre quebrantado por el suceso de una mina, quizás sostenido por muletas – esa España era muy de muletas -. Ahora se ven, pero tienen otro dibujo y esconden otro suceso. Aquellas, sin embargo, eran de una explosión de la mina – “Soy minero” – cantaba una buena voz –, Antonio Molina, por ejemplo – o “El Príncipe Gitano”. En el pueblo, aparecían con frecuencia los lisiados y, en la sala voces primorosas, al calor del brasero o el fruto del estímulo de unos vasos de vino – en la taberna -, que la peseta o los dos reales no daban para mucho. Sin embargo, existía una cultura de la copla, como se oía mucho el silbar, siempre te cruzarías, como una pincelada goyesca, en la calle apagada, con alguien que iba silbando - “silbando melodías” era otra cosa muy distinta. Aquella España de posguerra cantaba penas, las lloraba, con voces de aguardiente y vino, entre pasos ciegos o, como mucho, bajo una luna de García Lorca. No, la luz eléctrica se quedaba aún en la mesa camilla, en los largos seranos, porque el “españolito que vienes al mundo / te libre Dios. / Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Nada sabíamos de Antonio Machado ni, por supuesto, de Lorca. ¡Qué dices: ni de su muerte…” Vivíamos en el silencio denso y amargo de posguerra, se callaba y se meditaba tras el eco lejano y estruendo de las bombas y ese miedo cobijado bajo la piel. Hasta en mi Palumba hubo, una noche, una psicoterapia de cantantes, un psicoanálisis, un misterio bajo una luna lorquiana y unas bombillas tristes. Los cantaores abrieron los corazones a unas penas hondas, dolidas, necesitados de arrojar sus voces, como panfletos orales prohibidos, hasta llorar todos. Qué psicoterapia. “Recuérdalo tú; recuérdalo a otros.” A esa España se le unía otra: la de tullidos, tullidos afectados por una bomba. Por eso, en la puerta de la casa del Cura, en ese “púlpito” vertían las penas. Y yo, “niño de pies de barro” – las calles sin asfalto – me preguntaría tanto, tanto me preguntaría que miraba el crucigrama de los hombres y, únicamente, intuía, intuía esa cárcel inmunda donde un republicano sobreviviría gracias a la Misericordia y a unas manos generosas. ¿Felices?¡Cómo íbamos a ser felices!. Hijos de posguerra, caminábamos entre miedos, sombras – Goya: ”Los desastres de la guerra” –

Sin embargo, qué personajes pululaban ante nosotros. Aquellos ciegos y sus lazarillos, “Emiliano el Ciego”, de Villasbuenas de Gata qué gran voz y sus “Coplas del Minerito”, que derramaba por los lares de Sierra de Gata el quejido de un hombre bueno, que no aceptaba limosna y vendía calendarios del Sagrado Corazón de Jesús. “El tío Lao”, en la iconografía de la memoria, en aquella casillita, en la ladera donde brotaban las vides, como un cuadro de Zurbarán, y yo zagal miraba aquel hombre con culebras envolviendo su torso; y sus paseos por las calles de Villanueva de la Sierra, los muchachos detrás, qué cortejo.

No faltaban los damnificados por el grisú de la mina o el eco de la voz de Antonio Molina o, no muy lejos, empezaría Juanito Valderrama y “El Emigrante”, pero aún no se había soñado con la emigración, ese desgarro.

Coplas que brotan, abundantemente en la Historia de España, especialmente, en la primera mitad del siglo XX: “La de la monja enfermera”, o la de “La joven encinta abandonada” o “El romance de Adelina” o “Las Coplas del atropellado por el tren”… Como pliegos de cordel, raros e incunables, personajes goyescos de otro mundo, sepia en mí memoria, tan lejano que lo convierte en irreal; todo pasado tiene mucho de irreal. El tiempo ensombrece los hechos o así nos parece, quizás, seamos nosotros quienes ensombrecen o engrandecen esa realidad.

Juan Antonio Pérez Mateos, escritor y periodista

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