viernes. 26.04.2024

Silban las capacetas imponiendo su sonido en la noche, junto al crepitar de las llamas que van consumiendo, lenta pero inexorablemente el tronco de un roble. Sobre él se acumulan las capacetas incendiadas que se le arrojan, llenando de estelas luminosas el cielo nocturno. Una, y otra, y otra más... ligeros golpes sordos enmascarados por el bullicio y la algarabía de las gentes. Atrás quedan ya los sones con los que el tamborilero y el Camuñas llenaron las angostas calles de la Villa de Torre de Don Miguel; el primero con su flauta y tamboril, el segundo con los cinco cencerros que le cuelgan del cinto de su peculiar atuendo, y con los que convoca a los capaceros, que un año más salen a su encuentro, sumándose a una comitiva cada vez mayor; ecos que se impregnan en las paredes y que éstas los devuelven al aire para revivir una tradición que perdura, que se niega a caer en el olvido... que entremezcla rituales profanos con la devoción religiosa.

Noche propicia para jugar con la musicalidad que nos sugieren estos sonidos que, amparados por el manto negro de la noche, rompen el silencio sereno de unas  horas que invitan al recogimiento. Sus dinámicas, los “crescendo” a los que da lugar la fiesta, alcanzando en su apogeo un “forte” como un trueno... los “fortepiano” que conllevan los momentos de mayor expectación, ese silencio que apresuradamente apaciguó un gran clamor; los timbres que surgen y se desvanecen como el de los cencerros que el Camuñas hace resonar con sus saltos, la flauta y el tamboril del gaitero, los gritos exacerbados de algún capacero, los coros de voces y risas de la compañía, así como sus conversaciones, anodinas en algunos casos y, sobre todo, llegado ese momento de máxima expectación: el chasquear del fuego, principal protagonista en la madrugada de la Torre. Y como no, la textura, que un buen oído ávido de descubrir nuevos ambientes sonoros no dejara pasar de largo; los planos que ocupan estos sonidos, que se entrelazan conduciendo una armonía sin cadencia, de ritmo desenfrenado por momentos, y que en contraposición, en otros, hacen que el silencio sea más estremecedor.

No, esta noche no es una noche más en Torre de Don Miguel, es una noche que invita a relegar a un segundo plano los problemas e inquietudes que nos acompañan últimamente de forma incesante; noche que incita a compartir el tiempo con los amigos o la familia, a disfrutar... a tomarse una tregua y sentir que la vida es algo que va más allá de dichos problemas.   

Paisajes Sonoros VII: La noche del capazo