LAS LETRAS DEL VIENTO. Un pueblo 'dividido' por dos cines
Ese pueblo, Palomero, donde yo vería la luz del mundo, una mañana primaveral del mes de mayo, mes de las flores, “venid y vamos todos con flores a María / con flores a porfía / que madre nuestra es”. Dirigiendo ese coro, estaría mi madre, Celedonia – Cele - Mateos, con su saudade de Villanueva de la Sierra – aquel sol que nos despedía, con un ocaso lento y melancólico, por la falda de la Sierra de Dios Padre - y mi padre José, médico, también nacido en Villanueva -. Con los dedos sobre el armonio, mi madre dejaría, con sus notas y el canto de las niñas, un caudal de canciones a “María, que Madre nuestra es”. Había heredado como yo, el amor por la música, gracias al melómano del abuelo Melecio Mateos, que sus dedos acariciaban las teclas del armonio de la iglesia y las cuerdas de un violín, copia de un Stradivarius y el aire de la flauta. Entre las niñas de ese coro, casi doy fe de que estarían María Luisa y Charo, hijas de Florencio y Luisa; aquella fallecida y Charo que vive por una población de la Costa del Sol.
“De la abundancia del corazón, habla la boca”, de ahí, que mi encuentro contigo, lector, donde aludía, en este diario, a ese par de genios, naturales de Palomero, Florencio y Venusto, olvidara, sin querer, otra faceta, muy importante, de ambos. Gracias a Florencio, secundado por su mujer, Luisa –tras un
Si digo que en los pagos del Egido, a un tiro de piedra de la laguna, se alzaba aquel cine, local de sueños, que tenía todo el encanto de lo primitivo y gracias al proyector “viajábamos” a otros mundos entre aquellas paredes rudimentarias, nos convertimos en seres más modernos, más cultos; y, de esa suerte, el orbe se nos haría, por ende, más cercano y entrañable; que tanto al actor como la actriz los incorporábamos a nuestra memoria, a nuestros afectos; y que el aliento del mundo no se detenía en el pueblo, estaba en esa proyección de anhelos. Si digo que llegaría a “coger “ “El último tren de Gun Hill” – gran película - en “aquella primitiva estación”, al calor de unas estufas, quizás, querido lector, no me creas . Pues sí: yo vería esa cinta en “aquella sala” que tenía un encanto especial, rural; y me hacía soñar en las tardes lejanas de domingo, descubrir bellos rostros de actrices…, y toda esa gran cultura que irradia del celuloide.
Digno de un gran guión de cine, es la historia de Palomero en esas calendas, ya lejanas. Porque al cine de Florencio, le haría la competencia otra sala: el proyector que Basilio tenía en el remodelado salón del Tío
Ahora bien: cuál no sería la rivalidad entre los propietarios de uno y otro cine, que quiero recordar que tanto una como otra parte recurrían, para la promoción del filme, al boca a boca, hasta casa por casa. Y estarás de acuerdo conmigo, querido lector, que esta historia inspiraría un gran guion a cualquier director. Vamos: que la realidad, supera a la fantasía. ¡Qué pena de guión! Y hasta recuerdo, lejanamente, que la competencia “dividiría” al pueblo: unos, los de Florencio; otros, los de Basilio. Bendita competencia, que, sin duda, nos haría / nos hizo más soñadores, más cultos. Y, además, convertiría a los vecinos en una comedia. Así llegarían los hermanos Lumiere hasta esa aldea alejada, en los aledaños de Las Hurdes.
Así, lentamente, llegarían los descubrimientos a nuestros pueblos. La luz diaria, el teléfono y aquella mujer que nos avisaba, desde la esquina de la plaza, para acudir al locutorio. Así estrenábamos, lentamente, la modernidad y el mundo sería más cercano, hasta que el televisor “invadiera” nuestra casa, entrara la bella locutora sin pedir permiso. Y escucharíamos aquella canción: “La televisión / pronto llegará / yo te cantaré y tú me verás”.
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PD. Agradezco de todo corazón los elogios de Juan Carlos García Delgado y Rocío Recio Paniagua y pido disculpas a Charo por omitir sin querer su nombre que, sin embargo, tanto recuerdo.
IMÁGENES. En la primera imagen, Florencio Paniagua con su esposa y sus hijas. A continuación, "El maletiila de plata", obra de Pérez Mateos, representada en el antiguo cine de Emiliano, en Villanueva de la Sierra. En la segunda imagen, Inocencio "El Charro", en un momento de la representación, y, en la tercera imagen, sentado, el autor, su esposa, Estrella Tejedor y Cristhian, el hijo menor de ambos.
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